lunes, 17 de septiembre de 2012



México, país mediocre

José Luis Reyna

La semana pasada, el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señaló: “Llegó la hora de salir de la mediocridad, de la media tabla. México puede ser un país desarrollado”.
 
Sus palabras fueron pronunciadas ante el presidente electo de México. José Ángel Gurría, secretario de ese organismo internacional, remató: “Se nos acabó el tiempo y se nos acabaron los pretextos”.


¿Provocación o intento de acomodarse en el próximo gabinete? El punto es que lo dicho es cierto.


México está sumido en la mediocridad. Lidera, sin embargo, algunos indicadores como la opacidad de la información, la corrupción en todas sus expresiones y es uno de los principales exportadores de vehículos. En lo demás es mediano.


Si se toman en consideración los últimos dos sexenios (2000-2012), la tasa promedio de crecimiento económico ha rondado un magro 2 por ciento. Si se descuenta el crecimiento demográfico, el crecimiento del PIB por habitante ha sido casi nulo.


El análisis de las cifras económicas podría hacerse desde principio de los 80. Se encontraría que han pasado casi tres décadas en que el desempeño de la economía es errático, las crisis fueron recurrentes, las devaluaciones devastadoras y la calidad de vida de la población decreciente.


En este lapso, tanto el PRI como el PAN no tuvieron la visión para diseñar las políticas públicas que mantuvieran el buen desempeño económico que tuvo lugar entre 1950 y 1980. El último registro de crecimiento económico de 7 por ciento fue en el año 2000.


México está en la media tabla del mapa económico mundial por varias razones. Podría mencionarse que es un país que, desde 1970, se encuentra muy mal administrado: se gastó más de lo que se disponía. Sirvan de ejemplo las administraciones de Echeverría y López Portillo. La corrupción, un flagelo ancestral, no ha podido erradicarse y eso hace de México un país mucho menos atractivo para la inversión tanto foránea como interna.


Ahí está el caso de Brasil, que en 2011 atrajo inversiones extranjeras que rondaron los 66 mil millones de dólares (mdd) en tanto que México solo consiguió una tercera parte de esa cifra (poco más de 20 mil mdd). Una explicación: Brasil castiga la corrupción; en México, no necesariamente.


Brasil ha experimentado una disminución, en años recientes, de su tasa de crecimiento económico y México, en los últimos dos años, ha mostrado un mejor desempeño en este rubro. Sin embargo, pese a ello, el rezago de México se evidencia en el tamaño de su economía. Brasil tiene, en este año, una economía 36 por ciento más grande que la mexicana, medida por el PIB: 2.5 billones de dólares (bdd) en contraste con 1.7 bdd (E. Quintana, Reforma, 12/IX/12). En los años 90 era al revés.


El reto de la próxima administración presidencial es enorme. Peña Nieto ha señalado que se requieren cambios de fondo “porque ya no basta con tener estabilidad macroeconómica”, que por cierto es uno de los legados de los mandatos panistas: control de la inflación y estabilidad de la política monetaria.


Se requiere, además, diseñar una política de crecimiento que alcance al menos, en promedio, 4 por ciento anual y sobre todo mantenerla por un periodo prolongado. Ello contribuiría a robustecer el mercado interno, que es más magro que el de Chile, Argentina o Uruguay. Permitiría la creación de empleos en el sector formal y no en el informal donde se ha generado el mayor número de trabajos en los últimos años.


El número de pobres hace más pronunciada la curva de la desigualdad. En las últimas décadas, las diferentes administraciones presidenciales han sido incapaces de abatir el problema de la pobreza, en sus distintas modalidades (patrimonial, alimentaria, etcétera); hay que recordar que 50 por ciento de la población se encuentra encasillado en alguna forma de pobreza, pese a que el Estado mexicano cuenta con diversos proyectos para combatirla.


Casi todos los países latinoamericanos han dado pasos, unos más significativos que otros, para abatir este lastre. México es uno de los pocos que no ha podido darlos.


La mediocridad del desempeño mexicano se explica también por la deficiente política educativa en que el país está inmerso. De acuerdo con la OCDE, México es el único país perteneciente a ese organismo (hay 34, incluyendo los más desarrollados del mundo) que registra el mayor nivel de desempleo al considerar a la población con mayor escolaridad. Lo anterior es paradójico pues niega rotundamente la premisa de que a mayor educación se eleva la probabilidad de tener un empleo.


Según las cifras del organismo, México ocupa el lugar 34 en la expectativa de que un estudiante puede graduarse a nivel de bachillerato (preparatoria) y el penúltimo en educación superior: solo 1 por ciento de los mexicanos se gradúa en el nivel de educación media superior después de los 25 años (Fernández Vega, La Jornada, 12/IX/12).


Con base en los datos anteriores, puede afirmarse que a nuestro país le falta recorrer un camino largo para poder competir en el área del conocimiento. El desastre educativo del país es un freno para lograrlo, para avanzar en los terrenos de la ciencia y la tecnología; en la innovación y las patentes que son consecuencias del conocimiento científico.


Puede afirmarse que más de 9 de cada 10 pesos de los recursos destinados a la educación se utilizan en el pago de salarios (92 por ciento). El gasto por alumno en México es de 2 mil 875 dólares, en tanto que en Suiza, el país de la OCDE que encabeza este rubro, destina 14 mil dólares por estudiante al año. En otras palabras se invierte más en la burocracia magisterial que en los estudiantes, lo que explica por qué salen tan mal evaluados los alumnos mexicanos en cualquier comparación internacional.


Además, México es el tercer país con mayor número de jóvenes, de entre 15 y 29 años, que ni estudian ni trabajan: 7.2 millones de personas (El País, 11/IX/12). De los países integrantes de la OCDE, los mexicanos son los que más horas diarias trabajan y su productividad es la más baja.


Reconocer estos problemas que, en su conjunto, explican la mediocridad del país y su ubicación en la media tabla internacional es el primer paso. Empezar a diseñar las políticas para combatirlos es el siguiente.


La exposición que hizo el secretario Gurría, independientemente de sus intenciones políticas, ante el presidente electo Peña Nieto, de tomarse rigurosamente en cuenta, podría ser el detonador para esbozar un plan nacional de desarrollo para la próxima administración presidencial. Se acabó el tiempo y tenemos que dejar atrás la mediocridad.

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