La retirada de Estados Unidos de un compromiso compartido para proteger nuestro planeta conlleva perturbadoras repercusiones.
Martin Wolf
Estados Unidos es una superpotencia canalla. Su
decisión la semana pasada de renunciar a la participación en el acuerdo
climático alcanzado en París en diciembre de 2015 enfatizó esta
realidad. La cuestión es cómo responder.
La negación del calentamiento global causado por actividades humanas es un artículo de fe para un sinnúmero de republicanos: la hostilidad de Donald Trump hacia actuar en pro de una solución no es idiosincrasia. Pero el cabildeo inteligente refuerza la incredulidad. El debate se parece a las discusiones sobre los peligros ocasionados por el plomo y por el tabaco. En esos casos, los grupos de presión también explotaron todas las incertidumbres. Los argumentos para tomar medidas en relación con el clima son tan sólidos como los referentes al plomo y al tabaco. Pero la ofuscación ha sido eficaz una vez más.
Las opiniones de EU sobre el papel del país a nivel mundial también son importantes. H.R. McMaster y Gary Cohn, los asesores de Trump en materia de seguridad y de economía, recientemente escribieron que: “El presidente se embarcó en su primer viaje al extranjero con una clara visión de que el mundo no es una ‘comunidad global’ sino una arena donde las naciones, las figuras no gubernamentales y las empresas se enfrentan y compiten por obtener la ventaja. Nosotros traemos a este foro una fortaleza militar, política, económica, cultural y moral inigualable. En vez de negar esta naturaleza elemental de los asuntos internacionales, la acogemos”. Debemos recordar que estos individuos son los “adultos” en la Casa Blanca.
EU abandonó esta visión del siglo XIX de las relaciones internacionales después de que terminara tan catastróficamente en el siglo XX. En su lugar surgieron las ideas, embebidas en las instituciones que creó y en las alianzas que formó, que afirman que los valores son tan importantes como los intereses, y que las responsabilidades son tan importantes como los beneficios. Ante todo, la tierra no es sólo una arena. Es nuestra casa compartida. No pertenece a una sola nación, ni siquiera a una tan poderosa. Cuidar el planeta es responsabilidad moral de todos.
La hostilidad hacia la ciencia y una estrecha visión de los intereses sentaron las bases para el rechazo del Acuerdo de París por parte de Trump. Pero su discurso también fue una característica mezcla de falsedad y de resentimiento.
Así, Trump declaró que “a partir de hoy, EU cesará toda la implementación del Acuerdo de París, no vinculante, y las cargas financieras y económicas draconianas que el acuerdo impone a nuestro país”. Sin embargo, un acuerdo “no vinculante” difícilmente puede imponer cargas financieras y económicas draconianas. De hecho, el punto del acuerdo era que cada país presentara su “prevista contribución nacionalmente determinada”. El mecanismo subyacente del Acuerdo de París era la ‘presión de grupo’, encaminada a lograr un objetivo compartido. No existía coacción alguna.
Trump también argumentó que el acuerdo tendría poco efecto sobre el clima. En su actual forma, eso es cierto. La razón principal es que los participantes significativos — incluyendo a EU — no acordaron hacer nada más. Argumentar contra la adhesión a un acuerdo porque es ineficaz, cuando la obstinación de su propio país ayudó a que así fuera, es absurdo.
Trump afirmó que: “No queremos que otros líderes y que otros países se vuelvan a reír de nosotros. Y no lo harán. No lo harán”. Ésa es una fantasía paranoica. EU es el segundo mayor emisor mundial de dióxido de carbono. Sus emisiones son un 50 por ciento mayores que las de la Unión Europea (UE) y sus emisiones per cápita son el doble de las de ese bloque o de las de Japón. Lejos de ser explotado por otros, como lo insinúa Trump, EU produce emisiones de manera exorbitante. La cooperación estadounidense no es una condición suficiente para la gestión de los riesgos climáticos. Pero es necesaria. Este repudio no es cuestión de risa.
Dado que el acuerdo se basa en compromisos nacionales, el camino sensato para EU hubiera sido permanecer en el proceso y presionar para implementar planes mucho más ambiciosos en general. EU hubiera podido unir sus esfuerzos a lo que otros, particularmente China, estaban dispuestos a lograr. Sin embargo, ahora, fuera del marco, no logrará nada parecido. Tampoco existe una posibilidad real de negociar otro marco. Los compromisos debieran evolucionar. El marco no lo hará.
En la década de 1920, EU repudió la Sociedad de Naciones (SDN), también conocida como la Liga de las Naciones. Eso llevó al colapso del acuerdo europeo posterior a la Primera Guerra Mundial. Actualmente, se está retirando de un compromiso compartido para proteger nuestro planeta. Las repercusiones son inquietantes.
Es cierto que 12 estados — los cuales generan más de un tercio del producto interno bruto (PIB) de EU — y 187 ciudades estadounidenses se han comprometido a reducir sus emisiones para 2025 en un 26-28 por ciento por debajo de los niveles de 2005, como se había prometido bajo la administración de Barack Obama. Sin embargo, aunque sea deseable, eso no puede reemplazar un compromiso por parte de EU, tal y como lo argumenta el exsecretario del Tesoro, Hank Paulson.
EU no puede “restaurar su grandeza” rechazando la responsabilidad global y acogiendo el carbón.
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