domingo, 16 de septiembre de 2012

La justificación de la tiranía



La justificación de la tiranía
Por Gabriel Boragina ©

El déspota, acusado de su despotismo, se pregunta retóricamente en una especie de "defensa" a la acusación: ¿qué pasa en una sociedad si la mayoría se pone de acuerdo en una opción, sería totalitaria? La respuesta es naturalmente que sí, habida cuenta que esa "opción" como surge del propio enunciado del dictador que la fórmula, es "una" y es la de la mayoría que relega la opción restante, que es la de la minoría. Una sociedad en donde una mayoría se decide por una "opción" que excluye la opción siguiente (la de la minoría) es por definición totalitaria, al excluir otras opciones posibles. Y ciertamente, como tantas veces hemos explicado nosotros y otros, las mayorías pueden -y de hecho lo son-, despóticas. Pero fundamentalmente, lo que el tirano calla, es que esa "opción" de la mayoría, él no la considerará totalitaria, simplemente porque es la suya propia, y no por ninguna otra razón. 
 
Sigue el autócrata en su discurso diciendo "que los "perdedores" de su proyecto político acusarán siempre al gobierno de autoritarismo, solo por el hecho de ejercer el poder delegado democráticamente. No les gusta que los confronten". Nótese la forma despótica del pensar del tirano. Constantemente lo hace en términos de "ganadores y perdedores". Y, naturalmente, los que tienen que ganar son los tiranos, y los que tienen que perder son los tiranizados. En esto consiste -en definitiva- el "proyecto político" de la tiranía: en someter a los disidentes, aplastarlos como sea, utilizando los medios que vengan al caso, por ejemplo, la "democracia" si es necesario. Porque, como ya hemos explicado repetidamente, la democracia ha sido utilizada muchas veces en la historia como un mecanismo de dominación y explotación.
Todo autócrata populista soslayará que el "poder delegado democráticamente" no es para hacer lo que se le ocurra, dónde se le ocurra y cuándo se le ocurra. En una democracia constitucional el poder se delega en los límites que marca taxativamente la Constitución. Es por esta razón que, indefectiblemente todo dictador populista quiere y lucha por tener una Constitución política hecha a su medida. Fue ni más ni menos lo que hizo J.D. Perón cuando modificó la Constitución de la Nación Argentina en 1949 para hacer otra afín a su conveniencia de perpetuarse en el poder.
Seguidamente el déspota, cercado argumentalmente, incapaz de rebatir todo lo anterior, cambia su discurso y recitará toda una serie de leyes o medidas que dan cuenta de las demandas de minorías o de consumidores en general. A lo que vuelve retóricamente a preguntar ¿esto es propio de una dictadura o totalitarismo? La respuesta vuelve a ser afirmativa. Porque toda ley que sacrifica a las mayorías en pos de los intereses de las minorías es tan despótica como la inversa, en la cual se sacrifica a las minorías en favor de las mayorías. Si señor sátrapa, en ambos casos es totalitario. Allí donde se sacrifican o menoscaban en algún sentido derechos de grupos o de personas (en realidad, los derechos sólo son de personas, pero usemos por un momento el mismo lenguaje colectivista del autoritario) en ayuda o en detrimento de otros grupos o de otras personas hay una dictadura o totalitarismo.
Si por democracia entendemos la célebre definición de Lincoln por la cual la democracia es "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", resulta evidente que toda acción, medida o legislación que beneficie a grupos o individuos en menoscabo de otros, no encaja dentro de esa definición de democracia. Si las favorecidas son minorías, sería oligarquía, y será demagogia si los son las mayorías. Y ambas, pueden -desde luego- convertirse en dictaduras o totalitarismos, como tantas veces lo ha demostrado la historia misma. Por tales razones, legislar para minorías no es "democracia" como tampoco lo es hacerlo para mayorías. Los gobiernos populistas otorgan y reparten privilegios a los que indebidamente denominan "derechos". Y es de suma importancia entender la diferencia entre derechos y los privilegios populistas. El privilegio entraña invariablemente el daño a otro u otros, es decir, a alguien o muchos. Se le da algo a alguien (persona o grupos) en perjuicio de otro (persona o grupos). El dictador hace un reparto en el cual, unos deben ser perjudicados para que otros resulten beneficiados. A esta acción, el tirano la suele denominar "justicia social", consistente en quitarles a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no le pertenece. Este populismo, invariablemente supone daño a otros, y en última instancia, perjuicio al conjunto en su totalidad. Los privilegios otorgados -cualesquiera que estos fueren- perennemente implican resentimientos, rencores e injusticias. Es una gran hipocresía llamar a este reparto de privilegios "justicia social".
La democracia, en la fórmula de Lincoln, implica que el origen del poder reside en el pueblo, debe ser ejercido por el pueblo y debe estar dirigido hacia el pueblo. Lincoln no dijo que la democracia era el gobierno de "la mayoría". Tampoco afirmó que consistía en el gobierno de la minoría. Su fórmula es bastante clara: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Y recordemos que en inglés la palabra people significa tanto pueblo como gente o personas. En suma, se trata del concepto del gobierno de sí mismo. O de autogobierno como lo ha llamado Alberto Benegas Lynch (h) en su libro Hacia el autogobierno. Una crítica al poder político. Quien se gobierna a sí mismo no necesita gobernar a otros, sino simplemente coopera con esos otros, como describe Ludwig von Mises el mercado: como un sistema de cooperación social. Cooperación, por definición implica exclusión de toda coacción. Si la democracia no se entiende de este modo, entonces sólo queda interpretarla como otra forma de despotismo más. O la democracia es de todos o sólo será la tiranía de unos (mayorías o minorías) enquistados en el poder.

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