lunes, 10 de septiembre de 2012

La lealtad de los hispanos

 

Delegados a la Convención Demócrata celebrada la semana pasada en Charlotte expresan su apoyo mientras el alcalde de San Antonio, Julián Castro, pronuncia un discurso.
Delegados a la Convención Demócrata celebrada la semana pasada en Charlotte expresan su apoyo mientras el alcalde de San Antonio, Julián Castro, pronuncia un discurso.
Victor J. Blue / Bloomberg
Son hispanos, jóvenes e influyentes. Julián Castro y Marco Rubio fueron reconocidos con puestos de honor (y conveniencia) en las convenciones demócrata y republicana, por representar a la nueva generación de una fuerza hispana de 52 millones de habitantes, que cada año gana mayor peso en el escenario político estadounidense.
Castro, alcalde demócrata de San Antonio de ascendencia mexicana y Rubio, senador federal republicano por la Florida, de abuelos cubanos, fueron los únicos, entre decenas de oradores, en hablar sobre inmigración. Sin embargo, lo hicieron con discursos al estilo telenovela, floreándose con anécdotas sobre abuelitas y padres que debieron saltar obstáculos y trabajar duro para que sus hijos pudieran estudiar y alcanzar el sueño americano.

El sentimentalismo aguó ojos, pero desenmascaró que ninguno de los dos partidos tiene ideas y propuestas firmes sobre el tema más importante para los 11 millones de indocumentados hispanos, como se evidenció en los discursos de los candidatos Barack Obama y Mitt Romney, más urgidos por los temas económicos.
La comunidad latina que pretende una reforma inmigratoria integral como la alcanzada en 1965, quedó con más dudas que respuestas luego de las convenciones, y con poca esperanza de que el tema se resuelva en los dos meses que quedan de campaña electoral. El tema no es fácil, trasciende a los hispanos, aunque se trate de la mayor población minoritaria y la más urgida.
Si por inmigración se votara, la elección ya estuviera resuelta. Los hispanos, con una fuerza electoral de 12 millones, tres más que en 2008, favorecen en un 70% a los demócratas. Están alentados a votar por Obama, desde que el Presidente dictó el decreto de “acción diferida” que detuvo por dos años las deportaciones de los dreamers.
Pese a que Obama no cumplió con su promesa de alcanzar una reforma integral y a la demagogia de la “acción diferida”, que no puede esconder las 400 mil deportaciones por año durante su presidencia, las opciones de triunfo de los demócratas son más claras por contraste. Es que los republicanos hicieron lo inimaginable para espantar votos. Romney propone una autodepuración de la comunidad hispana, con programas de auto deportación, terminar el muro fronterizo con México –con reminiscencias de la Alemania dividida– y entregar visas solo a universitarios y trabajadores especializados.
Romney piensa que todavía está a tiempo de revertir la voluntad de los hispanos, si logra que piensen en términos de bienestar económico y valores familiares. Sabe que es el grupo más golpeado por el desempleo, muy por arriba de la tasa promedio del 8.3%, y que la enseñanza católica en contra del aborto y de los matrimonios del mismo sexo, se asemejan a los principios más conservadores de su partido. Estima que con ellos podrá contrarrestar la plataforma demócrata que promete más impuestos a los ricos y asistencia gubernamental en salud y educación, para beneficiar a minorías en desventaja como la latina.
Los hispanos son difíciles de cortejar y entender, algo que el ex presidente Ronald Reagan retrató muy bien: “Los latinos son republicanos, pero aún no lo saben”. Es que en su mayoría, los hispanos llegan a Estados Unidos en busca de valores más conservadores como el sueño de trabajar duro y ser recompensados, lo que en sus países se les niega; pero, de a poco, ante las desventajas económicas, prefieren un Estado asistencialista más cercano a los principios liberales.
Por ahora, Obama sabe que tiene las mayores probabilidades de captar los votos de los hispanos, aunque no puede dormirse en los laureles. En su contra tiene una economía endeble y una reforma inmigratoria inconclusa; pero, especialmente, debe lidiar con una comunidad renuente a movilizarse sin incentivos, como demostró en las elecciones legislativas de 2010, cuya ausencia en las urnas provocó que los demócratas perdieran por paliza.
Aunque los hispanos parecen más inclinados a votar por quienes ofrecen más soluciones en inmigración que en economía, lo que está en juego es su lealtad partidaria –valor resaltado por Castro y Rubio– de una comunidad que en 25 años compondrá el 40% de la población y se convertirá en la mayor fuerza laboral y económica del país.

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