miércoles, 26 de septiembre de 2012

La vía Lujambio a la reforma

Jorge Fernández Menéndez

Se fue con Alonso Lujambio una de las mentes más lúcidas, uno de los políticos más íntegros y el intelectual más importante que ha tenido el PAN desde la muerte de Carlos Castillo Peraza. Las contribuciones de Alonso en el IFE, en el IFAI, en su corto plazo por la Secretaría de Educación Pública, muestran, además, que esa capacidad intelectual, esa formación estricta, no se contraponían con una mente ordenada y políticamente eficiente, que sabía combinar los objetivos de largo y corto plazo, los principios, con la realidad, con el arte de lo posible.


Hay quien le dijo a Lujambio, cuando decidió buscar la candidatura presidencial de su partido, que se quedara en la SEP, que se concentrara en sacar adelante una reforma educativa que se había quedado siempre en ciernes, que la batalla por la candidatura y después por la Presidencia serían casi imposibles y que, en cambio, sentar bases para una reforma educativa real era mucho más factible y sería un verdadero aporte para el futuro del país. No sé, si la enfermedad no se hubiera cruzado en la vida de Alonso, si él hubiera podido ser candidato presidencial por el PAN, pero estoy convencido de que Lujambio pudo haber sido el único que hubiera podido sacar adelante la reforma educativa. Combinaba, para ello, claridad ideológica sobre lo que requería en ese ámbito con una visión de real politik sobre lo que se podía y lo que no se podía hacer en la educación y con el magisterio.
Existe una idea bastante generalizada de que el problema de la educación pasa por los maestros y más concretamente por el sindicato. Sin duda existe una relación entre las deficiencias del sistema educativo y la formación de los maestros. Sin duda existen prácticas sindicales que deben ser erradicadas o reformadas. Pero los problemas de nuestro sistema educativo van infinitamente más allá del sindicato: pensar que doblegando al sindicato se resolverán los problemas educativos del país es una falacia. E insisto, me parece que es una vía para avanzar, no en una educación pública que abarque al conjunto de la sociedad, sino en mecanismos que pueden ser legítimos o no, pero que se centran en una suerte de privatización del proceso educativo.
Cuando en la reunión de los 300 líderes más influyentes de México, Claudio X. González presentó el diagnóstico de la educación en nuestro país, concluyó con una serie de propuestas, que fueron muy aplaudidas, que giraban en torno al sindicato de maestros, y le pidió al presidente electo, Peña Nieto, que le quitara al sindicato el control sobre la educación. No fue reseñado casi por los medios, pero la respuesta de Peña Nieto fue interesante: destacó que la educación por supuesto que tendría que estar bajo control del Estado, que coincidía con el diagnóstico presentado, pero insistió en que esa anhelada reforma educativa se tendría que hacer con las maestras y los maestros de México. Y tiene razón. No podrá haber ninguna reforma educativa si no participan en ella, en forma organizada, los maestros. No habrá una reforma educativa sin la participación del SNTE y sin tener claridad de que sus principales opositores, aglutinados en la llamada Coordinadora, con una presencia hegemónica en un par de estados, como Michoacán y Oaxaca, están contracualquier posibilidad de avanzar en una reforma educativa.
No habrá una reforma educativa (como tampoco en seguridad) si no se logra involucrar en ella también a los gobernadores: la educación, como el sindicato, está federalizada y las soluciones, en todos los ámbitos, deben ser globales y, al mismo tiempo, locales, específicas, porque cada entidad de la República (y cada sección sindical) tiene particularidades que deben ser atendidas.
Puede ser que plantearlo de una forma tan cruda sea políticamente incorrecto, puede ser mucho más fácil pensar que teniendo menos maestros comisionados o pagando en forma diferente las cuotas del sindicato, se puede resolver el problema de la educación en México. No es así: nos encanta como sociedad tener siempre un malvado, o en este caso malvada, favorito a mano para cargarle las culpas de algunos de sus males cotidianos, lo que resulta una forma idónea para no resolverlos jamás, porque no se hace ni se quiere hacer el esfuerzo correspondiente. ¿Para que cambiar de obra si, en realidad, se nos dice, podemos cambiar la escenografía y algunos personajes para que parezca que es completamente nueva, aunque sea la misma que venimos representando desde hace años?
Creo que Lujambio comprendía exactamente eso, creo que, por esa razón, hasta sus últimos días, tuvo el respeto de todos los involucrados en el proceso educativo, desde gobernadores hasta el liderazgo del sindicato. No le alcanzaron ni el tiempo ni la vida. Ojalá la próxima administración, en ese terreno, pueda encontrar, en esa vía que había comenzado a explorar Lujambio, la respuesta a ese desafío exento de simplificaciones que es la verdadera reforma educativa que el país necesita.

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