lunes, 10 de septiembre de 2012

Colombia: No es un proceso de paz

Colombia: No es un proceso de paz – por Eduardo Mackenzie

Digámoslo de una vez: lo que están preparando el presidente Juan Manuel Santos y los jefes de las Farc no parece ser un “proceso de paz”. Bajo el auspicio de dos Estados narco-terroristas, Cuba y Venezuela, y con la ayuda del ambiguo gobierno de Noruega, Colombia se estaría metiendo en un callejón sin salida y sin nombre. A la luz de los elementos disponibles no es difícil deducir que, en el escenario que se está abriendo, Bogotá está jugando el  papel de comodín dentro de un plan mucho más vasto y que  va más allá de la paz en Colombia.
Otros rasgos que acompañan la propuesta de Santos alimentan esa duda: el silencio de la dirección de las Farc respecto de lo que  anuncia Santos, y el secretismo excesivo y las numerosas mentiras oficiales que precedieron la súbita proclama del mandatario colombiano.
Todo esto permite deducir que podríamos estar frente a una operación de colaboración política del poder ejecutivo con el “bolivarismo” venezolano y no ante unas verdaderas tratativas “de paz”.

El escenario es complicado pues es una jugada a tres o cuatro bandas montada probablemente por los hermanos Castro, ante la inminencia de sacudimientos políticos en Venezuela.  El fraude electoral que estaría preparando el régimen de Hugo Chávez podría desatar la cólera de las mayorías venezolanas y colombianas. Mejorar la imagen de Chávez como un hombre “de paz”, que puede ayudar a Colombia y a Santos frente a los desafíos de las Farc, contribuiría, por el contrario, a estabilizar la situación del déspota venezolano. Y a llevar a Santos a una posición de neutralidad ante un eventual cataclismo político en Venezuela.
Así, han logrado convencer al presidente colombiano de que Caracas y La Habana podrían ayudarle. En realidad  se trata de lo inverso: de que Santos ayude a la estabilización de Chávez y a la continuidad de la masiva ayuda petrolera venezolana a Cuba.
El plan parece haber sido organizado rápidamente cuando la salud de Chávez se agravaba y la emergencia de un candidato de oposición creíble, Capriles, irrumpía con fuerza en Venezuela.  Una serie de hechos ocurridos entre el 20 de febrero y comienzos de marzo de 2012 muestran ese brusco viraje, que nadie vio como tal en ese momento. Sin embargo, los hechos son elocuentes.
El 5 de marzo, el presidente Santos anunció un intempestivo viaje a Cuba. Allí se entrevistará con Raúl Castro y con Hugo Chávez, quien estaba en la isla para ver a sus médicos. Los pronósticos de salud de éste estaban en un nivel muy bajo. El motivo del viaje de Santos a Cuba pareció baladí: explicar al líder cubano que él no sería invitado a la cumbre de las Américas. Respecto de Chávez, Bogotá dijo que Santos firmaría con éste un anexo a un tratado de libre comercio con Venezuela.
La víspera de ese viaje a La Habana,  el jefe de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverry, alias Timochenko, había publicado una carta en la que anunciaba que liberaría a diez uniformados secuestrados. El texto subraya que  las Farc están dispuestas a “apostarle a una reconciliación del país”. El cambio de tono del jefe de las Farc era enorme pues cuatro meses antes, Timochenko, en otro texto, había insultado y amenazado de muerte al presidente Juan Manuel Santos y lo había comparado con Hitler. “Creo que a los Santos y Pinzones les reserva una suerte similar el destino” (similar a la de Hitler, según Timochenko). El 26 de febrero, Timochenko había comenzado a bajarle el tono a sus diatribas y anunciado que las Farc  no volverían a  cometer “secuestros con fines económicos”. Santos respondió que ese súbito viraje  era “un paso importante pero no suficiente” y que las Farc debían cesar sus emboscadas y los ataques contra la población civil. Lo de Timochenko no era más que un anuncio (que no fue respetado por él) para ambientar un escenario de negociación con el jefe del ejecutivo.
El 3 de marzo, como en una comedia rica en intrigas, la ex senadora destituida Piedad Córdoba hizo una aparición: mediante una entrevista con Yamid Amad se dirigió al presidente Santos y le exigió  “definir algún tipo de acuerdo entre el gobierno, las Farc y el Eln” o de lo contrario, advirtió,  “habrá más guerra”. Sobre todo, Piedad Córdoba deslizó otra idea: que el gobierno acepte un “cese bilateral de fuego”.
El 22 de febrero, el gobierno Santos había dado marcha atrás  en un punto de la reforma de la justicia: retiró de ese proyecto, sin mayor explicación, el artículo relacionado con el fuero militar. La prensa aseguró que la Casa Blanca había exigido tal retiro. Algunos sugieren ahora que al día siguiente de ese retiro, el 23 de febrero, se realizó en La Habana el primer “encuentro formal”, y clandestino, entre enviados de las Farc y Enrique Santos, el hermano del presidente colombiano. El Tiempo afirma que Santos envió el mensaje de que la perspectiva de las negociaciones debía ser “el cierre definitivo del conflicto” mediante unas conversaciones rápidas.
Se ve pues que a mediados de febrero de 2012 había ya bajo la mesa, y a escala internacional, una serie de movidas y de gestos aunque el poder ejecutivo colombiano se abstuviera de revelar que éstos hacían parte de la confección de una vasta operación política.
Dos puntos más ilustran las maniobras secretas de febrero-marzo: 1.- la orden dada por el gobierno venezolano de deportar a Colombia a Enrique Santiago Romero, alias Caliche, un miembro del estado mayor del Eln, y 2.- las expresiones de mal humor del Palacio de Nariño contra el matutino El Colombiano, de Medellín, por las críticas de éste hacia al gobierno de Santos, y los anuncios de asfixia financiera que estaba sufriendo en esos momentos La Hora de la Verdad, el noticiero que el ex ministro y periodista Fernando Londoño Hoyos dirige en Radio Súper, de Bogotá.
Probablemente, también en marzo, un frente de las Farc decidió en Cali comenzar  los preparativos para atentar en Bogotá el 15 de mayo contra Fernando Londoño Hoyos, el crítico más acerado del “Marco para la Paz”.  No puede ser una casualidad que el 3 de marzo, la Dijín haya desmantelado una base clandestina de las Farc en Usme, al sur de Bogotá, y que haya observado que por allí había pasado uno de los “explosivistas” de Henry Castellanos Garzón, alias Romaña. Las autoridades pensaron que ese lugar era únicamente un “hospital” de terroristas.
Por ignorar que esas maniobras subterráneas existían algunos observadores del “proceso de paz” se pusieron de nuevo a ver los árboles pero no el bosque.  Se mostraron intrigados y hasta entusiasmados con el temario “de discusión” que, se supone, van a tratar los delegados de Santos y de las Farc en no se sabe dónde. Empero, antes de  examinar la pertinencia de esos temas habría que saber si ese tinglado tendrá por meta realizar una discusión genuina o si la idea, oculta hasta ahora, es la de que el Estado colombiano termine aceptando el modelo de sociedad que defienden no sólo las Farc sino, sobre todo, Cuba y Venezuela, a cambio de una paz incierta.
¿Quién puede creer que esas dos dictaduras que han intentado durante décadas, y por diversos modos, incluso los más viles y sangrientos, derrumbar la democracia colombiana, van ahora a renunciar a esas ambiciones imperialistas y a obligar a sus peones de las Farc a firmar unos acuerdos que respeten la Constitución colombiana?
¿Quién puede creer que los esfuerzos de La Habana en este juego apuntan no a buscar la preservación de sus intereses nacionales sino los de Colombia?
A lo mejor (es decir, a lo peor), se trata de lo contrario: que los negociadores de Santos acepten tragarse la culebra de un socialismo a la cubana, de unas nuevas instituciones de esencia colectivista, contrarias a nuestra Constitución, todo bajo la apariencia de pactar unos “grandes avances sociales y políticos”, los mismos que la horrible “oligarquía colombiana” habría históricamente “rechazado”.
Una parte de la opinión pública comienza a ver que lo de Santos no es claro, ni en sus objetivos ni en sus métodos, y que el proceso que nos anuncia tiene muy poco de paz y mucho de rendición.
Estas “conversaciones de paz” serán como la falsa negociación de tres años en el Caguán: temas e ideas a granel para sostener un diálogo ficticio con el poder civil mientras que las Farc, en realidad, tratan de reorganizarse desde el punto de vista militar, para golpear por sorpresa y desbordar al Ejército. Las discusiones del Caguán sirvieron para que el gobierno de Andrés Pastrana entrara, de hecho, sin admitirlo, en una especie de co-gobierno disimulado con Tirofijo. Hay que volver a abrir el expediente de esas extrañas discusiones para ver qué ocurrió realmente entre  1999 y 2002. Así podremos ver más claro cómo serán las “negociaciones” que le esperan al presidente Juan Manuel Santos.
No estamos pues ante un proceso de paz. Estamos ante un animal diferente que habrá que escudriñar, desnudar y definir.
Por el momento,  emerge el espectro de un pacto de colaboración (en el peor sentido del término) entre Santos, las Farc y Caracas. Un pacto que apunta a satisfacer los intereses estrechos de esas  “partes”, y de Cuba y Venezuela, y que pone en peligro los intereses vitales de Colombia.
Como lo dije en una entrevista reciente con Fernando Londoño Hoyos y La Hora de la Verdad,  invito a los politólogos, violentólogos, periodistas,  y a los otros observadores de la vida colombiana, a lanzarse al ruedo de esta discusión con espíritu crítico, con informaciones factuales, análisis, caracterizaciones y definiciones nuevas, incluso contrarias a la que aquí esbozo, sobre el “nuevo proceso de paz”.
Por eso es tan importante rechazar la tesis de quienes aconsejan en estos momentos a los periodistas optar por la autocensura, “dejar de informar muchas cosas” y, peor, “ceñirse a lo oficial” acerca del futuro “proceso de paz” para no “perjudicarlo”, para no “frustrar la paz”. La hora es, por el contrario, de lucha para saber más acerca de la realidad de ese obscuro “proceso de paz”, y para impedir que nuestras libertades, sobre todo las de investigación, expresión, información y de prensa, no sean  mutiladas. Este “proceso de paz” que arranca de manera tan turbia, y  que algunos quieren que siga siendo ultra secreto, debe ser iluminado por la inteligencia, la honestidad, la entereza de los periodistas y de todos los hombres y mujeres libres de Colombia.
La posición intelectual que consiste en pensar que cada acercamiento entre las Farc y el gobierno debe ser definido como un “proceso de paz”, es insostenible. Esa fórmula fue acuñada precisamente por las guerrillas durante la Guerra Fría para darse el inmerecido estatuto de interlocutor necesario y para tratar de imponerse políticamente sobre un adversario que las habían vencido en el terreno militar.
La negociación no será con un adversario vencido. La experiencia que las Farc han acumulado en estos diez últimos años es considerable. Veamos sólo tres elementos: 1.- Ellas no han olvidado las técnicas que utilizaron con relativo éxito en las negociaciones del Caguán. 2.- Ellas sobrevivieron pues la ofensiva del Estado durante los  ocho años de gobierno del presidente Álvaro Uribe fue interrumpida, y 3.- Lograron salir del túnel y doblegar la posición oficial de Santos de no negociar si éstas no daban muestras reales de cesar sus ataques.
Las Farc y sus aliados externos son, pues, quienes dirigen este juego y no el gobierno de Santos.
¿Cuándo y por qué el presidente Santos cambió de idea y aceptó  negociar “en medio del conflicto”? Pues él antes rechazaba ese esquema. El Tiempo que parece conocer muchos detalles de los “diez encuentros” secretos, no ha dicho una palabra al respecto.  En el cambio de actitud del presidente Santos pudo haber intervenido gente que está por encima de las Farc. La conversión de Santos al viejo esquema tan favorable a las Farc (lo que siempre arruinó toda posibilidad de una negociación verdadera) podría ser el resultado de un  complejo montaje de presiones que pretende defender, sin decirlo,  intereses que no son exactamente los de Colombia.

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