jueves, 29 de septiembre de 2011

Lavar la vergüenza. Guillermo Feo Calcaño


Unos pocos Generales andan alborotados por el temor -muy razonable, por cierto- de que Hugo Chávez pierda las elecciones en diciembre del próximo año. Uno de ellos, el comandante Wilfredo Figueroa Chacín, jefe de la Guardia de Honor, acaba de gaguear: “Usted (Presidente Chávez) será el comandante por ahora y por siempre (…) no aceptaremos ningún otro Comandante, ya que el amor del pueblo lo ha va (sic) de hacer permanente por muchos años y allí estaremos nosotros hasta que usted lo disponga“. (Diario TalCual, agosto, 2011)

¿Puede concebirse mayor servidumbre y desvergüenza en un alto Oficial de la jerarquía castrense? ¿Es ésta la lección ética, moral y constitucional que un alto jefe de la FAN ofrece a la juventud militar, y aún civil, en un país democrático? Ante los ojos del mundo libre, una cosa así coloca a Venezuela en el trasero de los pueblos de América Latina.

Por supuesto, Hugo Chávez no sólo se empalaga con alabanzas tales sino que las estimula y promueve con su propia conducta desafiante y subversiva, al repetir que seguirá mandando hasta el año 2031. Todo esto da una idea del estado de putrefacción al que ha llegado la vida pública venezolana bajo el cacareo socialista del siglo XXI.

El virus militarista ha sido una maldición en América Latina. Cuba bate la marca actual con 63 años de opresión repartidos entre los regímenes de Fulgencio Batista y los hermanos Fidel y Raúl Castro. A la zaga le va Venezuela con 57 años entre Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez Frías, con el paréntesis de los 40 años de gobiernos civiles 1958-1998. La nota singular en esta materia la escribe Colombia con una sola dictadura de apenas tres años en todo el siglo veinte y lo que va del veintiuno.

Los venezolanos son conscientes de lo que se juegan en las elecciones de diciembre del próximo año. Agrupada la sociedad democrática toda alrededor de la Mesa de la Unidad; acorde con la presentación de una tarjeta única, un programa de gobierno consensual y una media docena de candidatos de probada solvencia política y moral, resueltos a competir con nobleza por el solio presidencial, los augurios de cambio hacia una Venezuela genuinamente democrática, no pueden ser más positivos y seguros.

Pero sería ingenuo pensar que la sola derrota electoral de Hugo Chávez pondrá fin a la catástrofe sufrida por el país durante los últimos trece años. De ello tiene que estar prevenido el ganador de las primarias del próximo 12 de febrero. Mientras exista la actual estructura judicial del país, podrida hasta sus raíces y cómplice a su vez de la espuria mayoría oficial de la Asamblea Nacional, el nuevo Poder Ejecutivo sería el blanco de los más arteros desafíos. Para contrarrestar semejante complejidad institucional, parece no haber otro camino que apelar al Título Noveno, Capítulo tercero de la Constitución: De la Asamblea Nacional Constituyente, en base fundamental al Artículo 350 del mismo Título.

“Dentro de la Constitución, todo; fuera de ella, nada”, como suele remachar con diabólico cinismo el Jefe de la Tribu.

Es aconsejable rememorar lo dicho por el presidente Raúl Alfonsín en la Argentina tras la caída de la dictadura militar: “La casa está en orden”, y en verdad no lo estaba todavía, como lo atestiguaron, entre otros, el agresivo coronel Aldo Rico y sus “caras pintadas”.

De manera que los venezolanos deberán estar muy alertas antes de precipitarse a proclamar como los argentinos de entonces “¡Nunca más!”

El autor es crítico literario y columnista político.

La ONU y el Mundo Hugo-Polar. Milos Alcalay


Durante el Debate General de la ONU que se realiza todos los años y que convoca a más de 150 Jefes de Estado del mundo, pudimos constatar como los Jefes de Estado de América Latina, además de enfocar sus mensajes sobre los temas más importantes de la agenda mundial, no dejaron de lado la defensa de los intereses de sus respectivos países.

Así vimos cómo la Presidenta Kirschner defendió la soberanía de las Malvinas; Evo Morales trató el tema de la salida al mar de Bolivia y recibió la respuesta del Presidente Piñera resaltando la tesis de Chile. Por su parte, la Presidenta Chinchilla, de Costa Rica, denunció las agresiones territoriales de Nicaragua; el Presidente Santos esbozó los logros al normalizar las relaciones con Ecuador y Venezuela; el Presidente Lobo, la posición en defensa de los intereses de Honduras, y así sucesivamente.

El Presidente Chávez desde su sede alterna en La Habana, envíó un mensaje al Secretario General de la ONU. En vez aprovechar el tema central del debate que adoptó la 66ª Asamblea General, que es el tema de la mediación, podría haber destacado el apego de Venezuela a los mecanismos de solución pacífica de las controversias, establecidos en el Acuerdo de Ginebra y, al mismo tiempo, reiterar de manera amistosa pero contundente la defensa de la soberanía venezolana reivindicando los alcances para asegurar la salida de Venezuela por el Delta, asegurando una fachada atlántica y rechazando la decisión unilateral de nuestro vecino de prologar a 350 millas sus nuevas fronteras marítimas, en base a consultas con Trinidad, Barbados y Suriname, pero no con Venezuela, que es el más importante y más afectado, porque se trata de la extensión marítima que se prolonga –en parte- desde las costas que están en el territorio en reclamación.

Pero la comunicación al Secretario General de la ONU no trata sobre temas que interesan a Venezuela -como hicieron sus colegas al defender temas de soberanía de sus respectivos países- sino que es una comunicación desequilibrada que, si bien apoya al Estado Palestino, niega prácticamente la existencia del Estado de Israel al que califica como genocida, sionista, imperialista y resalta una serie de improperios que sobran, y que sólo se identifican con discursos como los de su hermano Ahmadinejad.

Esta desproporcionada actitud es el resultado del culto a la personalidad que adelantan los incondicionales que rodean al líder máximo y que han transformado el discurso “bolivariano”, no en el aporte constructivo de mediación (que era el tema central del debate) para la transformación del “mundo unipolar en multipolar”, sino en proyectar la quimera de un Mundo Hugo-Polar, sin faltar una misa en el Bronx con fotos del Sumo Pontífice criollo, aclamado por el Canciller Ateo de Cuba; el Canciller judío de Argentina y el Presidente boliviano, seguidor de la Pacha Mama, en una iglesia evangélica, todo ello utilizando una cadena de oraciones católicas. Más que un acto ecuménico, parecía una escena del Mundo Hugo-Polar en lo espiritual. ¡Triste papel el que nos ha tocado vivir!

Cámara que siguió a López Obrador 5 años, cuenta la historia del '0.56%' Por Belén Zapata

GUADALAJARA (CNNMéxico) — Un acumulado de 400 horas de grabación, 21 meses de filmación y cinco años de trabajo, fueron traducidos en la 90 minutos de un documental llamado 0.56%, una especie de "detrás de cámaras" del proceso electoral mexicano del año 2006.

El ex candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el personaje central e hilo conductor que lleva al espectador por los intestinos de la contienda electoral que "polarizó a todo un país", como cuenta a CNNMéxico, Lorenzo Hagerman, director del documental.

La cámara sigue y a veces espía a López Obrador, desde las horas previas a su desafuero como ex jefe del gobierno del Distrito Federal (2005), hasta su rendición de protesta como "presidente legítimo" (2006).

"Este documental está listo para salir a salas, y estamos trabajando muy duro para que salga antes del verano, no queremos que se tropiece con las elecciones del 2012 y que se confunda entre las campañas", acota Hagerman.

Como si de una cámara oculta se tratara, el director se mete en la intimidad de las reuniones de trabajo del candidato del PRD a la presidencia de la República; lo sigue durante más de dos años, tratando de ser invisible, "siempre como una mosca en la pared, observando sin distraer", dice el director.

Lo mismo está en las juntas de trabajo del Peje -como es coloquialmente conocido- con su equipo más cercano, que en sus trayectos a bordo del auto tsuru blanco que lo transportó, o en una comida donde un grupo de empresarios debaten la conveniencia o no del proyecto de López Obrador.

El espectador se dará una idea entonces, de cómo Andrés Manuel López Obrador vivió las horas previas a su desafuero, y también será testigo de las marchas y concentraciones multitudinarias en el Zócalo capitalino que arroparon a quien entonces parecía invencible y luego no obtuvo la presidencia; mismas que con el paso de los años y acontecimientos, se reducen a reuniones en plazas pueblerinas donde cuesta trabajo llenar sillas.

Seguidores, detractores, periodistas, politólogos, ciudadanos "de a pie", y hasta una conversación con el entonces candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la presidencia de la República, el hoy presidente de México Felipe Calderón, contribuyen a revivir la disputa electoral del 2006.

La cámara también sigue a la escritora y periodista mexicana, Elena Poniatowska, invitada por López Obrador a participar en su campaña.

Ella es el personaje ansioso, nervioso y hasta cierto punto temeroso, que ayudará a retratar lo que ocurría en el estado de ánimo de las personas más cercanas al Peje.

Ambos personajes sólo coinciden en la escena en la que la escritora, sacará su vena periodística para hacer tres preguntas concretas y reveladoras del estado de ánimo de AMLO -otra manera de referirse al personaje político.

0.56%

El título del documental será muy fácil de relacionar para quienes han seguido de cerca el proceso electoral del 2006, y para los que no, baste decir que fue la diferencia oficial de votos entre el actual presidente de México, Felipe Calderón y su más cercano adversario, Andrés Manuel López Obrador.

Hagerman tiene suficientes razones y argumentos para explicar lo que "no" es el documental que realizó con la ayuda de Lynn Fainchtein.

"No se trata de la verdadera historia de Andrés Manuel López Obrador de principio a fin, no es la verdadera historia del 2006, ni un documental de investigación sobre hechos desconocidos del proceso electoral de ese año", refiere.

Advierte que es un documental que habla de la naturaleza humana y de cómo, la lucha por el poder saca lo más primitivo de los hombres, "no hablo sólo de los candidatos, también hablo de la sociedad que vivió una de las polarizaciones más fuertes que ha vivido México, y que sigue esa polarización y que los únicos que ganan con ello, son los políticos", aclara.

Hagerman quien también intervino en la realización del documental, Presunto culpable (un documental que muestra los procesos deteriorados de un juicio por asesinato en la capital de México), advirtió que la cinta 0.56% está lista para salir a cartelera comercial, sin embargo advierte lo complicado que resulta en un país donde los distribuidores apuestan poco por este género.

"El público tiene sed de ver documentales, tiene necesidad de ver diferentes puntos de vista sobre las coyunturas y sobre las necesidades del país, desde una historia cotidiana hasta la política que ha sido un tabú en el cine", refirió.

-¿Por qué no se les brindó el mismo espacio a los otros dos candidatos más fuertes a la presidencia de la República?

"El documental ideal el que me hubiera gustado es un montaje paralelo entre los tres candidatos, pedimos los accesos a los otros dos candidatos y no aceptaron porque nos identificaban con el adversario, es la lógica en el poder, estás conmigo o en mi contra.

"Entiendo que suceda por la falta de referentes, al mismo Andrés Manuel, para explicarle lo que queríamos hacer no fue tan fácil, corrimos con la suerte, nunca se lo pregunté pero ahora que salga, alguien se lo preguntará, por qué aceptaste que la cámara te siguiera, que yo sepa, en la historia nunca había habido un político que aceptara el reto de que una cámara lo siguiera.

"Ahora se dice fácil, pero no es así, todos los días había que luchar por el acceso, todos los días teníamos que explicarle por qué queríamos entrar a una reunión, porque el documental no es una crónica de qué pasó, es una crónica de cómo pasó."

-¿'Presunto culpable' abre camino para la proyección de '0.56%'?

"Debería, todo ayuda. Todo lo que se hace en torno al cine documental ayuda. Es útil que se presente en el Festival de Guadalajara, ayuda todo el cuestionamiento que se ha hecho en la distribución de Presunto Culpable porque avanzamos en afianzar y mejorar la distribución, ayudaría que las televisoras públicas abrieran un espacios.

"Yo tengo una sala de cine hace tres años en Mérida (Yucatán) que se llama la 68, dedicada exclusivamente a la presentación de cine documental, sé y tengo los datos, de cómo crece el público cuando presentas cine documental, este tipo de cosas son las que siembran público y las que más ayudan."

0.56% se proyecta en el marco del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, que concluye el viernes 1 de abril, cuando se daran a conocer los ganadores de entre 14 documentales mexicanos en competencia.

Descifrando al nuevo presidente del Perú

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por Mary Anastasia O'Grady

Mary Anastasia O’Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.

En una entrevista realizada la semana pasada en Nueva York, el presidente de Perú, Ollanta Humala, enfatizó su postura de que la Constitución peruana de 1993 fue redactada durante "la dictadura" del ex presidente Alberto Fujimori. A raíz de eso le pregunté si es partidario de una reforma.

Es una pregunta que interesa a peruanos e inversionistas extranjeros por igual debido a los antecedentes de Humala. En una época era aficionado del caudillo venezolano Hugo Chávez, quien usó una asamblea constituyente y una reforma constitucional para consolidar su poder y permanecer en el cargo durante los últimos 12 años. El presidente de Bolivia, Evo Morales, y el de Ecuador, Rafael Correa, han copiado el modelo venezolano y aplastado el pluralismo democrático en sus países.

En reiteradas ocasiones, Humala ha dado señales de querer distanciarse de Chávez. Por ello, esperaba un desmentido tajante como respuesta a mi pregunta, que se podía contestar con un "sí" o un "no". La respuesta, en cambio, fue confusa.

Primero vino un soliloquio que parecía guardar poca relación con el asunto: "Creo que Perú necesita un cambio. Estoy acostumbrado a trabajar. Lo he hecho toda mi vida. También he estado en el ejército, acostumbrado a trabajar en lo que he encontrado. Voy a trabajar en cualquier asunto que enfrente". Luego habló de sus discursos centrados en aumentar la "inclusión social" y explicar por qué cree que las mineras que generan altas ganancias tienen que hacer un mayor aporte a las arcas públicas.

Tras ello, agregó: "Con las constituciones de 1993 y 1979, ya hicimos eso mediante una estrategia de diálogo, sin necesidad de desechar el marco legal. El pueblo me eligió para que cumpla lo que propuse en la campaña, no para entrar en discusiones ideológicas o temas que al cabo no resuelven sus problemas diarios. Lo primero que estoy haciendo es resolver los problemas de mi pueblo".

Interpretar tales respuestas a preguntas clave se ha vuelto la afición más popular en Lima, lo cual es comprensible. Si Humala en verdad ha moderado sus opiniones anteriormente extremas sobre la propiedad y el control estatal de la economía y dejado de lado las ambiciones que puede haber tenido de copiar a Chávez, es probable que la paulatina modernización y el crecimiento acelerado de Perú puedan continuar. ¿Pero qué pasaría si el militar retirado, quien encabezó un fallido golpe de Estado, simplemente ha suavizado su discurso para ganar la muy reñida segunda vuelta electoral contra Keiko Fujimori? En ese caso, el progreso está en riesgo.

Vestido con un traje azul oscuro, una inmaculada camisa blanca y una corbata carmesí, el presidente prolijamente afeitado y peinado articuló sin dificultad el punto de vista de que la estabilidad macroeconómica, por medio de políticas "sensatas y prudentes", es una prioridad de su gobierno. En estas condiciones, dijo, podrá consagrar significativos recursos para su meta más amplia de "inclusión social".

Le señalé que la inclusión social, que parece estar vinculada a la preferencia de Humala por lo que él llama "la economía social del mercado", puede sonar a una política encaminada a producir igualdad económica. Él lo negó.

La "inclusión social", aseveró, consiste en "transformar el Estado" de manera que los servicios que debería proveer lleguen a comunidades que tradicionalmente han sido ignoradas por el gobierno central. "Hoy (el Estado) está concebido para servir al 30% de la población", indicó. "No hay inclusión social para el 70% restante", y por ello "no tienen la oportunidad de desarrollarse".

Son metas elogiables en un país donde los servicios públicos para los pobres han sido inexistentes durante mucho tiempo. No obstante, la fe de Humala en la voluntad política como antídoto para la deficiencia del gobierno parece ingenua en el mejor de los casos. La experiencia enseña, por ejemplo, que la educación administrada centralmente por el gobierno casi siempre es defectuosa. Más aun, algunos servicios públicos en Perú, como caminos y puentes, son el trabajo de gobiernos regionales. Aumentar su transparencia requiere de reformas políticas.

Tampoco hay que perder de vista la visión de Humala sobre las empresas estatales. "No construiré una economía estatista", me dijo. "Pero lo que crea empleos es trabajo", y no importa si la empresa es pública o privada. Más aun, insistió, "sin importar si un negocio es privado o público, siempre hay corrupción".

La fe de Humala en el Estado peruano es inquietante y el pésimo historial de gestión del Estado peruano es sólo una de las razones. De todos modos, estas ideas difícilmente son radicales. Algunos, incluso, sospechan que sus consultores brasileños lo han convencido de que el ex presidente brasileño, Lula da Silva, hizo lo correcto cuando permitió que el mercado funcionara al tiempo que manifestaba lealtad a la vieja agenda socialista del izquierdista Partido de los Trabajadores. Las designaciones de Humala en el banco central y en el instituto de defensa de la competencia y protección de la propiedad intelectual, ambos con firmes credenciales de mercado, apuntalan esta teoría.

Aun así, los peruanos todavía están conjeturando para qué lado es probable que vire el presidente. Responder a estas preocupaciones en forma directa ayudaría mucho a afianzar su credibilidad y aumentar la confianza nacional. Muchos se preguntan por qué vacila en hacerlo.

El Salvador: Sobre los impuestos a los ricos

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por Cristina López G.

Cristina López es Licenciada en Derecho, columnista de El Diario de Hoy y Directora Ejecutiva de CREO (www.creo.org.sv).

La crisis económica ha frenado el crecimiento de la antes pujante economía salvadoreña y hay mucha responsabilidad que repartir cuando se revisan las medidas tomadas por nuestros gobernantes para sacar a la nación adelante.

Cuando más tendrían que priorizarse las políticas públicas y reducirse el gasto público, nos encontramos ante un gobierno adicto a la compra superflua y a las tarjetas de crédito. El fatal equivalente de regar jardines ornamentales en tiempos de sequía mortal, pero con agua prestada, y cuya devolución será carísima.

Como si lo anterior no fuera suficiente, en lugar de quitar la grasa burocrática que no hace más que estorbar la eficiencia del Estado, la contratación de plazas públicas ha subido como espuma de gaseosa batida: a juzgar por el número de cotizantes del ISSS (Instituto Salvadoreño del Seguro Social) empleados en el sector público, desde junio de 2009 el gobierno ha crecido en casi 15.000 plazas laborales. Lo anterior se vuelve escandaloso, cuando se agrega el dato de que un empleado público gana un 40% más que un empleado del sector privado con las mismas capacidades (fuente: Robertson y Trigueros, 2011). Esto no indica, como dirían algunos, que “el sector privado paga mal”. Más bien, señala tristemente, que tenemos un Estado cuyos malos servicios son carísimos de producir.

Con estos antecedentes, no es extraño que el sector privado se oponga a los aumentos de impuestos que quieren dirigirse con nombre y apellido desigualmente a un sector de la población, citando como justificación ante esta injusticia progresiva, el noble “sacrificio social”. El problema de los “impuestos a los ricos”, es que, como Pamela Anderson, son sexy pero falsos: a pesar del apoyo popular que reciben, pocos visualizan que al final, no los terminan pagando solo “los ricos”. Los termina pagando la clase media, en el consumo de los productos cuyo precio se incrementa. Los pagan los desempleados, con los empleos perdidos por las inversiones que dejan de hacerse.

También se esgrime que la justificación de un aumento teledirigido descansa en que nuestra carga fiscal es muy baja. Al hacer este argumento, y comparar nuestra carga fiscal con otros países, se olvida la otra cara de la moneda: los servicios que recibidos en esos otros países con carga impositiva superior, son también superiores. Al analizar nuestra carga fiscal, no se suman los impuestos escondidos que pagamos con las calles e infraestructura dañadas, y sobre todo, los altísimos costos de seguridad, que se convierten en impuestos que se pagan a los delincuentes dominan territorios debido a un servicio no prestado del gobierno, como lo es el de garantizar seguridad.

El innegable atractivo retórico de que los ricos deberían pagar más, ciega a las partes de proponer soluciones que tendrían resultados más efectivos: ¿qué tal si se focalizan los subsidios, y se dirigen solamente a quienes realmente son pobres? Quienes reclaman la injusticia de que las clases altas no pagan más impuestos, deberían, en un ejercicio de honestidad intelectual y consistencia, quejarse con la misma fuerza sobre los ingresos que percibiría el Estado si eliminara la injusticia de que ciertos sectores (también ricos), como el transporte y la agricultura, reciban por ley enormes beneficios económicos, alejados de cualquier principio de justicia social y libre competencia.

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