En seis sábados más, México
tendrá un nuevo Presidente. Y si el evento reproduce la expectativa y
percepción que ha creado Enrique Peña Nieto, será una celebración
faustosa para el PRI, que regresa al poder después de 12 años, llena de
luces y colores con dignatarios de todo el mundo, a quienes se ha
invitado para la toma de posesión. Será también la coronación de la
profecía autorrealizable que, aún antes que iniciara la campaña
presidencial, anticipaba ganador a Peña Nieto. La historia real de ese
triunfo, sin embargo, es menos idílica y comparte los créditos de la
victoria entre el candidato, su equipo y, sobretodo, el presidente
Felipe Calderón.
La campaña de Peña Nieto fue planeada de una forma muy profesional, con
una estrategia meticulosa apoyada con recursos y disciplina de todo el
partido. Arrancó con las percepciones construidas sobre la
inevitabilidad del triunfo y con una ventaja en las preferencias de voto
que se fueron apuntalando en diversas encuestas publicadas a lo largo
del proceso. Sólo hasta el final se empezaron a cerrar, y nadie registró
que a escaso un mes de la elección, la intervención directa del
presidente Calderón en el PAN –negada públicamente por todos-, frenó la
caída del priista y el posible rebase del candidato de izquierda Andrés
Manuel López Obrador.
Qué pudo haber sucedido sin la intervención de Calderón, no se sabrá.
Qué pudo haber pasado si dentro del equipo de Josefina Vázquez Mota gana
la estrategia de polarizar la campaña y llevarla a un duelo de ella con
López Obrador, mediante el descarrilamiento de Peña Nieto, tampoco. La
historia secreta de este proceso es que ante el éxito de la campaña
negativa contra el priista y el estancamiento de Vázquez Mota, el
Presidente temió que López Obrador rebasara a Peña Nieto, como pareció
posible hacia finales de mayo cuando estuvo a tres puntos solamente, y
sacrificara a su candidata para evitar ese escenario.
La probabilidad de que eso sucediera era clara. Para esos días, la
tendencia de López Obrador era al alza, mientras que la de Peña Nieto
era a la baja. La campaña del mexiquense, tan escrupulosamente diseñada y
operada, no era suficiente para frenar la caída que comenzó a pocas
semanas de haberse iniciado, tras el primer ajuste estratégico en el
equipo de Vázquez Mota y el rediseño de sus objetivos y spots. Peña
Nieto arrancó con una preferencia electoral de 44%, contra 34% de
Vázquez Mota y 20% de López Obrador, y un mes después, en los albores de
la campaña de contraste sobre las obras incumplidas del candidato
cuando era gobernador en el estado de México, le habían bajado cuatro
puntos. Vázquez Mota no los cachó, sino bajó a 30% de preferencia de
voto, pero López Obrador subió a 25%, receptor de parte del voto de
castigo a Peña Nieto y de indecisos.
Del 6 al 19 de mayo, de acuerdo con información del tracking poll –una
encuesta diaria que sirve para medir comportamiento del electorado y
ajustar estrategias- del PAN, el total de personas que se añadieron a la
percepción de que Peña Nieto era mentiroso creció a 2.5 millones,
equivalentes a 5% del electorado. Los spots que se utilizaron para ello
golpeaban la imagen del candidato en lo que había antepuesto como su
principal fortaleza: su palabra. Para entonces, el objetivo central de
la campaña de Vázquez Mota era romper el blindaje de Peña Nieto, que
había mostrado ser muy poderoso. Nada, hasta ese momento, le había
afectado. Sin importar las críticas y los ataques, en lo personal y en
lo profesional, Peña Nieto tenía una armadura de teflón donde todo
resbalaba.
Esa campaña lo rompió y le quitó dos puntos. Nuevos spots en abril
contra los gobernadores del PRI en estados violentos llevaron a Peña
Nieto a 40 puntos, y cuando se reinició la campaña del no cumple, sus
preferencias llegaron a 39% en la primer semana de mayo, contra 33% de
Vázquez Mota y 25% de López Obrador. El golpeteo siguió en ese mes con
dos baterías de spots, donde mostraban la relación de Peña Nieto con el
ex presidente Carlos Salinas y Humberto Moreira, que le quitó otro punto
en preferencias electorales, y otro sobre el líder petrolero Carlos
Romero Deschamps que vinculaban la corrupción al PRI, que lo situó en
37% de preferencia electoral. La candidata del PAN se había desplomado y
se situaba en 26% de las preferencias electorales, pero López Obrador,
que había subido sin hacer nada más que hablar del amor sin pelearse con
nadie, llegaba a un sorprendente 34% de las preferencias. Era un
escenario real que de mantenerse esa tendencia, habría un cruce de
preferencias de voto. Las alarmas se prendieron en Los Pinos y Calderón
tuvo la intervención definitiva, que cambiaría el rumbo de la elección.
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