por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
El multiplicador es 2,5 o 3. Depende a quién se le pregunte. Es así
como se suelen traducir los votos de las primarias en las elecciones
finales. Los expertos afirman que los tres millones de sufragios
obtenidos por Henrique Capriles en las primarias venezolanas, pueden acarrearle entre siete y medio y nueve millones de electores en los comicios contra Hugo Chávez. Suficientes para sacarlo del poder.
“Ocho y medio es una predicción razonable”, me dijo Joaquín Pérez
Rodríguez, uno de los mayores conocedores del tema. Y luego agregó:
“dependerá de muchos factores, dado que faltan más de siete meses para
los comicios del 7 de octubre, pero si las elecciones fueran la semana
próxima, y si se realizaran sin trampas, con el grado de entusiasmo que
se observa en la oposición, especialmente en la juventud, Chávez sería
claramente derrotado”.
La Mesa de Unidad Democrática (MUD) guiada por Ramón
Guillermo Aveledo, un honorable político democristiano, escritor y
profesor universitario, ex presidente del congreso, logró el milagro de
poner de acuerdo a los diversos líderes que aspiraban al poder para
forjar una candidatura única. Para conseguirlo, puso tres condiciones:
él no aspiraría a ningún cargo, no aceptaría un céntimo por el servicio
que le hacía al país, y todo el proceso debía ser equitativo y
transparente.
Puro fair play, como dicen los estadounidenses. Hoy esa inmaculada
manera de actuar la estudian ecuatorianos, nicas y bolivianos a la
búsqueda de una fórmula que les permita ponerle fin pacíficamente al
neopopulismo colectivista del llamado Socialismo del Siglo XXI.
Tras su victoria por más del 60% de los votos, en la ceremonia de
investidura de Capriles como candidato, Ramón Guillermo Aveledo, que es,
además, un buen amante de la historia, calzó sus palabras iniciales con
una atinada frase pronunciada hace 200 años por el patricio José Félix
Ribas: "¡necesario es vencer!¡Viva la República!".
Bien elegida. Capriles no es el candidato de la tercera, la cuarta o
la quinta república. Es el candidato de la República a secas. La de la separación de poderes para proteger los derechos y libertades individuales. La de la autoridad limitada por una constitución sobria. La de la subordinación de todos al imperio de la ley.
La de los funcionarios electos o designados que admiten que son
servidores públicos sometidos por un mandato del pueblo soberano. La de
tratar al adversario con respeto y dentro de las reglas de la
cordialidad cívica. La de la alternancia en el gobierno, porque en ese
juego oposición-poder suele producirse una mejoría gradual y constante
de la calidad del Estado.
Eso es una República. Ése es el diseño institucional que pisoteó Hugo
Chávez hasta pulverizarlo. Ese espíritu es el que hoy se propone
rescatar Henrique Capriles al frente de los demócratas de país. Y ésa,
exactamente, es la alternativa planteada: o republicanismo o caudillismo
de corte populista. Republicanismo que era, por cierto, el ideal de
Bolívar, Miranda, Martí, Juárez, Alfaro y el resto de los grandes
próceres latinoamericanos.
Con sobradas razones, hay quienes piensan que los narcogenerales no
dejarán que Chávez pierda las elecciones y entregue el poder. Lo ha
advertido uno de ellos, Henry Rangel Silva, hoy Ministro de Defensa.
Pero en el ejército hay muchísimos oficiales que no son narcogenerales y
no tienen por qué dejarse arrastrar al abismo para proteger a un jefe
que, según alega EE.UU., ha mancillado el uniforme.
Hay otros analistas que temen que el gobierno cubano, totalmente
dependiente del subsidio y de los turbios negocios venezolanos, no
permitirá que se le escape su riquísima colonia petrolera y utilizará su
enorme capacidad de intriga para poner en marcha “medidas activas” que
le garanticen que en Caracas manda un gobierno títere, con o sin Chávez.
Es probable que La Habana lo intente, pero en el mundo real, haga lo
que haga la Dirección General de Inteligencia (DGI) comunista de Raúl
Castro, una miserable metrópolis política como la cubana, jamás podrá
controlar a medio plazo el destino de una sociedad cien veces más rica y
compleja que la de la Isla.
Queda, por último, la posibilidad de que Chávez esté muy debilitado o
haya muerto cuando se produzcan las elecciones de octubre, debido al
peligroso cáncer que padece. En ese caso, el chavismo intentará buscar
un candidato de reemplazo o aplazar sine die los comicios. Si la
oposición se mantiene firme con los millones de personas que la
respaldan, y si continúa hablando con una sola voz, la de Henrique
Capriles, nadie podrá evitar que acabe imponiéndose la voluntad
democrática. Nada ni nadie.
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