“La sombra del caudillo”
José CárdenasNo me refiero a la sicosis desatada la semana pasada al oriente de la Ciudad de México; hablo del temor a un dios llamado Andrés Manuel.
Tan pronto como cerraron las casillas electorales el pasado primero de julio, muchos vislumbraban un escenario catastrófico. Para esos agoreros del desastre, 2006 sería un juego de niños. No faltó quien alertara el peligro de las huestes iracundas de la izquierda dispuestas a incendiar al país.
El temor se acabó… por ahora. La amenaza de la desobediencia civil quedó en un simple decálogo de acciones encaminadas a mantener viva la obsesión presidencialista del Sr. López para gobernar su Estado de Ánimo, a lomos del Movimiento de Regeneración Nacional, sin caer en violencia, menos en provocación… suavecito… y no porque no quiera; porque ya no puede… y se le fue el avión.
La decisión de Andrés Manuel revela que la madre de todas las batallas ante el Tribunal Electoral, aunque estaba perdida, había que pelearla. El mesías infalible soy yo… repitió hasta el cansancio… y toda la fanaticada obedeció. Cualquier otra cosa hubiera sido herejía. El Peje es ejemplo de autocracia pura… dirá aquél.
Ahora el PRD queda al otro lado del río… su primera misión, si decide aceptarla, es evitar el naufragio en las lagunas de la orfandad.
Para la dirigencia nacional del
Hasta ahora, los pleitos internos han impedido al perredismo definirse como opción en el escenario político. El PRD ha debatido su
A Los Chuchos, y amigos que les queden, les toca soltar las amarras de la nomenklatura burocrática para privilegiar la obligación de trascender tan añejos conflictos existenciales.
No será fácil, y menos después de tan traumático divorcio…
MONJE LOCO: Los cinco acusados de menear el avispero en Ciudad Neza —un enjambre de un millón cien mil habitantes— y sembrar pánico en las colonias orientales de la Ciudad de México libraron la culpa. La falta de los “rumoristas” no fue considerada grave, menos la de aquellos tuiteros que contribuyeron a la efímera sicosis… mientras tanto, en Estados Unidos, protegido por una inmunidad derivada del cargo que dejó a fines del siglo pasado, Ernesto Zedillo les pintó un violín a quienes le quisieron
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