La justificación de la tiranía
Por Gabriel Boragina ©
El déspota, acusado de su despotismo, se pregunta retóricamente en una
especie de "defensa" a la acusación: ¿qué pasa en una sociedad si la
mayoría se pone de acuerdo en una opción, sería totalitaria? La respuesta es
naturalmente que sí, habida cuenta que esa "opción" como surge del
propio enunciado del dictador que la fórmula, es "una" y es la de la
mayoría que relega la opción restante, que es la de la minoría. Una sociedad en
donde una mayoría se decide por una "opción" que excluye la opción
siguiente (la de la minoría) es por definición totalitaria, al excluir otras
opciones posibles. Y ciertamente, como tantas veces hemos explicado nosotros y
otros, las mayorías pueden -y de hecho lo son-, despóticas. Pero
fundamentalmente, lo que el tirano calla, es que esa "opción" de la
mayoría, él no la considerará totalitaria, simplemente porque es la suya
propia, y no por ninguna otra razón.
Sigue el autócrata en su discurso diciendo "que los
"perdedores" de su proyecto político acusarán siempre al gobierno de
autoritarismo, solo por el hecho de ejercer el poder delegado democráticamente.
No les gusta que los confronten". Nótese la forma despótica del pensar del
tirano. Constantemente lo hace en términos de "ganadores y
perdedores". Y, naturalmente, los que tienen que ganar son los
tiranos, y los que tienen que perder son los tiranizados. En esto
consiste -en definitiva- el "proyecto político" de la tiranía: en
someter a los disidentes, aplastarlos como sea, utilizando los medios que
vengan al caso, por ejemplo, la "democracia" si es necesario. Porque,
como ya hemos explicado repetidamente, la democracia ha sido utilizada muchas
veces en la historia como un mecanismo de dominación y explotación.
Todo autócrata populista soslayará que el "poder delegado
democráticamente" no es para hacer lo que se le ocurra, dónde se le
ocurra y cuándo se le ocurra. En una democracia constitucional el
poder se delega en los límites que marca taxativamente la Constitución.
Es por esta razón que, indefectiblemente todo dictador populista quiere y lucha
por tener una Constitución política hecha a su medida. Fue ni más ni
menos lo que hizo J.D. Perón cuando modificó la Constitución de la Nación
Argentina en 1949 para hacer otra afín a su conveniencia de perpetuarse en el
poder.
Seguidamente el déspota, cercado argumentalmente, incapaz de rebatir todo
lo anterior, cambia su discurso y recitará toda una serie de leyes o medidas
que dan cuenta de las demandas de minorías o de consumidores en general. A lo
que vuelve retóricamente a preguntar ¿esto es propio de una dictadura o
totalitarismo? La respuesta vuelve a ser afirmativa. Porque toda ley que
sacrifica a las mayorías en pos de los intereses de las minorías es tan
despótica como la inversa, en la cual se sacrifica a las minorías en favor de
las mayorías. Si señor sátrapa, en ambos casos es totalitario. Allí donde se
sacrifican o menoscaban en algún sentido derechos de grupos o de personas (en
realidad, los derechos sólo son de personas, pero usemos por un momento el
mismo lenguaje colectivista del autoritario) en ayuda o en detrimento de otros
grupos o de otras personas hay una dictadura o totalitarismo.
Si por democracia entendemos la célebre definición de Lincoln por la cual
la democracia es "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo", resulta evidente que toda acción, medida o legislación que
beneficie a grupos o individuos en menoscabo de otros, no encaja dentro de esa
definición de democracia. Si las favorecidas son minorías, sería
oligarquía, y será demagogia si los son las mayorías. Y ambas, pueden -desde
luego- convertirse en dictaduras o totalitarismos, como tantas veces lo ha
demostrado la historia misma. Por tales razones, legislar para minorías no es
"democracia" como tampoco lo es hacerlo para mayorías. Los gobiernos
populistas otorgan y reparten privilegios a los que indebidamente
denominan "derechos". Y es de suma importancia entender la diferencia
entre derechos y los privilegios populistas. El privilegio
entraña invariablemente el daño a otro u otros, es decir, a alguien o muchos.
Se le da algo a alguien (persona o grupos) en perjuicio de otro (persona o
grupos). El dictador hace un reparto en el cual, unos deben ser
perjudicados para que otros resulten beneficiados. A esta acción, el
tirano la suele denominar "justicia social", consistente en quitarles
a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no le pertenece. Este
populismo, invariablemente supone daño a otros, y en última instancia,
perjuicio al conjunto en su totalidad. Los privilegios otorgados -cualesquiera
que estos fueren- perennemente implican resentimientos, rencores e injusticias.
Es una gran hipocresía llamar a este reparto de privilegios "justicia
social".
La democracia, en la fórmula de Lincoln, implica que el origen del poder
reside en el pueblo, debe ser ejercido por el pueblo y debe estar dirigido
hacia el pueblo. Lincoln no dijo que la democracia era el gobierno de "la
mayoría". Tampoco afirmó que consistía en el gobierno de la minoría. Su
fórmula es bastante clara: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo". Y recordemos que en inglés la palabra people significa
tanto pueblo como gente o personas. En suma, se trata del
concepto del gobierno de sí mismo. O de autogobierno como lo ha llamado
Alberto Benegas Lynch (h) en su libro Hacia el autogobierno. Una crítica al
poder político. Quien se gobierna a sí mismo no necesita gobernar a otros,
sino simplemente coopera con esos otros, como describe Ludwig von Mises el
mercado: como un sistema de cooperación social. Cooperación, por
definición implica exclusión de toda coacción. Si la democracia no se
entiende de este modo, entonces sólo queda interpretarla como otra forma de
despotismo más. O la democracia es de todos o sólo será la tiranía de
unos (mayorías o minorías) enquistados en el poder.
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