lunes, 26 de septiembre de 2011

Del maíz, la agricultura y el desarrollo en Colombia

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por Javier Garay

Javier Garay es actualmente docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia

Desde el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002–2010), Colombia comenzó a tener una nueva inserción internacional. De un país asediado por las guerrillas, el narcotráfico y la violencia pasó a ser reconocido internacionalmente como un nuevo polo de crecimiento económico y, eventualmente, de desarrollo. Tanto ha sido así que desde 2010 forma parte de los países con potencial de crecimiento, junto a Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica, en los denominados CIVETS.

Las políticas aperturistas del gobierno de Juan Manuel Santos (2010- ) han mantenido e impulsado esa senda de crecimiento. Sin embargo, algunos obstáculos persisten en la adopción de políticas de mercado. Esos obstáculos tienen que ver con la creencia en políticas erradas, problemas en la comprensión del funcionamiento del mercado y, en general, con algunas ideas arraigadas en el pensamiento latinoamericano que, si bien, han generado sentimientos nacionalistas y una sensación de seguridad en tanto se han externalizado las causas de nuestro atraso económico, en realidad han perpetuado las causas de la pobreza y de exclusión en nuestro continente.

Un ejemplo de estos tres obstáculos los encontré en las declaraciones del actual ministro de agricultura de Colombia, Juan Camilo Restrepo, en una entrevista publicada en un diario de circulación nacional en el país, El Espectador, el 31 de julio de 2011. Las declaraciones del ministro generan, además, dudas sobre el compromiso decidido del gobierno colombiano en la adopción de un esquema liberal de desarrollo.

En un apartado de la entrevista, el ministro colombiano afirma: “La Ley de desarrollo rural va en dirección de ir induciendo un proceso según el cual haya más agricultura, menos ganadería extensiva y más reforestación industrial”. Esta es una expresión clara de política errada, pues el ministro cree que a través de las leyes se pueden imponer realidades en el sector productivo y, además, se pueden alcanzar ideales que los tomadores de decisiones consideran deben ser generales.

En otros momentos de la entrevista, se perciben problemas serios de comprensión, por parte del ministro, de aspectos básicos de cómo funciona el mercado. Primero, señala que “en la medida en que tengamos éxito en los programas de restitución de tierras de programas de desarrollo rural, menos estímulos tendrán los campesinos para ir al cultivo ilícito y más para quedarse en el cultivo sostenible lícito”. El ministro, entonces, considera que los cultivos de drogas ilícitas son resultado de la falta de tierras que poseen los campesinos y no resultado de incentivos económicos vía precios. Esto es, el ministro cree que como los campesinos cuentan con poca tierra, si se les da más, dejarán de cultivar drogas ilícitas sin importarles los réditos económicos que genera el negocio ilícito que es ilícito porque así lo han decidido los gobiernos.

Al final de la entrevista, se le pregunta por los cultivos de maíz en Colombia. La respuesta del representante del gobierno colombiano vuelve a demostrar problemas en la comprensión del funcionamiento del mercado en tanto declara que la idea del Programa País Maíz (nombre sonoro) es que “quien siembre este producto tenga un mecanismo de cobertura que le de seguridad sobre a cuánto le va a salir el maíz desde que lo siembra”. Ya Friedrich Hayek, en su obra clásica, El camino a la servidumbre, demostró lo peligroso que es la necesidad de contar con una supuesta seguridad económica, pero además de ello, el ministro considera, a pesar de toda la evidencia en contra, que los subsidios (porque eso es lo que significa la frase eufemística del ministro) son positivos en la producción, que no distorsionan el mercado, que no son un despilfarro de recursos (muy escasos en Colombia) y, lo que es peor, no tiene en cuenta que ya en el pasado hemos tenido en el país escándalos de corrupción asociados con la concesión de este tipo de ayudas. ¿Será que esta vez es diferente?

Por último, el señor Juan Camilo Restrepo, deja en evidencia algunas de las ideas que hemos defendido los latinoamericanos por décadas y que no son sino excusas para no esforzarnos en nuestro sendero al desarrollo y que nos impiden convertirnos en dueños de nuestros destinos. Por un lado afirma que “(el Atpdea) es la manera como EE.UU. —principal consumidor de narcóticos en el mundo— asume la corresponsabilidad con los países donde se produce. Ellos dan unas desgravaciones, pero no es el favor que nos hacen. Es el favor de la corresponsabilidad como consumidores”. Esto es, EE.UU. tiene la obligación de darnos concesiones unilaterales en el ámbito comercial que sesgan nuestra producción y que distorsionan los incentivos del mercado porque es un país en el que existe un gran número de consumidores de drogas que, como ya dije, han sido consideradas ilícitas. El tema no es de competencia sino de obligación por parte de la potencia.

Por otra parte, a manera de queja, el ministro, cuando se refiere el tema del maíz, afirma que “el país consume 4,1 millones de toneladas por año, de las cuales importamos 85%”. “Colombia hace varias décadas fue autosuficiente en maíz. Hoy somos altamente dependientes de las importaciones (…) No es conveniente ser tan dependientes”. ¿Por qué no es conveniente? ¿Por qué se debe ver como dependencia y no como una demostración de las fuerzas del comercio internacional que, como se demostró desde el siglo XIX, generan ganancias para todos los que toman parte? ¿No es el exceso de importación una muestra de que Colombia no tiene ventajas comparativas en la producción de maíz? ¿Podemos darnos el lujo, en un país con un problema de pobreza estructural, de destinar recursos a un sector que a todas luces es ineficiente porque el ministro considera que éste es un producto tradicional?
Es posible que las anteriores declaraciones sean producto de la labor política del ministro, mas no de la racionalidad económica (Juan Camilo Restrepo es economista). Sin embargo, esto pone en duda hasta qué punto el gobierno colombiano le está apostando a las políticas liberales que son las correctas y, por lo tanto, cuál es el límite del optimismo que podemos tener en términos de crecimiento económico y de desarrollo. ¿La producción de maíz será nuestra entrada a la creación de riqueza?

Bordada a la izquierda de Obama

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por Manuel Suárez-Mier

Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.

Después de pretender seguir una agenda centrista para enfrentar la crítica situación por la que atraviesa la economía de su país, Barack Obama acaba de dar un golpe de timón con la más reciente propuesta que ha planteado para enfrentar el marasmo en el que se encuentra su economía.

Se trata de un plan para crear empleos con mayor gasto público y subsidios a sectores favoritos por $500.000 millones, financiado con impuestos a los “millonarios y billonarios” contra los que ha lanzado una invectiva retórica como el tema central de su campaña reelectoral.

Después de haber concentrado la atención de su gobierno en impedir la implosión de la economía, que se desmoronaba a ojos vista, y de lograr la aprobación legislativa de un ambicioso plan de cobertura médica, equivalente a estatizar el 20% del PIB, Obama intentó en el último año ubicarse en el centro del espectro político para atender la falta de dinamismo económico.

Habiendo fracasado en estimular la economía y en abatir una tasa de desempleo superior al 9% de la fuerza de trabajo con su primer programa de gasto y reducción de impuestos por casi $800.000 millones, la debacle que sufrió su partido en las elecciones parlamentarias del año pasado lo obligó a atender el problema de la deuda pública creciente.

Creó una comisión bipartidista con l8 integrantes que propuso un buen plan para balancear las finanzas públicas en el mediano plazo, que incluía reformas a fondo al desastroso sistema impositivo imperante, cortes profundos al gasto público, incluyendo vacas sagradas como programas de cobertura médica y de seguridad social, sin lo cual no es posible corregir la creciente deuda.

Sin embargo, la Casa Blanca no presionó a sus aliados clave en la Comisión aludida para que votaran por el proyecto que fue derrotado con 11 votos a favor —se requerían 14 para enviarlo al pleno del Congreso que se había comprometido a votarlo sin enmiendasDespués de pretender seguir una agenda centrista para enfrentar la crítica situación por la que atraviesa la economía de su país, Barack Obama acaba de dar un golpe de timón con la más reciente propuesta que ha planteado para enfrentar el marasmo en el que se encuentra su economía.

Se trata de un plan para crear empleos con mayor gasto público y subsidios a sectores favoritos por 500 mil millones de dólares, financiado con impuestos a los “millonarios y billonarios” contra los que ha lanzado una invectiva retórica como el tema central de su campaña reelectoral.

Después de haber concentrado la atención de su gobierno en impedir la implosión de la economía, que se desmoronaba a ojos vista, y de lograr la aprobación legislativa de un ambicioso plan de cobertura médica, equivalente a estatizar el 20% del PIB, Obama intentó en el último año ubicarse en el centro del espectro político para atender la falta de dinamismo económico.

Después de otros varios intentos fallidos de trabajar con un Congreso dividido para elevar el techo de la deuda pública a cambio de ambiciosos recortes al gasto del gobierno, el presidente dio un giro radical.

El inicio de su campaña política ocurrió ante una sesión conjunta del Congreso en la que anunció un nuevo plan de “estímulo” económico —aunque sin usar esa palabra, completamente desprestigiada por el fracaso del anterior—, pero ahora sin fondearlo con más deuda.

La retórica que usó en esa arenga, reminiscente de sus discursos de campaña y de las oraciones de los predicadores evangélicos negros que recurren a la constante repetición del tema central, en este caso apelando en 17 ocasiones a los legisladores a que aprobaran su iniciativa de ley, sirvió para lanzar su campaña con el tema de crear empleos, más empleos, muchos empleos.

La sorpresa vino cuando reveló cómo pensaba financiar su nuevo programa: elevar las tasas impositivas al ingreso de los “ricos” y, en lugar de cerrar los numerosos hoyos y deducciones que tiene el sistema tributario, los amplía para apoyar sus temas favoritos, como crear “empleos verdes”.

Una vez que se eliminan los trucos contables y la espuma retórica del plan para crear empleos y su financiamiento, que me temo fracasarán en su cometido al igual que el primer paquete de “estímulo,” lo que queda claro es cual es su estrategia reelectoral.

En esencia, se trata de recuperar a los segmentos más radicales de su partido, que ahora les ha dado por llamarse “progresistas” como a principios del siglo pasado, y buscar el apoyo de las minorías étnicas, cuya devoción se había erosionado gravemente al haberse movido Obama hacia el centro.

Está por verse si el desplome en la popularidad del presidente que indican las encuestas, se puede revertir con esta estrategia en la que no queda claro cómo piensa cortejar el voto moderado de la gran mayoría de los estadounidenses que se consideran independientes de los dos partidos políticos principales.

Es dudoso que pueda restaurar el apoyo de los hispanos del que gozó en el 2008, cuando la política de deportaciones masiva de indocumentados de su gobierno supera los récords históricos de cualquier administración previa y al haber fallado en su promesa de campaña de promover la reforma migratoria.

La prueba de fuego estará en ver si Obama consigue abatir el desempleo en el poco más de un año que falta para los comicios, sobre todo con el desastre de la deuda en Europa a punto de entrar en una fase más crítica, y la propia recesión de EE.UU. a la que no se le ve un final pronto ni feliz.

Contra la Operación Twist

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por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).

La línea argumental de Bernanke es bastante simple: nuestras economías crecen gracias al endeudamiento y la demanda de deuda depende de los tipos de interés; por tanto, hay que rebajar los tipos de interés para estimular el endeudamiento y, con él, el crecimiento.

Hasta la fecha, la Fed ya había rebajado sobremanera los tipos de interés a corto plazo a los que refinanciaba a la banca comercial y había acometido ingentes monetizaciones de deuda pública y privada con tal de influir en el coste de la financiación del sector privado. En circunstancias normales, si los bancos pueden refinanciarse a corto plazo en términos muy ventajosos, lo habitual es que presten ese dinero a largo plazo en condiciones igualmente ventajosas y que el público responde endeudándose más: es lo que se conoce como transformación de plazos y se encuentra en el origen de la crisis.

El problema es que, si bien en los últimos tres años los bancos han podido refinanciarse a corto plazo a tipos de interés cercanos al 0%, no parece que estén trasladando esas facilidades crediticias a los tipos de interés a largo plazo, que son el coste de financiación de referencia para determinar la inversión a largo plazo. Es cierto que muchos tipos de interés a largo plazo se encuentran prácticamente en mínimos históricos, pero también lo es que no se han reducido tanto como los tipos a corto. Por ejemplo, el tipo de interés de la deuda pública estadounidense a un año ha caído desde el 2,35% a mediados de 2008 hasta el 0,11% a mediados de 2011 (una caída del 95%), mientras que los tipos de la deuda pública a 30 años han caído desde el 4,6% al 3,22% (una caída del 30%) y los tipos hipotecarios a 30 años desde el 6,32% al 4,27% (una reducción del 32%).

Así las cosas, razona Bernanke, el obstáculo para la recuperación es que los bancos no están trasladando a la financiación a largo plazo todo el crédito extraordinario que él ha estado generando a corto. De ahí que haya decidido revivir la llamada Operación Twist (el término fue acuñado en los años 60 porque la política de la Fed de aquel momento, calcada a la de ahora, era tan alocada como el baile de moda de entonces, el twist): la Reserva Federal vende 400.000 millones de euros en deuda pública a corto plazo para comprar 400.000 millones en deuda a largo plazo. ¿Objetivo? Que los tipos a largo de la deuda pública caigan —aun cuando los tipos a corto suban— para así rebajar aún más los tipos de la deuda pública a largo y forzar a los ahorradores que deseen una mayor rentabilidad a que presten su dinero al sector privado (rebajando sus tipos de interés a largo).

La idea no es nueva. Como toda la alquimia económica, puede encontrarse en La Teoría general de John Maynard Keynes: “Tal vez la mejora más importante que se podría hacer en la técnica de dirección monetaria por parte del banco central sería la de establecer una oferta para comprar y vender valores públicos de distintos vencimientos en lugar de limitarse al tipo de interés de letras a corto plazo”.

La lógica parece impecable, pero sólo lo parece. De entrada, que los tipos a largo no hayan caído tanto como los tipos a corto es algo bastante normal: la forma habitual de la curva de rendimientos es la de que los tipos a largo sean mayores que los tipos a corto, pues el ahorro disponible a largo plazo es mucho menor. En una depresión, estos factores se ven a su vez realimentados por el hecho de que la deuda pública a corto de los países solventes se convierte en un refugio para los inversores similar al que jugaba (y en parte juega hoy) el oro: basta ver que los tipos de interés de la deuda pública española a un año sólo han caído un 10% desde 2008, mientras que la deuda a 30 años ha subido un 17% (un spread bastante más estrecho que el de EE.UU.). Es decir, la deuda pública a corto paga un menor tipo de interés frente a la deuda pública a largo plazo porque posee una prima de liquidez temporal; y a su vez, la deuda pública paga un menor tipo de interés que la deuda privada porque posee una prima de liquidez en cuanto a seguridad.

Esa prima de liquidez (en términos de inmediatez y seguridad) sólo desaparece o se estrecha cuando los bancos están dispuestos a degradar enormemente su liquidez, cosa que ya no sucede por la profunda iliquidez en la que se encuentran todos los agentes incluida la banca. El único que en estos momentos parece ser suficientemente inconsciente como para continuar transformando plazos y arbitrando la curva de rendimientos es la Reserva Federal. De ahí la Operación Twist: la Fed se desprende de los activos a corto que había adquirido con la emisión de deuda a corto (los dólares generados en loss sucesivos relajamientos cuantitativos o "quantitative easing") para pasar a comprar activos a largo.

Bernanke, como directivo del banco más importante de toda economía —el banco central—, puede lograr que los tipos de la deuda pública a largo plazo caigan, pero esto no significa ni mucho menos que consiga impulsar ni el endeudamiento ni la recuperación.

Primero porque la Fed puede reducir la prima de liquidez entre la deuda pública a corto y la deuda pública a largo, pero es más que dudoso que, sólo comprando deuda pública, consiga estrechar el diferencial que existe entre ésta y la deuda privada, esto es, es dudoso que los tipos privados a largo plazo se reduzcan.

Segundo, porque aunque lo lograra, en estos momentos los agentes económicos no desean endeudarse más, sino al contrario, reducir su endeudamiento. Se puede llevar el caballo al río, pero no se le puede obligar a beber. Si la oferta de crédito es muy barata pero no existe demanda para ningún tipo de interés, entonces los agentes no se endeudarán. Justo, vaya por dónde, lo que está sucediendo en los últimos años: pese a que el coste de financiación del sector privado está en mínimos históricos, nadie está acumulando más deudas. Antes de volver a demandar crédito hay que limpiar los balances.

Tercero, la reducción de los tipos de interés a largo plazo no contribuye en absoluto a acelerar la amortización de deuda y limpiar esos balances; más bien, la empantana en el sistema económico. Cuando los tipos de interés se reducen, el valor presente de las deudas se incrementa y, por tanto, el coste de prepagarlas se dispara. Mirémoslo de otro modo: Bernanke quiere rebajar la rentabilidad de la deuda pública para incentivar que los agentes inviertan en deuda privada. Pero, ¿qué mejor inversión que aquella que ya se ha acometido a altos tipos de interés? Si yo soy un ahorrador que presté mi dinero al 10% hace cinco años, ¿qué incentivos tengo para aceptar que mi deudor me devuelva anticipadamente ese dinero si sé que sólo podré reinvertirlo al rebajado rendimiento del 3%? Ninguno: le exigiré a mi deudor que me entregue mucho más dinero para saldar sus pasivos y éste carecerá de razones para devolverme el capital no sólo antes sino en mayor cantidad.

Cuarto, la inversión en deuda pública a largo plazo sólo contribuye a deteriorar todavía más el balance de la Reserva Federal. Cuanto más a largo plazo venzan sus activos, menor margen tendrá para implementar política monetaria y estabilizar el valor del dólar. Si en 2007 sólo el 20% de todos los activos de la Fed vencían a más de cinco años, a mediados de 2011 ya lo hacía el 65%. Tras el anuncio de Bernanke de trocar 400.000 millones más de deuda a corto por deuda a largo, lo harán casi el 80% (es decir, se le habrá dado la vuelta a la situación de 2007). Esto sólo significa, obviamente, que en cuanto los balances de todos los agentes estén saneados y vuelvan a demandar crédito al sistema bancario, padeceremos una galopante inflación.

Y quinto, en todo caso quien se beneficiará de los menores tipos de interés de la deuda pública a largo plazo será el manirroto Obama, quien sentirá una menor presión a la hora de cuadrar su presupuesto por cuanto podrá diferir al futuro los vencimientos más inminentes de su deuda. Todo lo cual sólo significa que asistiremos a un mayor derroche del ahorro privado por parte del Estado en unos momentos en los que la economía mundial lo necesita con urgencia para recapitalizar a sus familias, empresas y bancos.

En definitiva, la Operación Twist no traerá nada bueno. A corto plazo, o será irrelevante o retrasará el ritmo de amortización de deuda privada. A medio plazo, supondrá un despilfarro masivo de capital por parte del deficitario gobierno estadounidense. Y a largo plazo, generará una empobrecedora inflación que debilitará la posición del dólar como moneda de reserva. Bernanke, tan acertado como siempre en su política monetaria.

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