lunes, 17 de septiembre de 2012

El retiro de la Thatcher madrileña es otro aviso

Por: Javier Casqueiro 
Aguirre

La retirada de la Thatcher española y madrileña es un aviso en toda regla a Mariano Rajoy. Y, además, en otro momento crítico para el líder del PP y presidente del Gobierno. Ninguno de los gestos, declaraciones, intervenciones e incluso de las recurrentes meteduras de pata de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, son inocentes. Jamás. Eso no ha sucedido nunca. Y esta decisión final tampoco. Aguirre no ha querido dejar claras, ajenas a las múltiples interpretaciones y análisis, las razones últimas de su marcha de la primera fila política. Y eso tampoco es casual. Si la razón única y definitiva fuera la sanitaria o la familiar la podría haber dejado sentenciada. No quiso. Y eso abre el abanico de las opciones y dirige la mirada hacia su evidente mala relación con Rajoy, con la cúpula del partido y del Gobierno.
En la emocionada comparecencia de esta mañana, Aguirre solo ha soltado algunas pistas de que su despedida de la actividad que le ha ocupado con pasión prácticamente toda su vida profesional, casi 30 años, no se debe únicamente a razones de salud ni familiares, como pretende subrayar el comunicado de urgencia emitido desde la Presidencia del Gobierno. No se le escapó a la lideresa madrileña la frase de que había esperado a que Rajoy le facilitara una cita en La Moncloa, esta misma mañana, para comunicarlo públicamente. También se felicitó de que no hubiera habido filtraciones. ¿Por parte de quién?

Es evidente que hay algo más que motivos de desgaste personal en esta extemporánea salida del primer plano. Aunque también es cierto que tras comunicar ella misma, en otra comparecencia sorpresa, su grave enfermedad tomó también la iniciativa para aflojar el ritmo en su vida pública. Sus colaboradores más directos fueron los primeros que lo apreciaron. De repente, las jornadas de trabajo ya no duraban 14 o 15 horas diarias. Solo 12.
En la pasada primavera se sucedieron de nuevo los rumores sobre su sucesión. Rumores que se acrecentaban con decisiones de gran calado, como las sucesivas decapitaciones de todos los dirigentes que tanto en la Comunidad como en el PP de Madrid amenazaban con proyectar alguna sombra no tanto sobre su figura como sobre la de su gran apuesta para el relevo, Ignacio González. En esa trinchera cayeron Manuel Lamela, Alfredo Prada, Juanjo Güemes, Francisco Granados. Y en los últimos tiempos se extendieron las sospechas hasta sobre la fidelidad real de su última apuesta, la consejera Lucía Figar.
Esas disputas internas, permanentes en el PP de Madrid, se dispararán ahora. Serán tres semanas frenéticas hasta que la Asamblea regional convoque el pleno para solventar la sucesión. La apuesta de Aguirre es solo una. Por si había alguna duda, que nadie la tenía, hoy se ha decantado solo por la figura de Ignacio González, su mano derecha durante tantos años. Leyó todo un tratado sobre su valía, sus cargos en distintas administraciones y su curriculo. Pero en la dirección del PP y en el entorno de Rajoy no quieren saber nada de Ignacio González y menos al frente de la Comunidad de Madrid, una de las administraciones referentes en España por su importancia política y económica, justo cuando empiezan a proliferar los barones rebeldes en otras autonomías.
Si Rajoy puede evitarlo, eso no sucederá. Rajoy no es muy rencoroso pero tiene memoria de opositor. Y aún tiene en mente la crítica intervención de González, cuando aún formaba parte del Comité Ejecutivo Nacional del PP y en vísperas del decisivo congreso de Valencia en 2008, y cuando le cuestionó directamente por su manera de dirigir el partido. Ignacio González fue el encargado de barrer entonces toda la organización para saber si había agua en la piscina y Aguirre tenía alguna posibilidad de pujar para empujar a Rajoy fuera de la dirección del PP. Aguirre, al final, no se atrevió. González, aún hoy, todavía lo lamenta.

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