F. Scott Fitzgerald escribió que
"los ricos son diferentes a nosotros". Y vaya que es cierto cada vez
más. En Estados Unidos, la brecha entre el 1 por ciento más rico de la
población y todos los demás es "una estratósfera totalmente distinta"
como subraya Cynthia Freeland en su libro Plutocrats: The Rise of the
New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else. En los 70, el 1 por
ciento de los que más ganaban era equivalente a 10 por ciento del
ingreso nacional. Tres décadas más tarde, su tajada representa casi una
tercera parte. En 2005 Bill Gates valía $46.5 mil millones de dólares y
Warren Buffet $44 mil millones. Ese año, la riqueza combinada de 120
millones de personas en el 40 por ciento de la población más pobre era
alrededor de 95 mil millones –poco más que la fortuna de dos hombres.
Esos son los multimillonarios estadounidenses y esas son las cifras
norteamericanas. Pero constituyen un indicador del surgimiento de la
plutocracia global. Un estudio publicado por la OECD muestra que en los
últimos 30 años, la desigualdad en países como Suecia, Finlandia,
Alemania, Israel y Nueva Zelanda –todos ellos ejemplos de un capitalismo
menos salvaje que el estadounidense– ha aumentado tanto o más que en
Estados Unidos. El 1 por ciento de la población privilegiada está
avanzando más rápidamente en los países en desarrollo también. Basta con
ver la desigualdad vertiginosa que crece en China, India, Rusia y
Brasil.
Los ricos de hoy son distintos a los ricos de ayer. Una economía
globalizada y ultra-conectada ha llevado al surgimiento de una nueva
super-élite global que consiste –mayoritariamente– de miembros de la
primera o segunda generación. Sienten que han llegado a su posición
privilegiada debido a al mérito propio y no la ayuda ajena. Creen en la
movilidad social pero no en la justicia redistributiva. Tienen más en
común con sus correligionarios globales que con sus compatriotas.
Según los encargados de la banca privada de Citigroup, "el mundo se está dividiendo en dos bloques: la Plutonomía y el resto".
Carlos Slim es el ejemplo nacional de este fenómeno global; el resultado
de reformas encaminadas a liberalizar la economía que acabaron
monopolizándola. Slim, con una fortuna que según según la revista Forbes
ascendió a 69 mil millones de dólares en 2012. Slim, producto de una
privatización que –según Freeland– le otorgó ventajas formidables. Una
extension durante años del monopolio de Telmex. Un diseño regulatorio
débil. Una compañía propensa a recurrir a los amparos y ganarlos. Una
dominancia de mercado extraordinariamente lucrativa. Una riqueza que
financia su incursion en otros mercados concentrados y con poca
competencia, como el del cemento. Una fortuna que podría comprar el 6
por ciento del Producto Interno Bruto. Como describe Freeland: en México
"si haces una llamada telefónica, vas a un banco, fumas un cigarro, o
andas en una bicicleta, probablemente le estás pagando pesos al Sr.
Slim".
Y Slim no ha sido el único beneficiario de las reformas salinistas. En
1991, poco después de que Carlos Salinas iniciara la "salinsatroika" que
caracterizó su sexenio, sólo había seis multimillonarios mexicanos en
la lista Forbes. Cuando terminó su periodo había 24.
Deberíamos celebrar el ascenso de los multi-millonarios en México, si
hacen dinero legítimamente. Pero la relación entre el porcentaje del PIB
que representan y la fortuna que han acumulado es alarmante. La mayoría
no son pioneros en el diseño de "software" o la innovación
manufacturera. En lugar de ello, muchos se han hecho ricos gracias a la
proximidad que poseen con el Gobierno; a la relación cómoda que los
vincula con los reguladores; al rentismo extendido que se les ha
permitido practicar. Mediante el acceso a la tierra y a los recursos
naturales y a los contratos públicos y a las concesiones y a las
licencias. Mediante los favores que el Gobierno otorga y la plutocracia
exige. Si Rusia es una oligarquía dominada por oligarcas, por qué nos
resistimos a denominar a México de la misma manera?
En México, al igual que en Rusia, los super-ricos usan su músculo
politico para incrementar su tajada del pastel pre-existente, en lugar
de añadir valor agregado a la economía y así aumentar el tamaño del
pastel. En México, al igual que en Rusia, los super-ricos con frecuencia
logran poner al Gobierno a su servicio. Extraen, exprimen, retrasan,
bloquean. Día tras día, erigen barreras de entrada a los mercados y
colocan cercos a la innovación. Como botón de muestra: las compañías de
telecomunicaciones en la India obtuvieron cinco patentes en 2001 y 13 en
2005. Las empresas mexicanas no obtuvieron ninguna. Pero más grave aún,
al actuar sólo en función de sus propios intereses, las élites que
conforman el 1 por ciento siembran las semillas de la destrucción del
entorno que dominan. Fomentan la extracción por encima de la exclusion,
el patrimonialismo es vez de la prosperidad. Como dice el proverbio
ruso, "comer aumenta el apetito" y la voracidad de la plutocracia
ascendente parece no tener límites. |
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