Juan Ramón Rallo
Al grito de "Que paguen los más ricos", se
han coligado los socialistas de todos los partidos para defender ese
confiscatorio tipo marginal del 75% aprobado por Hollande para las
rentas de más de un millón de euros. No se llega a imponer el salario
máximo (tipo marginal del 100% a partir de cierta renta), con el que
coqueteó el progresista Franklin Delano Roosevelt, pero desde luego se le acerca.
Es de suponer que nuestro mandatario gallego, tan cercano ideológicamente a su par galo y tan o más entusiasta que él en lo que a subidas de impuestos a todas las clases productivas se refiere, estará tomando buena nota. Si ya le ha copiado la nefasta Tasa Tobin a Sarkozy, nada –ni siquiera su cada vez más sonrojante discurso electoral y preelectoral– le impedirá aprobar algo similar para nuestro país, a poco que ese liberal de pata negra que tenemos por ministro de Hacienda asiente con gesto aprobador. Lograría así Rajoy dar un pasito más hacia el que parece objetivo único de su Gobierno: emular en cada detalle lo que habría sido un Ejecutivo de Zapatero o Rubalcaba. De hecho, el líder socialista acaba de reclamar un tributo para las grandes fortunas. Como tantas otras cosas, éste es el auténtico pensamiento único que nos aplasta.
Mas uno desearía que Rajoy tomara buena nota para no emularlo. Al cabo, el movimiento de Hollande es sólo un coletazo populista para institucionalizar el odio y la depredación entre clases sociales, como rápidamente ha sabido captar Liberation, que ha mandado a tomar viento a los millonarios que acaso piensen en no ser devorados por un monstruoso Leviatán que ya consume cerca del 60% del PIB francés.
Y lo llamo "ramalazo populista" porque no cumple ninguno de los dos objetivos que teóricamente persigue: ni sirve para reducir el déficit ni resulta mínimamente ejemplarizante.
No contribuye a reducir el déficit porque, en el mejor de los supuestos (asumiendo lo que no puede asumirse, a saber, que no habrá desbandada de capitales y que no se destruirá mucha más riqueza en el sector privado), apenas serviría para levantar 2.000 o 3.000 millones de euros en un país cuyo déficit ascendió a 90.000 millones. Algo similar podría decirse de España: en nuestra economía, sólo el 0,05% de todos los contribuyentes tributa por rentas superiores a 600.000 euros anuales (proveyendo al Fisco de 3.000 millones de euros; lo mismo, por cierto, que el 25% de contribuyentes con menor renta), de modo que una medida similar sólo cosecharía —de nuevo en el mejor de los mundos— un incremento recaudatorio de 1.000 millones de euros. Comparen eso con nuestro déficit potencial, de 100.000 millones, y descubrirán que el problema no está, precisamente, en nuestros bajos impuestos
Pero, desde luego, lo que no puede decirse es que un tipo marginal del 75% sea algo ejemplarizante. Primero, porque para que los ricos paguen más impuestos que los pobres no es necesario implantar un sistema progresivo, basta con uno proporcional: si el tipo medio de la renta es del 20% tanto para quien gana 20.000 euros como para quien gana un millón, el rico pagará 50 veces más que el pobre. Y, segundo, y sobre todo, las subidas de impuestos nunca son ejemplarizantes: salvo que nos refiramos a que nos muestran el camino hacia la pobreza, la destrucción de capital y el sometimiento al Estado. Lo ejemplarizante sería bajar los impuestos a todos los ciudadanos, pero jamás subírselos.
Estos incrementos fiscales, lejos de ejemplarizar, anestesian. Las clases medias reciben un huesecillo para calmar suira
ante los sablazos tributarios que periódicamente les inflige el Estado.
Al gravar más a los ricos, el Estado calma un poco el malestar que su
propio intervencionismo genera, y aquéllas se contentan con la
paupérrima suerte de seguir trabajando para costear un Estado
mastodóntico mientras otros con sueldos mayores pagan impuestos
auténticamente delirantes. Pues de lo que se trata es de eso: de
distraer el debate y de hacer creer a la ciudadanía que las clases
medias dejarán de ser las auténticas víctimas y paganas de nuestro
engordado Hiperestado por el hecho de que se expoliará con más encono a
los ricos. Como si, repito, el 0,05% de los contribuyentes pudiera
sostener unos Estados modernos que copan más del 50% de las riquezas
nacionales. No, no es posible, y cuanto antes entendamos la perentoria
necesidad de que las tijeras entren en el sector público y no en el
privado, tanto mejor nos irá a todos.
Mientras tanto, sigamos con la comidilla de que una crisis causada y agravada por el intervencionismo gubernamental se va a solucionar por lanzar al Fisco contra los ricos. Sin duda, lo que más interesa a los gobernantes franceses o españoles es igualarnos a todos en el mismo nivel de pobreza. Para eso, y para poco más, sirve esta renovada demagogia contra los creadores de riqueza.
Es de suponer que nuestro mandatario gallego, tan cercano ideológicamente a su par galo y tan o más entusiasta que él en lo que a subidas de impuestos a todas las clases productivas se refiere, estará tomando buena nota. Si ya le ha copiado la nefasta Tasa Tobin a Sarkozy, nada –ni siquiera su cada vez más sonrojante discurso electoral y preelectoral– le impedirá aprobar algo similar para nuestro país, a poco que ese liberal de pata negra que tenemos por ministro de Hacienda asiente con gesto aprobador. Lograría así Rajoy dar un pasito más hacia el que parece objetivo único de su Gobierno: emular en cada detalle lo que habría sido un Ejecutivo de Zapatero o Rubalcaba. De hecho, el líder socialista acaba de reclamar un tributo para las grandes fortunas. Como tantas otras cosas, éste es el auténtico pensamiento único que nos aplasta.
Mas uno desearía que Rajoy tomara buena nota para no emularlo. Al cabo, el movimiento de Hollande es sólo un coletazo populista para institucionalizar el odio y la depredación entre clases sociales, como rápidamente ha sabido captar Liberation, que ha mandado a tomar viento a los millonarios que acaso piensen en no ser devorados por un monstruoso Leviatán que ya consume cerca del 60% del PIB francés.
Y lo llamo "ramalazo populista" porque no cumple ninguno de los dos objetivos que teóricamente persigue: ni sirve para reducir el déficit ni resulta mínimamente ejemplarizante.
No contribuye a reducir el déficit porque, en el mejor de los supuestos (asumiendo lo que no puede asumirse, a saber, que no habrá desbandada de capitales y que no se destruirá mucha más riqueza en el sector privado), apenas serviría para levantar 2.000 o 3.000 millones de euros en un país cuyo déficit ascendió a 90.000 millones. Algo similar podría decirse de España: en nuestra economía, sólo el 0,05% de todos los contribuyentes tributa por rentas superiores a 600.000 euros anuales (proveyendo al Fisco de 3.000 millones de euros; lo mismo, por cierto, que el 25% de contribuyentes con menor renta), de modo que una medida similar sólo cosecharía —de nuevo en el mejor de los mundos— un incremento recaudatorio de 1.000 millones de euros. Comparen eso con nuestro déficit potencial, de 100.000 millones, y descubrirán que el problema no está, precisamente, en nuestros bajos impuestos
Pero, desde luego, lo que no puede decirse es que un tipo marginal del 75% sea algo ejemplarizante. Primero, porque para que los ricos paguen más impuestos que los pobres no es necesario implantar un sistema progresivo, basta con uno proporcional: si el tipo medio de la renta es del 20% tanto para quien gana 20.000 euros como para quien gana un millón, el rico pagará 50 veces más que el pobre. Y, segundo, y sobre todo, las subidas de impuestos nunca son ejemplarizantes: salvo que nos refiramos a que nos muestran el camino hacia la pobreza, la destrucción de capital y el sometimiento al Estado. Lo ejemplarizante sería bajar los impuestos a todos los ciudadanos, pero jamás subírselos.
Estos incrementos fiscales, lejos de ejemplarizar, anestesian. Las clases medias reciben un huesecillo para calmar su
Mientras tanto, sigamos con la comidilla de que una crisis causada y agravada por el intervencionismo gubernamental se va a solucionar por lanzar al Fisco contra los ricos. Sin duda, lo que más interesa a los gobernantes franceses o españoles es igualarnos a todos en el mismo nivel de pobreza. Para eso, y para poco más, sirve esta renovada demagogia contra los creadores de riqueza.
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