AMLO: recuento de daños
Rafael Álvarez Cordero*
Hay
tres puntos que me llaman la atención del Partido de la Revolución Democrática
y se hacen evidentes después de la renuncia de Andrés Manuel López Obrador al
partido.
El
primero es la inmensa tolerancia —mezcla
de temor y cobardía— de los militantes y sus jerarcas, de Jesús
Zambrano para abajo, frente al inmenso daño y las reiteradas ofensas de AMLO al
PRD. Atendió sólo a los que quiso, repudió a sus mentores, insultó a los que no
lo obedecían ciegamente, obligó al partido a votar por un candidato patito, humilló a Juanito y a todos los que
objetaban sus decisiones arbitrarias, se
comportó como un cacique tribal y el PRD nunca dijo nada.
El
segundo es el daño que le hizo al partido. El PRD era, desde su fundación, un
partido de izquierda, mezcla de varias corrientes, algunas más agresivas que
otras, pero AMLO convirtió a la izquierda en un partido delirante, el partido del “¡no!”, opuesto a
cualquier iniciativa.
La
abundante evidencia de corrupción y mendacidad ejemplificada por los Bejarano,
Padierna, Brugada, Monreal, Fernández Noroña, y tantos más que él solapó, junto
con los Pancho Villa, los Esparza y otros, hicieron que el partido fuera
sinónimo de agresividad,
intolerancia y falta de visión democrática.
Y
el tercer daño, el más importante, lo hizo al país: denigró a México, insultó y
desconoció al presidente Felipe Calderón, mandó al diablo a las instituciones,
denostó y descalificó al Instituto Federal Electoral y al Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación, acusó a cinco millones de mexicanos de ser
estúpidos y “vender” su voto por una tarjeta o por una gallina, descalificó al
millón de mexicanos que vigilaron la elección, logró, con sus desplantes, desde
declararse presidente
legítimo, hasta llevar cerdos y pollos al Tribunal Electoral, que México fuera visto en el mundo como
una república bananera; distorsionó la elección más cuidada de
la historia, prometió acatar el fallo y por supuesto no cumplió. El daño que
hizo al sistema electoral mexicano queda ahí como una mancha difícil de borrar.
Me
llama la atención que más de un comentarista, al analizar la huida de AMLO del
PRD, comente buenas cosas de su gestión, al señalar que indudablemente tiene
“carisma”, lo que en realidad no dice nada, porque carisma tenía Chales de
Gaulle, pero también Hitler, lo tenía Kennedy, mas también Fidel Castro, el tener “carisma” (capacidad para
motivar, magnetismo personal) no es garantía de nada, porque la
presencia de AMLO en la vida nacional fue más negativa que positiva: dividió al
país, enemistó a los ciudadanos, polarizó y bloqueó las legislaturas, convirtió
San Lázaro en un circo de tercera. Súmele, estimado lector, y comprobará que
tener carisma no significa nada.
El
recuento de daños puede terminar si los miembros propositivos e inteligentes de
la izquierda nacional —que hay muchos— retoman el rumbo para lograr, por la vía
democrática y no con insultos, tomas de tribuna y bloqueos de carreteras, que
los asuntos pendientes del país, que son muchos, se resuelvan y los mexicanos
tengamos una vida mejor.
Hay
quien comenta que el posible registro de Morena como un nuevo partido
constituye un nuevo deseo democrático de AMLO.
Se
equivocan, él ha vivido siempre del presupuesto, mamó del
PRI, luego del PRD, del PT y Movimiento Ciudadano, y ahora, que ya no tiene
partido, buscará un nuevo registro, mamará de
Morena y seguirá el recuento de daños.
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