jueves, 13 de septiembre de 2012

Presidente sin amigos; Peña debería tenerlos



Presidente sin amigos; Peña debería tenerlos

Es correcta la percepción de que la Presidencia, como institución, no tiene amigos sino intereses.

Leo Zuckermann

  Fue el secretario de Estado de Estados Unidos, John Foster Dulles, quien dijo que su país no tenía amigos, sino intereses. Lo mismo puede decirse del presidente de cualquier nación. A la hora de tomar las decisiones, un mandatario tiene que dejar a un lado los sentimientos de amistad para tratar de maximizar el bienestar de la sociedad que representa. Para eso lo elegimos y le pagamos.



Aunque siempre es controversial definir qué le conviene más a un país cuando se toma una decisión. “País” es un concepto tan abstracto que en realidad estamos hablando de un amplio e intrincado conjunto de intereses de varios grupos sociales que un presidente debe equilibrar.


A eso se refería, supongo, Enrique Peña Nieto cuando el otro día dijo: “Tengo claro que un Presidente de México no tiene amigos, un Presidente de México está comprometido con un único interés: el avance de la República, los beneficios para todos los mexicanos”.


Es, me parece, una visión correcta, aunque, insisto, lo polémico es la definición misma de cómo se beneficia a los mexicanos. Hay muchas maneras de hacerlo y en el camino se pueden acabar favoreciendo los intereses de ciertos grupos en detrimento de otros.


En cualquier caso es correcta la percepción de que la Presidencia, como institución, no tiene amigos sino intereses. Ahora bien, eso es diferente a la posibilidad de que el individuo que ocupa el cargo pueda tener amigos. No sólo puede, sino debe tenerlos. Si bien lo correcto es que Peña como Presidente rechace la posibilidad de contar con amigos, ojalá se rodee de ellos como ser humano. Es lo más sano para todo gobernante.


¿A qué me refiero? Pues a la posibilidad de que el Presidente tenga conocidos que sí le digan sus verdades. Que ya en su casa, acompañados de unos buenos tequilas y música, alguien le suelte “Enrique, te equivocas…” o “compadre, estás perdiendo el piso”.


Eso es de suma importancia para un político que, como tiene poder, siempre está rodeado de gente que le está haciendo la barba. Que cotidianamente le está diciendo que es lo máximo, el mejor estadista de la historia, la reencarnación misma de Juárez o Churchill. Lo mismo con los grupos de interés con los que se reúne el Presidente: como quieren quedar bien con él, que tome decisiones que los favorezca, pues lo alaban de manera desproporcionada.


Son pocos, en este sentido, los que se atreven a decirle de frente, en su cara, las netas al gobernante. Sólo un buen amigo, y desde luego la pareja, tienen la confianza de hacerlo por más dolorosa que sea la opinión expresada.


Porque a final del día, eso es lo que se espera del amigo: la verdad aunque duela.


En una biografía que leí sobre Henry Kissinger mencionaba que el entonces presidente Nixon, desesperado porque no se resolvía la guerra en Vietnam, mandaba a traer a su buen amigo Charles Bebe Rebozo a Washington DC. Lo volaban en un avión especial desde Florida para que Nixon pudiera desahogarse con él.


Todo el equipo de Nixon odiaba a este banquero con el que el Presidente platicaba, se tomaba unos tragos y se relajaba. Al día siguiente, Nixon se encontraba rejuvenecido en la Oficina Oval, gracias a la velada con su buen amigo Bebe. Al parecer, éste era el único, junto con su esposa Pat, que le decía las verdades al Presidente.


No sé quién sea el rebozo de Peña, ni me importa saberlo, porque eso pertenece al ámbito privado del Presidente electo. Lo que espero es que lo tenga. Un buen amigo con la confianza de decirle lo que otros le esconden. Alguien que no se achicopale frente al poder de la oficina que el otro temporalmente representa.


Un individuo que no tenga interés por medrar con la relación afectiva que tiene con el mandatario: que no busque un puesto político o hacer negocios con el gobierno. Una persona que, en suma, sea el confidente que todos necesitamos en nuestra vida para saber si vamos bien o mal.


Un tipo así va a necesitar Peña Nieto, más no el próximo Presidente de la República.
 

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