En un ámbito que no le era favorable, la Iniciativa Global
Clinton, y en un asunto que no le es familiar, el de la política
exterior, Mitt Romney
trató de sorprender este martes con una visión novedosa de las
relaciones internacionales en la que la promoción de la libre empresa y
la creación de puestos de trabajo sustituyen a la diplomacia tradicional
como el instrumento para combatir el extremismo y facilitar la paz.
En el que había sido anunciado como un gran discurso sobre
política exterior, el más importante pronunciado hasta ahora en su
campaña electoral, Romney no mencionó a China
o Rusia. Hizo una lejana referencia a Oriente Próximo, sin citar a
Irán. No incluyó la situación con Europa o las alianzas militares de
Estados Unidos en el Atlántico y en el Pacífico. No habló de la
extensión de la democracia y solo hubo una breve alusión indirecta a los
valores norteamericanos.
El candidato republicano a la presidencia convirtió su
intervención en una defensa de la libre empresa como la única vía para
que la prosperidad llegue a las regiones actualmente en crisis y, en
consecuencia, el camino definitivo para la solución de los conflictos.
Según Romney, es su derecho al trabajo lo que reclamaba el hombre que se
inmoló en Túnez en el estallido de la primavera árabe, y un puesto de
trabajo es lo que alejará de las calles a los jóvenes radicales que días
atrás atacaban las embajadas de EE UU.
La actuación de la Administración norteamericana,
especialmente la distribución de sus ayudas económicas, actualmente
diseñadas para construir alianzas y proteger los intereses de EE UU,
debe de estar conducida por esa misma voluntad de proteger, primero, el
modelo de capitalismo norteamericano.
“Nada que podamos hacer nosotros como nación cambiará de
forma más eficaz y permanente otras vidas y otras naciones que el
compartir los fundamentos sobre los que se asienta nuestra propia
economía norteamericana: pueblos libres, persiguiendo la felicidad a su
manera, construyen naciones fuertes y prósperas”, dijo Romney en su
intervención ante el foro que dirige el ex presidente Bill Clinton.
Puesto que este discurso se produce en plena campaña
electoral, minutos antes de que Barack Obama hablase ante la Asamblea
General de Naciones Unidas y tres horas antes de que lo volviese a hacer
en este mismo escenario, las palabras de Romney estaban a destinadas a
señalar el contraste entre su visión del mundo y la del presidente. En
ese sentido, las diferencias son notorias.
Obama habló de ayudar a los Gobiernos surgidos de la
primavera árabe que tratan de consolidar, en medio de enormes
dificultades, los progresos democráticos que, indudablemente, se han
hecho en los dos últimos años.
Sin entrar en una confrontación directa con su rival, Romney dijo que
esa política “refleja una forma anticuada de ver el mundo”. “Para
favorecer el trabajo y la empresa en Oriente Medio y en todos los países
en desarrollo”, propuso el aspirante republicano, “yo pondré en marcha
algo que llamaré “Pactos de Prosperidad”. Trabajando con el sector
privado, este programa identificará las barreras a la inversión, el
comercio y la actividad empresarial. Y, a cambio de eliminar esas
barreras y abrir sus mercados a la inversión norteamericana y al
comercio, las naciones en desarrollo recibirán paquetes de ayuda de EE
UU orientados hacia el desarrollo de instituciones de libertad, respeto a
la ley y prosperidad”.
En un más ambicioso horizonte, Romney mencionó su voluntad
de crear lo que llamó “una zona económica Reagan”, a la que,
supuestamente, se sumarían los países que compartieran la doctrina de
libre mercado que el candidato republicano atribuye de forma simbólica
al ex presidente Ronald Reagan.
Si
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