miércoles, 14 de marzo de 2012

La indefendible representación política

Los Principios del Comando Legitimo

Tom Hanks y Passepartout son los dos únicos habitantes de una isla del Pacífico. Ninguno está al tanto de la existencia del otro, hasta que un buen día, se encuentran. Lo que sucede luego, es digno de ser analizado. ¿Se saludaran amablemente y se dedicaran a sus respectivos quehaceres? ¿Acordaran cooperar para su mutuo beneficio? ¿Pelearán? ¿Quién podría saberlo? Sin embargo, podemos estar razonablemente seguros en suponer que si Hanks fuese a comandar a Passepartout al son de “empuje esa barcaza y levante ese fardo” (“¡Tote dat barge! ¡Lif’ dat bale!”, estrofa de Ol’ Man River) o le demandara a Passepartout abandonar el vil hábito de tomar jugo de coco mientras come pescado, o le insistiera para que cooperara con él en las tareas de caza y pesca, o se abstuviera de trabajar los Domingos –en breve, si Hanks intentara de alguna manera que Passepartout obedeciera sus órdenes, Passepartout, creo, con justa causa se resentiría, y probablemente resistiría tales medidas. Por supuesto lo mismo sucedería si se invirtieran los roles, si Passepartout asumiera el rol de pretendido comandante.


Una trama del tipo Hanks-Passepartout puede ser replicada en innumerables variaciones literarias, limitadas sólo por la propia imaginación. Por ejemplo, más gente puede ser agregada a la población de la isla, y esto resultar en la mayor ocurrencia de relaciones posibles, lo cual no cambiaría la naturaleza de tales relaciones. Los principios esenciales respecto de la legitimidad del comando pueden ser establecidos reflexionando sobre nuestro drama insular:
  1. Adam puede en forma legítima ordenar a Benjamin que se abstenga de realizar la acción C si y sólo si C constituye un demostrable inicio de agresión contra la persona o propiedad de Adam o contra la persona o propiedad de otro ser humano inocente.
  2. Adam puede en forma legítima ordenar a Benjamin que realice la acción C si y sólo si C es un elemento de un acuerdo vinculante entre Adam y Benjamin al cual se arribó en forma libre (no coercitiva), y C no viola la condición
  3. En ninguna otra circunstancia puede Adam comandar a Benjamin en forma legítima.
  4. Si, en 1, Benjamin se niega a abstenerse de la acción C, entonces Adam puede utilizar una fuerza proporcional para contenerlo o castigarlo.
  5. Si, en 2, Benjamin se niega a realizar la acción C, Adam puede utilizar una fuerza proporcional para obtener una compensación.
  6. Si, en 3, Adam ordena algo a Benjamin, Benjamín puede negarse a cumplir con esa orden y, de ser apropiado, puede resistirse a esa orden con una fuerza proporcional.
Lo que es válido para uno es válido en general, por eso si ninguna persona tiene el derecho a comandarme, tampoco dos personas actuando en forma separada o concertada tienen ese derecho. Pueden, por supuesto, combinarse para utilizar su fuerza superior de en aras a coaccionarme para complacer sus requerimientos, pero eso es una cuestión de poder, no de derecho. Ya sea que quienes pretendan comandarme sean uno, dos, siete, 1223, o 10 millones, no será, excepto bajo las condiciones enumeradas anteriormente, una cuestión de derecho.

Gobernantes y Gobernados

Entonces, consideremos la situación a la que todos nosotros debemos hacer frente todos los días. En todo estado moderno, un grupo de personas -generalmente un relativamente pequeño grupo de personas- pretenden tener la autoridad de comandar a la masa de la población para hacer o abstenerse de hacer tal o cual cosa. No poseen ese derecho por virtud o por alguna gracia divina, aunque fuese por virtud o su manifiesta inteligencia superior o calidad moral la triste experiencia nos demuestra que nuestros anticuados líderes, en su mayoría, no son mejores que el resto de nosotros y a menudo, lamentablemente, son peores. ¿Por cuál derecho, entonces, claman ellos poseer la autoridad para comandarnos, para sancionar leyes que gobiernan muchísimos, sino todos, los aspectos de nuestras vidas?
El gobierno (como se le llama al ejercicio sistemático de comandar) requiere de una justificación. Sin traer a colación la cuestión anárquica mas fundamental referida a si el gobierno tiene alguna justificación -en el contexto de este escrito, prescindiremos de esa pregunta- simplemente nos preguntamos porque ellos tienen derecho de instarnos a pagar impuestos o servir en las fuerzas armadas o abstenernos de ingerir drogas no-aprobadas por el gobierno o de conducir sin cinturón de seguridad. Es de preguntarse por qué algunos son gobernantes y otros los gobernados.
En el pasado no tan lejano, quienes clamaban el derecho a gobernar a otros lo hacían porque tenían, según ellos, un mandato de Dios (casi como los Blues Brothers pero con ambiciones más profundas); o eran mejor que el común por virtud o por su intelecto sobresaliente, personalidad hidalga, voluntad Nietzscheana, árbol familiar distinguido; o tenían más dinero que el campesinado; o simplemente eran más poderosos que la mayoría. Cualquiera hubiera sido la característica que tuviera tal justificación en el pasado, no posee ninguna en el presente. Las teorías del gobierno por mandato divino se encuentran en un mínimo histórico en el mercado intelectual, las teorías de gobierno aristocráticas carecen de respeto, menos aún las teorías oligárquicas, y las teorías de “el poder es derecho” están, como siempre lo han estado, en absoluta bancarrota. En la arena de la justificación gubernamental, sólo queda el juego de la democracia, el único elemento de fe del mundo contemporáneo, no es que Dios haya muerto o que el fútbol sea un juego bonito; se trata de que la democracia es algo bueno. Tan enraizada, difundida y aceptada es esta creencia que ponerla en duda sería una invitación al desbarajuste, desconcierto, desorientación y cuando queda en claro que uno no está bromeando, la consternación, descreimiento y burla.

Democracia y Representación

La clave para la justificación y aceptación popular de la democracia es la idea de la representación: aquellos que son gobernados se supone lo son por aquellos que los representan y por tanto, se afirma, al ser gobernados por quienes los representan, estarían en efecto siendo gobernados por sí mismos. Esto solucionaría el problema de por qué, en cualquier estructura política, algunos gobiernan y otros son gobernados. Si gobernantes y gobernados son, en efecto, uno y lo mismo, entonces el problema de una persona o grupo de personas comandando en forma arbitraria a otros, desaparece. La justificación del gobierno político, entonces se sostiene en la democracia, y la justificación de la democracia a su turno se sostiene en la representación. Si la rama de la representación se quebrara, se vendría abajo la cuna de la democracia, con bebé y todo.
De una manera menos metafórica, si la representación no puede ser explicada en forma satisfactoria, entonces la democracia representativa o indirecta, el último contendiente en pie para la justificación del gobierno político (en el sentido de la división de la humanidad entre gobernados y gobernantes) no se encuentra en una mejor posición que sus competidores desacreditados.
A pesar de la importancia central del concepto de representación, no parece haber sido realizado mucho trabajo al respecto. Un trabajo clásico sobre este tema es una obra de Hanna Pitkin que ya tiene 40 años, The Concept of Representation.2 Ella avala mi reclamo respecto del enlace entre democracia y representación, señalando, “la popularidad contemporánea del concepto [de representación] depende mucho del hecho de haberse ligado a la idea de democracia” (p. 2). A pesar que, como señala correctamente, “inicialmente, ni el concepto ni las instituciones a las cuales se les aplicó estaban ligadas de forma alguna con elecciones o democracia” (p. 3). La conexión contingente de la democracia con la representación es ahora meramente de interés histórico. Para la mente contemporánea, la democracia y la representación están tan entrelazadas que son casi conceptualmente indistinguibles.
Dado que contemporáneamente existe un firme vínculo entre democracia y representación, un problema de la filosofía política es cómo mejor concebir el concepto de representación política. ¿Es un representante político un agente de aquellos a quienes representa, que se limita a llevar a cabo sus ordenes? ¿O es un fideicomisario, libre de actuar en el interés de aquellos a quienes representa de acuerdo a su mejor juicio respecto de cuáles son esos intereses? ¿O no es ni un agente ni un delegado, siendo simplemente capaz de hacer más o menos lo que guste una vez electo? ¿O existen más posibilidades mas allá de estas? El libro de Pitkin es un análisis extenso de las diversas opciones.
Creo que la idea de la representación política deriva tal fuerza retórica de un conjunto de analogías no problemáticas, instancias ordinarias de representación, algunas de las cuales esbozaré luego; que ninguna de esas instancias ordinarias de representación puede ser extrapolada sin pérdida al reino de la política, y que en definitiva no existe una idea coherente de representación política que pueda sobrevivir el escrutinio racional.
Pitkin alega que, en el siglo XX, existía una tendencia a
menospreciar la representatividad de las así llamadas democracias indirectas como míticas o ilusorias. Los escritores… argumentan que ningún gobierno realmente representa, que un gobierno realmente representativo no existe. (p. 4)
No he tenido la oportunidad de encontrar evidencia de tal desprecio aparte de la rama anarquista del libertarismo pero, en cualquier caso, estoy feliz de agregar mi pequeña contribución.

¿Qué es lo que Representa?

¿Existen limitaciones a la representación? Uno podría concebir la imagen de un hombre parado en frente de una asamblea de accionistas diciendo “Yo represento al pequeño inversor y creo que el directorio de la compañía debe ser removido” o, en una universidad, diciendo, “Yo represento al staff administrativo de la universidad y queremos equidad en el trato con el staff académico”. Uno podría cuestionarse si esos representantes son de hecho representativos, pero su reclamo de representatividad de sus circunscripciones parece en principio comprensible incluso si luego surgiera que es falso. Sin embargo, que se haría respecto de un hombre que dijera “yo me represento a mí mismo y creo que el directorio completo debe ser removido” o “yo me represento a mí mismo y demando paridad en el tratamiento con el staff académico de la universidad”. Se vería, sugiero, como una bagatela extraña.
Por supuesto, uno puede imaginar que en circunstancias donde se acostumbra o es convencional para uno ser representado por otro (por ejemplo, como defensor en un juicio legal), uno podría responder a la pregunta “¿Quién te representa?” diciendo “Yo me represento a mí mismo, su Señoría” -claramente, sin embargo, esto debe ser entendido como el equivalente a la negación perfectamente razonable de que cualquier otro esta representándome en lugar de una afirmación de dudoso sentido que yo, de hecho, estoy representándome a mí mismo. Parecería entonces, que una mínima restricción a la representación es que debería existir una distinción entre quien realiza el acto de representar y quien está siendo representado.
Dejando de lado la relevancia de la auto-representación, testemos nuestras instituciones examinando las instancias ordinarias de representación:
  • Me es imposible acudir a una reunión del comité local de residentes. Es una reunión importante en donde se tomaran decisiones de cierta relevancia así que le pido a mi esposa que vaya y asista, sujeta al consentimiento de la reunión. Le informo de mis puntos de vista respecto del asunto importante a discutir y cuando acude ella expone esos puntos de vista como si fueran míos. En esas circunstancias, ella me representa.
  • Se está por decidir un asunto en los estamentos superiores de la universidad. Tiene lugar una discusión en una reunión en el departamento de filosofía y emerge un consenso general. Se instruye a la jefatura del departamento para que haga saber el punto de vista colectivo del departamento a las instancias que corresponden. En esas circunstancias, la jefatura del departamento representa al departamento.
  • Quiero comprar algo en una subasta pero no quiero estar allí presente por miedo a elevar el precio. Contrato a un necesitado e indigente estudiante graduado para que compre una pintura para mí. Le doy instrucciones precisas respecto del precio. El hace exactamente lo que le encargue. El me representa para esta transacción específica.
  • Le otorgo un poder a mis abogados con instrucciones generales pero no completamente elásticas. Mientras se remitan a los limites de esas instrucciones, ellos me representan.
  • Johnson es el integrante local de mi parlamento. Yo no lo voté. No estoy de acuerdo con ninguno de sus puntos de vista. ¿Me representa?
  • Robinson es el integrante local de mi parlamento. Yo lo voté, no porque quisiera activamente que fuera electo pero porque quería evitar que fuera elegido otro candidato con el que coincido menos aún. De esta manera, estoy de acuerdo con alguno de sus puntos de vista, pero no todos. ¿Me representa en todo momento, o sólo cuando sus acciones coinciden con mis puntos de vista?

¿En qué se supone que sean Representativos los Representantes Políticos?

¿En qué son representativos nuestros representantes políticos? ¿Qué significa que un hombre represente a otro? En circunstancias normales, como nuestros ejemplos muestran, aquellos que representan lo hacen a nuestro pedido y dejan de hacerlo a nuestro pedido. Actúan de acuerdo a nuestras instrucciones dentro de los limites de un cierto marco y somos responsables de lo que hagan como nuestros agentes. Es más, la característica central de la representación por agencia, es que el agente es responsable ante su mandante y está restringido a actuar en el interés de su mandante. ¿Es ésta la situación de los así llamados representantes políticos? Los representantes políticos no son (generalmente) legalmente responsables ante quienes presuntamente representan. De hecho, en los estados modernos democráticos, la mayoría de los mandantes putativos del representante le son desconocidos para él. ¿Puede ser un representante político el agente de una multitud? Esto parece improbable. ¿Qué sucede si los mandantes tienen intereses que divergen los unos de otros? Un representante político debe entonces necesariamente dejar de representar a uno de sus mandantes. Lo mejor que puede hacer en estas circunstancias un político es servir a la mayoría y traicionar a unos pocos.3
De las anotaciones de Pitkin,
Un representante político -al menos el típico miembro de una legislatura electa- tiene un distrito electoral más que un mandante único; y eso suscita problemas respecto de si tal grupo no organizado puede llegar a tener incluso algún interés que perseguir, o al menos una voluntad a la cual el pueda responder, o una opinión ante la cual el pueda intentar justificar lo que ha hecho… el representante político tiene un distrito electoral, mas no un mandante. El es elegido por un gran número de personas; y, mientras puede que sea difícil determinar el interés o deseo de cada individuo, es infinitamente más dificultoso hacerlo así respecto de un distrito de miles. En muchos asuntos un distrito puede no tener ningún interés, o sus miembros tener diversos conflictos de intereses. (pp. 215; 219-20)
En la visión de Pitkin, estos pasajes establecen la dificultad en la representación de un distrito. Sin embargo, ella subestima el problema. No es que sea dificultoso representar a un distrito –es más bien que es imposible, y ella misma ha dado la debida muestra de que es así. No existe un interés común para el distrito en tanto un todo, o, si lo hubiera, sería tan inusual que sería prácticamente inexistente. Siendo ese el caso, no existe nada para representar.
Algunos estarán en desacuerdo con la noción de representación expuesta aquí y argumentarán que estamos tratando con un fenómeno considerablemente más complejo, que la representación política es sólo una instancia de una variedad de tipos de representación, que la representación puede ser simbólica, 4 formal, religiosa, o icónica. Primeramente, mientras mis comentarios apuntan primeramente a la representación en tanto agencia, similares consideraciones pueden ser realizadas, mutatis mutandis, respecto de la representación como fideicomisario, delegado o notario, y así sucesivamente. De nuevo, al igual que en nuestro drama de la isla desierta, el punto básico conceptual puede ser comprendido desde el ejemplo simple de la representación como agencia –hay poco para ganar, excepto un tedio soporífero, del ensayo de la inaplicabilidad de los otros casos paradigmáticos de tipos de representación política. En segundo lugar, uno podría coincidir que hay actualmente una variedad de nociones de representación. He mencionado los tipos de representación simbólica, formal, religiosa e icónica. Un tratamiento completo demandaría una discusión respecto de todos ellos y de otros tipos de representación. El espacio no me permite hacer eso aquí, pero me gustaría hacer algunos comentarios acerca de uno de estos tipos que actualmente disfrutan de una ola de popularidad, la representación icónica.
En la representación icónica, se supone que A representa a B si A es como B en algún aspecto en particular; entonces, una mujer, simplemente por el hecho de ser mujer, representa a otras mujeres; una persona de un tipo particular de color de piel, simplemente por ese solo hecho, representa a otras personas con ese mismo color de piel. Pero hay un problema lógico con esto. Todo es parecido con todo lo demás en algún aspecto u otro, y así se concluye que, con esta noción de representación, cualquier cosa de cualquiera representa otra cosa de cualquier otro. Una noción así respecto de la representación la vacía de toda significación real. ¿Qué sentido pueden tener algunas afirmaciones que a veces se hacen respecto de que algún grupo, digamos mujeres, están “infrarrepresentadas” en alguna profesión en particular? En la mayoría de los contextos, no existe representación alguna. Supongamos que yo, un hombre, soy empleado con una especialidad particular en una firma determinada –sólo por el hecho de ser un hombre no represento a los hombres. Por el mismo detalle, no represento a padres, filósofos, los de mediana edad, los irritables, o a ningún otro grupo.
Esos no son ámbitos apropiados para la representación y por lo tanto no puede existir una infra-representación simplemente porque no puede haber representación. (Extrañamente, uno raramente escucha quejas de grupos siendo sub-representados en profesiones carentes de glamour tales como la recolección de residuos o trabajos de alcantarillado).
Otros tipos de representación – religiosa, simbólica, etc. – pueden bien estar cumpliendo un rol en el discurso y acción humanas pero esto no aporta luz al problema central al que estamos abocados aquí, el cual es el de la representación política. No puedo imaginar a nadie satisfecho con un reporte de la representación política que meramente la reduzca a lo simbólico, lo religioso o lo icónico.
Si, en cambio, es perfectamente posible que el concepto de representación sea sistemáticamente ambiguo y que a lo sumo exista un parecido entre los diversos tipos. Si esto fuera así, dejaría la noción de la representación política como si fuera un primo más o menos distante de otro tipo de representación de tal forma que, así como en las relaciones humanas, mientras John se parece a Howard, y Howard se parece a Tim, y Tim se parece a Michael, eso no implica que John se asemeje a Michael de ninguna manera. Sin embargo, Pitkin adopta como hipótesis de trabajo la presunción de que
la representación no tiene un significado identificable, que pueda ser aplicado de una forma diferenciada pero controlada y formas que se puedan descubrir en diferentes contextos. No es precisa ni invariable, pero es única, un concepto altamente complejo que no ha variado mucho en su significado básico desde el siglo diecisiete. (p. 8 )
Su intento de una definición de la forma: “representación, en forma genérica, significa hacer presente de alguna manera algo que no está presente en forma literal o de hecho” (pp. 8-9). Esto es seguido a continuación por otro intento de definición que puede o no ser lo mismo: “en la representación algo que no está literalmente presente es considerado como si estuviera presente en un sentido no-literal” (p. 9). Pitkin admite que sus/estas definiciones simples pueden no ser particularmente de gran ayuda. Es difícil estar en desacuerdo con esa valoración negativa.
Habiendo examinado exhaustivamente las varias instancias de representación no -problemática–
Agente, delegado, notario, y así sucesivamente –concluye Pitkin,
Ninguna de las analogías de la actuación para otros a nivel individual parecen ser satisfactorias para explicar la relación entre un representante político y sus mandantes. El no es ni un agente ni tampoco un fideicomisario ni un delegado ni un comisionado; el actúa para un grupo de personas que carecen de un interés único, la mayoría parecen incapaces de conformar un deseo explicito respecto a interrogantes políticos. (p. 221)
Es dificultoso saber como podría ponerse en evidencia este punto de una forma más clara. Uno pensaría que tal estado de confusión conceptual llevaría a abandonar la idea de intentar descubrir una consideración para la representación política. Pero Pitkin arremete:
¿Debemos abandonar la idea de que la representación política en su sentido más vulgar significa el “actuar para”? Esta posibilidad ha sido sugerida algunas veces; quizá la representación en política sea una mera ficción, un mito que forma parte del folklore de nuestra sociedad. O tal vez la representación deba ser redefinida para que calce en nuestros políticos; tal vez debamos simplemente aceptar el hecho que a lo que hemos llamado gobierno representativo es en realidad tan solo competencia partidaria por una oficina. (p. 221)
Uno está tentado de decir, ¡Sí! ¡Sí! Sin embargo, Pitkin dice, ¡No! Ella piensa que es, tal vez, “un error el hacer una aproximación demasiado directa a la representación política desde la analogía de los varios individuos representados –agente, delegado, notario” (p. 221).
Luego ella procede y sugiere una consideración de tipo sistemático o institucional:
La representación política es en primera instancia un arreglo público, institucionalizado que involucra diversas gentes y grupos, y opera de formas complejas en arreglos sociales de gran escala. Lo que lo transforma en representación no es una acción única por parte de ningún participante, sino los patrones que emergen de las múltiples actividades de las diversas personas por toda la estructura de funcionamiento del sistema. Es representación si la gente (o un distrito) está presente en acción gubernamental, incluso si no actúan literalmente por sí mismos. (pp. 221-22)
Retoma nuevamente esa idea cuando dice,
Cuando hablamos de representación política, casi siempre estamos hablando de individuos que actúan en el marco de un sistema representativo institucionalizado, y va contra el trasfondo de ese sistema como un todo el que sus acciones constituyan representación, si es que lo hacen. (p. 225)
Francamente, esto es un sinsentido, y a lo sumo, un llamado de desesperanza. Se trata de eso. Ninguno de los usos paradigmáticos del término “representación”, como lo son las diversas instancias de ejemplo que Pitkin considera (delegado, agente, etc. ) alcanza para darle sentido a la idea de representación política. Entonces, Pitkin inventa una descripción sistémica sin fundamento. En lugar de individuos representando, tenemos un sistema que representa. Debemos olvidar que hemos sido incapaces de darle sentido a la representación política individual; podemos patear para adelante el problema, ignorando al individuo y adoptando al sistema como en sí mismo representativo. Tomemos el riesgo de comprometernos con esa falacia de composición y afirmemos que si la idea de explicar la representación política por medio del análisis de los individuos como agentes, fideicomisos, y así sucesivamente es tan irrealizable, resulta un problema difícilmente resoluble por el solo hecho de postular al “sistema” como el superagente de representación.
Yo iría más lejos: la descripción sistémica no sólo es de poca ayuda; es tan ofuscante, el aparentar explicar cuando en realidad simplemente se está barriendo el problema debajo de una alfombra pseudo-explicatoria, de una manera que remite al postulado del “poder dormitivo” propuesto por el doctor en Le Malade imaginaire de Molière como forma de explicar las propiedades soporíferas del opio. 5
Si es tan sostenible, la democracia representativa o indirecta requiere de un concepto de representación claro, robusto y defendible. No existe tal aproximación conceptual, y es dudoso que exista alguna vez. Se solía decir que sólo tres cosas eran definitivamente ciertas respecto del Sacro Imperio Romano: no era sacro, no era romano, y no era un imperio. Similarmente, dos cosas son definitivamente ciertas respecto de la democracia representativa: no es una democracia y no es representativa.
En el fondo, la representación es una hoja de parra que es insuficiente para cubrir el desnudo y brutal hecho que incluso en nuestros modernos y sofisticados estados, por más elegante que sea la retórica y por más persuasiva que sea la propaganda, algunos gobiernan y otros son gobernados. La única pregunta es, como señaló Humpty-Dumpty en Through the Looking-Glass, “quien será el patrón –eso es todo”.

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