martes, 25 de septiembre de 2012

El factor Netanyahu

 

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, asiste a una reunión de su gabinete en Jerusalén, el 2 de septiembre. Netanyahu pide a la comunidad internacional que ponga coto a los planes nucleares de Irán.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, asiste a una reunión de su gabinete en Jerusalén, el 2 de septiembre. Netanyahu pide a la comunidad internacional que ponga coto a los planes nucleares de Irán.
Pool / Getty Images
Según un viejo chiste judío, toda la culpa del conflicto territorial israelí lo tiene la tartamudez de Moisés que, a la pregunta de Dios –en una teofanía no registrada en la Biblia– sobre la tierra en que quería asentarse su pueblo, respondió “Ca, Ca, Ca...” y el Señor entendió que le estaba pidiendo “Canaán” –y les otorgó ese país minúsculo– cuando en verdad Moisés lo que intentaba decir era “Canadá”. Más de tres mil años después de que los hebreos se asentaran en la “Tierra Prometida”, la estrechez territorial sigue siendo el problema principal del hogar judío.


Esa limitación básica explica la creciente impaciencia e inquietud del gobierno israelí frente a los avances nucleares de Irán, que muchos en Estados Unidos no son capaces de entender. Si Israel fuera un país de mediano tamaño, ni siquiera tan vasto como el Canadá, podría darse el lujo de tolerar que Irán –un enemigo que ha jurado barrer al Estado sionista de la faz de la tierra– tuviera la bomba atómica. Desde fines de los años 40 del pasado siglo hasta el presente, la paz entre las grandes potencias se ha asentado sobe el argumento de la mutua aniquilación. Cualquiera que se atreviera, por ejemplo, a lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos sabe que, independientemente del daño que haya podido causar, la nación entera no desaparecería y al agresor le esperaría una pavorosa represalia de la cual posiblemente no lograría sobrevivir.
Israel no podría decir lo mismo. Víctima de un ataque atómico, y más allá de cualquier represalia, el país completo podría dejar de ser debido a su poca extensión. De ahí por qué el gobierno israelí insista en comprometer aún más a Estados Unidos, su principal aliado y protector, en ponerle límites precisos a Irán, traspuestos los cuales la acción militar sería inevitable. El presidente Obama, que intenta reelegirse en medio de una grave crisis económica y con la imagen muy dañada en los países islámicos, prefiere conformarse con seguir presionando a los iraníes –en el terreno económico y político– sin llegar a establecer esos umbrales que podrían tomarse por un ultimátum y tener para él un efecto electoral adverso.
En consecuencia, el primer ministro israelí decidió presentarle directamente su causa al pueblo norteamericano, como hizo el pasado fin de semana en dos entrevistas para la televisión y luego de saber que Obama había decidido no reunirse con él durante su próxima visita a Nueva York en ocasión de la apertura de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Según algunos comentaristas, el desplante de la Casa Blanca tiene que ver más con el clima electoral que con la política internacional. Según Edward Klein, en la página de opinión de Fox News, David Axelrod, el director de la campaña de Obama, y su equipo, consideraron que un encuentro entre Netanyahu y el presidente, que siempre sería cordialmente frío dada la situación actual, podría destacarse negativamente en la prensa cuando se contrastara con la recepción cálida y cordial que le ha de dispensar seguramente Mitt Romney, el candidato republicano, con quien comparte una amistad que se remonta a 1976, cuando ambos trabajaron juntos como asesores corporativos para el Boston Consulting Group.
Aunque el primer ministro israelí ha dicho que no quiere intervenir en la campaña electoral de Estados Unidos, sus entrevistas del pasado fin de semana, su notoria discrepancia con el presidente y su amistad y comunión de ideales con Romney le convierten por fuerza en un factor activo de esta campaña, específicamente dirigido a la comunidad judía en Estados Unidos que, si bien no es muy grande, dispone de un considerable peso político en algunos estados donde se concentra, como puede ser la Florida. Tradicionalmente, la comunidad judía de la Florida –de personas mayores, jubiladas en su mayoría– tiende a votar a favor del Partido Demócrata, como lo hizo en un 78% en las pasadas elecciones. Si el factor Netanyahu consiguiera erosionar ese apoyo en un 10% o un 15%, eso podría significar una pérdida lo suficientemente significativa para perder el estado e incluso las elecciones.
Desde luego, la crisis de Irán –que, no obstante el optimismo de algunos, no promete resolverse en la mesa de conversaciones– y la amenaza a la seguridad de Israel y de todo el Oriente Medio, no son ardides electorales de los republicanos ni mero oportunismo de Netanyahu con la intención de pescar en el río revuelto de estas elecciones; son problemas reales y serios que el presidente ha manejado con torpeza y acaso con blandura y que la plataforma republicana tiene entre los puntos más importantes de su agenda. Sin embargo, sería ingenuo creer que el primer ministro israelí es neutral en lo que concierne a nuestros comicios; más bien debe verlos como asunto de vida o muerte. El tamaño de su país así se lo exige.

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