Shlomo Ben-Ami
Shlomo Ben-Ami, Vice-President of the Toledo International Center for Peace, is the Israeli foreign minister who came closest to devising a viable peace agreement between Israel and Palestine. A re…Full profile
¿Paz en Colombia?
BOGOTÁ – El Acuerdo Marco
para poner fin al conflicto armado en Colombia que acaba de anunciar el
Presidente Juan Manuel Santos es un hito para su país y toda América
Latina. Es también un tributo a la habilidad diplomática y negociadora.
El
acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, más
conocidas como FARC, llega después de muchos años de intentos fallidos
por parte de gobiernos colombianos de todas las orientaciones políticas
para conseguir un acuerdo satisfactorio con el último movimiento
guerrillero –y uno de los más odiosos– que ha actuado en América Latina.
Las FARC, monumental aparato de terror, asesinatos en masa y tráfico de
drogas, nunca habían accedido a debatir el desarme, la reintegración
social y política de sus guerrilleros, los derechos de las víctimas, el
fin de la producción de drogas y la participación en las comisiones “de
la verdad y la responsabilidad” para examinar los crímenes cometidos
durante medio siglo de conflicto, pero ahora sí.
Ese
transcendental cambio refleja el estado de las FARC, diezmadas tras
muchos años de lucha, la capacidad de resistencia de la sociedad
colombiana y –y tal vez sea lo más importante– la brillante política
regional de Santos. Al debilitarse el llamado Eje Bolivariano
(Venezuela, Ecuador y Bolivia), las guerrillas de las FARC quedaron sin
apoyo regional.
Como en el
caso de los procesos de paz en Oriente Medio y América Central después
del fin de la Guerra Fría, los cambios regionales crearon las
condiciones para que se iniciara el proceso colombiano, pero en Oriente
Medio y en América Central los protagonistas externos –los Estados
Unidos y la Unión Soviética– produjeron el cambio; en el caso del
proceso colombiano, el cambio surgió de dentro.
Antes
de celebrar conversaciones secretas con las FARC en Cuba, la diplomacia
regional de Santos cambió la política de la región al substituir las
bravuconadas por una denodada labor de cooperación. Convirtió a
Venezuela y el Ecuador, que durante mucho tiempo habían sido refugios
para las FARC, en vecinos amistosos y deseosos de poner fin a la arcaica
tradición de guerras revolucionarias. De hecho, el Presidente de
Venezuela, Hugo Chávez, ha pasado a ser –con el que tal vez sea el
vuelco diplomático más notable– un facilitador decisivo para la
resolución del conflicto colombiano.
Las
conversaciones con las FARC se iniciaron cuando a la distensión
regional siguió una iniciativa ambiciosa de abordar las causas
fundamentales del conflicto colombiano. Lo más notable es que Santos
firmara la Ley de Víctimas y Devolución de Tierras en junio de 2011, con
la presencia del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban
Ki-moon. Dicha ley dispone la reparación para las víctimas de
violaciones de los derechos humanos durante los sesenta años del
conflicto, además de la devolución de los millones de hectáreas robadas a
campesinos. Así, la ley introduce a Colombia en la senda de la paz al
desbaratar la apelación de las FARC a la reforma agraria para justificar
sus indecibles atrocidades.
Indudablemente,
se trata de una ley compleja y no carece precisamente de defectos,
pero, si se aplica como está previsto, podría desencadenar una profunda
revolución social. También representa un nuevo planteamiento de la paz,
dado que normalmente semejantes leyes se introducen sólo después de que
haya concluido un conflicto. En este caso, la devolución de tierras a
los campesinos desposeídos de ellas y el ofrecimiento de una reparación
final a las víctimas y a los desplazados por el conflicto llegó a ser la
vía para la paz. De hecho, fue nada menos que Alfonso Cano, ex
dirigente de las FARC, quien calificó la ley de “esencial para un futuro
de reconciliación” y “una contribución a la una solución real del
conflicto”.
Sin embargo,
los escépticos y los contrarios a las negociaciones no carecen de
razones para serlo. La ejecutoria de las FARC en las anteriores
conversaciones de paz revela una inclinación a manipular las
negociaciones para obtener una legitimidad nacional e internacional sin
la voluntad auténtica de llegar a un acuerdo. Así, pues, Santos podría
haber sentido la tentación de seguir la vía de Sri Lanka: una acometida
militar implacable para derrotar a los insurgentes, a costa de muy
graves violaciones de los derechos humanos y la destrucción de
comunidades civiles.
En cambio, Santos
optó por la vía menos oportunista. Al fin y al cabo, la guerra, en
Colombia y en otros países, une con frecuencia a las naciones, mientras
que la paz las divide.
Las
repercusiones de un final auténtico del conflicto armado colombiano se
sentirían mucho más allá de las fronteras del país. Si la Venezuela de
Chávez se ha convertido en un narcoestado en el que los acólitos del
régimen son los señores de la droga, es el reflejo de sus privilegiadas
relaciones con las FARC. Las repercusiones se sentirían también en
México, donde los cárteles de la droga están destrozando el país, y en
los Estados Unidos, que son la mayor fuente de demanda. También el
África occidental se vería afectada, por haber pasado a ser en los
últimos años el principal punto de tránsito para las drogas
sudamericanas destinadas a Europa.
Sigue
habiendo por delante dificultades formidables y en modo alguno es
seguro un acuerdo, pero, aun así, Santos tiene muchas posibilidades de
enterrar de una vez por todas la engañosa mística del cambio
revolucionario violento que durante tanto tiempo ha frenado la
modernización política y económica de América Latina.
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