Jorge Fernández Menéndez
El Loco, como le dice un destacadísimo funcionario perredista, activó a los pejezombies,
como les dice un gobernador electo de ese partido, para crear su propia
fuerza política. Ya basta de depender de apoyos y siglas de otros: López Obrador convertirá el Morena en su partido.
López Obrador no se irá a su rancho La Chingada, como había dicho hace unos meses, en caso de que perdiera la elección (¿alguien puede creer una sola declaración suya?, apenas 72 horas antes de los comicios reconoció el proceso y se comprometió públicamente y por escrito a respetar los resultados; como perdió, se olvidó de todos sus compromisos); está ya construyendo su campaña electoral de 2018, sólo adecuando en algunas líneas el mismo discurso que mantiene desde 2006: gobierno ilegítimo, instituciones tramposas, la mafia que compró el país, las elecciones (y de paso los electores) comprados por un puñado de pesos, las televisoras que no lo quieren y “el pueblo bueno” que lo apoya, pero que no se puede apartar ni un ápice de lo que su líder considere el camino adecuado a seguir.
Nunca aceptó que dirigente de partido alguno, aunque fueran sus aliados, los que pusieran el dinero y los apoyos, opinara sobre qué hacer con su movimiento y su candidatura. Y esos partidos y dirigentes, en una muestra de notable debilidad de carácter, lo aceptaron sin siquiera rechistar. En algunos casos por obvia conveniencia: sin López Obrador, tanto el PT como Movimiento Ciudadano serían fuerzas con representación escasamente local. Pero en el caso del PRD lo hicieron simplemente por miedo.
Decía este fin de semana Jesús Ortega que con la creación de Morena y la salida de López Obrador acabará la esquizofrenia en ese partido. Esperemos que sea verdad, porque hay que recordar que la esquizofrenia es una enfermedad que no tiene curación. Lo que sí se puede hacer, mediante un tratamiento sicológico apropiado, con seguimiento y con una medicación adecuada, es anular casi por completo los síntomas de la enfermedad, y alcanzar, dicen los siquiatras, una normalidad en la vida del paciente casi como si ésta hubiese sido curada. Ese es el desafío del PRD: no se va a curar de la esquizofrenia con la que ha vivido casi desde su fundación, pero esa enfermedad se agudizó hasta el límite desde mediados de la administración de López Obrador en el DF. Desde 2006 ha sido su enfermedad crónica y ahora necesita regresar a la normalidad, vivir como si la enfermedad hubiera sido curada.
¿Qué tratamiento necesita el PRD? Para empezar, reconocer y aceptar la enfermedad, hacer un correcto diagnóstico de la misma y contar con una medicación que le funcione. Debe reconocerse a sí mismo: ¿es un partido institucional o que camina al margen de las instituciones?, ¿es un movimiento social radical o un partido socialdemócrata de centro izquierda?
El PRD está en condiciones de sobrellevar su esquizofrenia. Tiene algunos, varios, buenos dirigentes, aunque, esquizofrenia al fin, muchos de los mejores a lo largo de los años lo han abandonado porque sus corrientes no les dejan espacio. Tiene un buen jefe de Gobierno en Marcelo Ebrard, un político, además, con futuro, pero que ya debe abandonar las abrazaderas que lo han cobijado a lo largo de toda su vida política. Tendrá en Miguel Mancera un jefe de Gobierno con enorme margen y carisma: no se gana una elección con 66% de los votos todos los días. Tiene gobernadores con amplio respaldo: desde Graco Ramírez hasta Arturo Núñez, pasando por Ángel Heladio Aguirre, y aliados muy significativos, como Gabino Cué. Es mucha fuerza política desperdiciada durante años, porque en la misma medida en que el partido y sus principales representantes eran atados al carro del lopezobradorismo, sus posibilidades se cerraban. Y por el contrario, Andrés Manuel López Obrador se convertía en el único beneficiario. Hoy tienen la oportunidad, no sé si de curarse de la esquizofrenia, pero por lo menos de decir, con Lupita D’Alessio: “Hoy voy a cambiar”.
Oscar y Jack
Una obra de teatro y un tema: las decisiones que cambian las historias, las circunstancias que moldean la personalidad, los hechos grandes o mínimos que transforman una vida; los espacios, mucho menos amplios de lo que se nos quiere hacer creer, del determinismo. Oscar y Jack es una obra de teatro escrita por Andrés Roemer y dirigida y puesta en escena por Raúl Quintanilla. Es una reflexión, que podría recordarnos a Paul Auster, sobre el azar y la contingencia, sobre las bifurcaciones surgidas de los errores y la circunstancia, sobre la responsabilidad y la elección. Cada vez que elegimos renunciamos y al elegir y renunciar asumimos la responsabilidad de nuestros actos. Es una forma de vivir y de asumir la vida. No se la pierda.
López Obrador no se irá a su rancho La Chingada, como había dicho hace unos meses, en caso de que perdiera la elección (¿alguien puede creer una sola declaración suya?, apenas 72 horas antes de los comicios reconoció el proceso y se comprometió públicamente y por escrito a respetar los resultados; como perdió, se olvidó de todos sus compromisos); está ya construyendo su campaña electoral de 2018, sólo adecuando en algunas líneas el mismo discurso que mantiene desde 2006: gobierno ilegítimo, instituciones tramposas, la mafia que compró el país, las elecciones (y de paso los electores) comprados por un puñado de pesos, las televisoras que no lo quieren y “el pueblo bueno” que lo apoya, pero que no se puede apartar ni un ápice de lo que su líder considere el camino adecuado a seguir.
Nunca aceptó que dirigente de partido alguno, aunque fueran sus aliados, los que pusieran el dinero y los apoyos, opinara sobre qué hacer con su movimiento y su candidatura. Y esos partidos y dirigentes, en una muestra de notable debilidad de carácter, lo aceptaron sin siquiera rechistar. En algunos casos por obvia conveniencia: sin López Obrador, tanto el PT como Movimiento Ciudadano serían fuerzas con representación escasamente local. Pero en el caso del PRD lo hicieron simplemente por miedo.
Decía este fin de semana Jesús Ortega que con la creación de Morena y la salida de López Obrador acabará la esquizofrenia en ese partido. Esperemos que sea verdad, porque hay que recordar que la esquizofrenia es una enfermedad que no tiene curación. Lo que sí se puede hacer, mediante un tratamiento sicológico apropiado, con seguimiento y con una medicación adecuada, es anular casi por completo los síntomas de la enfermedad, y alcanzar, dicen los siquiatras, una normalidad en la vida del paciente casi como si ésta hubiese sido curada. Ese es el desafío del PRD: no se va a curar de la esquizofrenia con la que ha vivido casi desde su fundación, pero esa enfermedad se agudizó hasta el límite desde mediados de la administración de López Obrador en el DF. Desde 2006 ha sido su enfermedad crónica y ahora necesita regresar a la normalidad, vivir como si la enfermedad hubiera sido curada.
¿Qué tratamiento necesita el PRD? Para empezar, reconocer y aceptar la enfermedad, hacer un correcto diagnóstico de la misma y contar con una medicación que le funcione. Debe reconocerse a sí mismo: ¿es un partido institucional o que camina al margen de las instituciones?, ¿es un movimiento social radical o un partido socialdemócrata de centro izquierda?
El PRD está en condiciones de sobrellevar su esquizofrenia. Tiene algunos, varios, buenos dirigentes, aunque, esquizofrenia al fin, muchos de los mejores a lo largo de los años lo han abandonado porque sus corrientes no les dejan espacio. Tiene un buen jefe de Gobierno en Marcelo Ebrard, un político, además, con futuro, pero que ya debe abandonar las abrazaderas que lo han cobijado a lo largo de toda su vida política. Tendrá en Miguel Mancera un jefe de Gobierno con enorme margen y carisma: no se gana una elección con 66% de los votos todos los días. Tiene gobernadores con amplio respaldo: desde Graco Ramírez hasta Arturo Núñez, pasando por Ángel Heladio Aguirre, y aliados muy significativos, como Gabino Cué. Es mucha fuerza política desperdiciada durante años, porque en la misma medida en que el partido y sus principales representantes eran atados al carro del lopezobradorismo, sus posibilidades se cerraban. Y por el contrario, Andrés Manuel López Obrador se convertía en el único beneficiario. Hoy tienen la oportunidad, no sé si de curarse de la esquizofrenia, pero por lo menos de decir, con Lupita D’Alessio: “Hoy voy a cambiar”.
Oscar y Jack
Una obra de teatro y un tema: las decisiones que cambian las historias, las circunstancias que moldean la personalidad, los hechos grandes o mínimos que transforman una vida; los espacios, mucho menos amplios de lo que se nos quiere hacer creer, del determinismo. Oscar y Jack es una obra de teatro escrita por Andrés Roemer y dirigida y puesta en escena por Raúl Quintanilla. Es una reflexión, que podría recordarnos a Paul Auster, sobre el azar y la contingencia, sobre las bifurcaciones surgidas de los errores y la circunstancia, sobre la responsabilidad y la elección. Cada vez que elegimos renunciamos y al elegir y renunciar asumimos la responsabilidad de nuestros actos. Es una forma de vivir y de asumir la vida. No se la pierda.
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