martes, 25 de septiembre de 2012

México y los partidos políticos en EE.UU.

México y los partidos políticos en EE.UU.

Printer-friendly versionSend to friendpor Manuel Suárez-Mier

En la culminación de la convención del Partido Demócrata con el discurso de aceptación de su candidatura releccionista del presidente Barack Obama, retomo el hilo del relato que inicié sobre si a México le ha ido mejor con gobiernos republicanos o demócratas en el país del norte.
El balance de la historia bilateral con EE.UU. desde nuestra independencia hasta el término de la Revolución Mexicana al que aludí anteriormente, indudablemente indica que los gobiernos del Partido Demócrata fueron los que instigaron invasiones, guerras y el despojo de grandes extensiones del territorio nacional.


Otras iniciativas emprendidas por administraciones “progresistas”, como la del demócrata Woodrow Wilson (1912-1920), persuadido de que mediante el uso de políticas públicas podría transformar la naturaleza esencial de sus ciudadanos, tuvieron consecuencias de consideración en nuestro país.
Ese fue el caso de la prohibición al consumo de bebidas alcohólicas que emprendió el gobierno de Wilson mediante una reforma constitucional aprobada en 1919 —apenas las decimoctava desde la adopción de su Constitución en 1789— y que significó que los países circunvecinos de EE.UU. se convirtieran en las rutas del contrabando etílico.
Según la historiadora Gabriela Recio el actual involucramiento de México en el narcotráfico, con devastadores resultados, tiene sus orígenes en las rutas y los territorios usados por los contrabandistas de bebidas alcohólicas desde nuestro país hacia el vecino del norte.
La Gran Depresión en EE.UU. que se inicia en 1929, que tuvo repercusiones terribles en México, se gestó durante tres administraciones republicanas en los años veinte del siglo pasado, debido sobre todo a una política monetaria muy laxa que resultó en una gigantesca burbuja en el mercado accionario de Wall Street, y que se agravó notablemente con las medidas proteccionistas adoptadas por EE.UU. en 1930.
En la medida que México empezó a tomar políticas nacionalistas particularmente en minería y petróleo, culminando con la expropiación de 1938, la relación con EE.UU. se tensó en forma apreciable, lo que no condujo a un conflicto bélico por dos razones: la extraordinaria labor diplomática de Dwight Morrow y Josphus Daniels, sucesivos embajadores estadounidenses en ese período, y los barruntos de guerra en Europa.
Los empresarios de EE.UU. presionaron a los gobiernos de Herbert Hoover y Franklin Roosevelt, republicano y demócrata respectivamente, a que se tomaran represalias contra México, incluyendo acción armada, pero ambas administraciones resistieron y consiguieron bajar el nivel del conflicto mediante acuerdos diplomáticos.
En las décadas siguientes la relación entre México y EE.UU. fue razonablemente buena independientemente de qué partido político ocupara la Casa Blanca, y se centró en los temas que han caracterizado nuestra vecindad desde el principio: incidentes fronterizos y el acceso de trabajadores mexicanos a EE.UU.
La siguiente crisis sobrevino paradójicamente durante la administración de uno de los presidentes de EE.UU. más populares en México, el demócrata John F. Kennedy, cuando la potencia ordenó a los países de América Latina que rompieran relaciones diplomáticas con el gobierno cubano de Fidel Castro y que de no hacerlo, se retiraría la ayuda económica iniciada bajo la Alianza para el Progreso.
A diferencia del resto de los países del área, el presidente Adolfo López Mateos se negó a acatar las instrucciones de EE.UU., con lo que se inicia la política mexicana de no aceptar ayuda externa, que habría de durar hasta finales del siglo. Por fortuna, este incidente no pasó a tener mayores consecuencias.
Con los republicanos Richard Nixon (1968-74) y Gerald Ford (1974-76) en la Casa Blanca, y Luis Echeverría en Los Pinos (1970-76) la relación predeciblemente se volvió difícil por el giro populista y tercermundista que le imprimió nuestro presidente a sus políticas pero tampoco hubo desenlaces demasiado graves que lamentar.
En los años siguientes de dominio republicano en EE.UU. la relación entre ambos país se concentró en la crisis de la deuda en México y en las crecientes tensiones sobre el narcotráfico, debido a la irritación en nuestro país por la “certificación” que tenía que hacer el gobierno de EE.UU. a partir de 1986, por instrucciones de su congreso, sobre si los esfuerzos por combatir al narco en México eran los apropiados.
Ya con la campaña presidencial oficialmente en marcha en EE.UU., terminaré esta historia la semana próxima con lo ocurrido a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

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