viernes, 14 de septiembre de 2012

El cadáver que mostraron a Peña Nieto



Autor: Juan Bustillos

 La analogía es adecuada: Ayer, cual si fuera cirujano, Felipe Calderón hundió el bisturí, abrió el cadáver y mostró al Presidente electo lo que le va a heredar. Nada que Enrique Peña Nieto ignore.
 
La bien cuidada redacción del boletín oficial dice que el Gabinete de Seguridad le entregó un diagnóstico que sólo conocen los autores, Peña Nieto y Roberto Campa Cibrián, pero traducido a términos periodísticos es escalofriante.


Lo rutinario sería referirse a los muertos en cuya cifra ya nadie se pone de acuerdo. Algunos dicen que 50 mil y otros que 70 mil, pero el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, que gustaba hablar de los mitos de la guerra contra el crimen organizado, hace mucho que ocultó las estadísticas en el archivero.


De los “daños colaterales” (ciudadanos que tuvieron la desgracia de no obedecer la orden de detener sus vehículos en un retén policiaco o militar; mujeres violadas por la tropa embrutecida, etcétera) y de los “desaparecidos” se ocupa, y no se da abasto, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.


Algunos mexicanos han llevado el caso a La Haya, con la esperanza de someter a juicio al Presidente Calderón a causa de los desaparecidos, pero no tendrán suerte.


Por hoy es imposible saber qué contiene el “diagnóstico”, pero imagino que no menciona la cruenta guerra desatada hacia el interior del Gabinete de Seguridad; agravada, si es posible, por los últimos acontecimientos protagonizados por policías federales en el aeropuerto capitalino, Tres Marías, Cuernavaca, etcétera.


Esta guerra se refleja en periodicazos que sufren el general Guillermo Galván, la procuradora Marisela Morales y el almirante Francisco Saynez.


Desde luego, no debe constar la desilusión del Presidente Calderón, porque mientras él se dedica a recorrer el país fustigando a las policías municipales y estatales, los federales llenan las primeras páginas de periódicos y revistas, y los mejores tiempos de la radio y la televisión.


Calderón ha justificado la guerra contra el crimen organizado con el argumento, válido, de que Vicente Fox y los gobiernos priístas le entregaron un mugrero porque se hacían de la vista gorda o estaban coludidos.


Sin embargo, ¿qué podría alegar en defensa de su gobierno si Peña Nieto inaugurara el suyo haciendo un resumen del diagnóstico?


Poiré y el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, dirán que los 60 mil o 70 mil muertos son delitos del fuero común, porque los narcos se matan entre ellos y, luego, entonces, es problema de los gobernadores y no del gobierno federal.


Tienen razón, pero las masacres empezaron cuando alguien aconsejó a Calderón apedrear el panal sin contar con soldados, marinos y policías adiestrados para enfrentar un problema de la envergadura que desataron.


Ya habrá tiempo y espacio para ir al fondo, pero ¿qué puede hacer Peña Nieto con el cadáver putrefacto y maloliente que le dejan?


En realidad le heredan una trampa: Si disminuye la violencia, como es su prioridad, los que se van dirán que pactó con los criminales; si, en cambio, los niveles de sangrientos de la actualidad permanecen o crecen, justificarán su propio fracaso.


Por lo pronto, el almirante Saynez, que no se chupa el dedo, desató el enojo oficial recomendando al Presidente electo olvidar la estrategia de Calderón, usar más inteligencia y dejar de utilizar a las Fuerzas Armadas de manera masiva.

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