El control social no es una idea: es una realidad. El control social es también una de las estrategias elementales de quienes ejercen el poder, básica aunque al mismo tiempo sumamente sofisticada y sutil —porque para ser eficaz, no puede ser de otro modo.
Aunque no es reciente, el control social ha encontrado en los últimos años un fuerte apoyo en la noción de “trivialización”. Paradójicamente, a la complejidad de nuestra realidad contemporánea se opone sistemáticamente una voluntad de reducirla la realidad misma a un inmenso aunque desdeñable incidente sin importancia. Conflictos sociales que se multiplican en diversas partes del mundo, aumento en las tasas de crímenes, pérdida de derechos que antes se creían impermutables, situaciones que, en general, podrían considerarse algún tipo de síntoma, la señal de que las cosas no van tan bien como algunos aseguran, y sin embargo son asimiladas en el discurso dominante como anomalías simples pero esperadas, o limitadas a ideas que, como el concepto de “depresión”, se repiten en incontables ocasiones hasta volverlas huecas y carentes de sentido.