domingo, 9 de septiembre de 2012

Egipto, 60 años después, solo va de mal en peor


Violencia callejera en Egipto.
EFE

 DANIEL PIPES

Egipto, 60 años después, solo va de mal en peor

Los liberales de la Plaza Tahrir son los únicos aliados de Occidente

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Daniel Pipes
<p>Activistas anti-Mubarak se niegan a retirarse y se sientan ante soldados egipcios en las proximidades de la Plaza Tahrir en El Cairo. EFE</p>/>

Activistas anti-Mubarak se niegan a retirarse y se sientan ante soldados egipcios en las proximidades de la Plaza Tahrir en El Cairo. EFE

  • Hosni Mubarak.
  • Un viejo egipcio protesta contra Mubarak.
  • Mubarak caracterizado como Hitler.
  • <p>Activistas anti-Mubarak se niegan a retirarse y se sientan ante soldados egipcios en las proximidades de la Plaza Tahrir en El Cairo. EFE</p>
  • Hosni Mubarak.
  • Un viejo egipcio protesta contra Mubarak.
  • Mubarak caracterizado como Hitler.
  • <p>Activistas anti-Mubarak se niegan a retirarse y se sientan ante soldados egipcios en las proximidades de la Plaza Tahrir en El Cairo. EFE</p>
  • Hosni Mubarak.
  • Un viejo egipcio protesta contra Mubarak.
  • Mubarak caracterizado como Hitler.
  • <p>Activistas anti-Mubarak se niegan a retirarse y se sientan ante soldados egipcios en las proximidades de la Plaza Tahrir en El Cairo. EFE</p>
Se cumplen 60 años esta semana desde que el autoproclamado Movimiento de los Oficiales Libres de Egipto derrocara a la monarquía constitucional del rey Farouq – y primer aniversario en que puede imaginarse la caída del despotismo militar que durante tanto tiempo ha lacerado al país. Tristemente, su relevo más probable traerá un gobierno todavía peor.

La era de la monarquía tuvo multitud de fallos, desde las grotescas desigualdades hasta los movimientos violentos (la Hermandad Musulmana el más destacado de ellos) pero fue una era de modernización, de una economía creciente y de una influencia progresivamente mayor en el mundo. La actividad industrial había comenzado, las mujeres dejaban de taparse el rostro, y el poder blando egipcio surtía un efecto generalizado sobre los países de habla árabe. Tarek Osman recuerda estos tiempos en su excelente obra Egipto al borde del abismo: de Nasser a Mubarak (Yale) como "liberales, glamorosos, cosmopolitas".
El triste gobierno de generales y coroneles comenzaba el 23 de julio de 1952, encabezado por el ambicioso Gamal Abdul Nasser (al frente 1954-70). El gran Anwar el-Sadat (responsable 1970-81) le siguió, y luego el pomposo Husni Mubarak (gobernante 1981-2011). Nasser, el peor del trío con diferencia, atizó los demonios del resentimiento anticapitalista y la frustración antiimperialista; su administración vio una expropiación draconiana de la propiedad privada y aventuras insensatas en el exterior (con Siria, contra Israel, en Yemen) incurriendo en gastos que el país sigue extinguiendo.
El régimen se especializaba en el engaño. La junta se vestía de muftí al tiempo que el alcance del ejército se extendía más allá de la economía, los servicios de seguridad, la legislatura y la judicatura. La unidad con Siria enmascaraba una hostilidad febril. La ostentosa rivalidad con los islamistas escondía una sórdida competencia por el botín. La paz con Israel disfrazaba una hostilidad presente a través de otros medios.
Durante el largo, doloroso y retrógrado reinado de los militares, Egipto retrocedió en todos los baremos relevantes, del estándar de vida al peso diplomático, al tiempo incluso que la población se cuadriplicaba de 20 a 83 millones y la ideología islamista florecía. Egipto y Corea del Sur, destaca Osman, eran homólogos socioeconómicos en 1952; ahora Egipto se ha quedado muy atrás. Escribe que "la sociedad no progresó" con el gobierno de los soldados sino que, por el contrario, "en muchos frentes, en la práctica retrocedió". Aclara que desde 1952, "hay una sensación palpable de daño irreparable, una derrota nacional". De los encuentros deportivos a la poesía, se intuye ese derrotismo.
Con motivo de su próximo trigésimo aniversario en el poder, el faraón Mubarak decidió que, en medio de una crisis de temeridad, había que marginar a sus colegas militares. Se aventuró a robar todavía más dinero, incluso si eso se traducía en negar a los militares su parte, y (bajo la presión de su mujer) intentó que su hijo, el banquero Gamal, le sucediera como presidente en lugar de un militar.
Los indignados militares esperaron el momento oportuno. A principios de 2011, cuando los valientes, seculares y modernos jóvenes de la Plaza de Tahrir anunciaron su impaciencia con la tiranía, la junta les explotó para sacar del poder a Mubarak. Los liberales creyeron haber ganado, pero simplemente hicieron las veces de herramienta y pretexto para que el ejército se deshiciera de su despreciado superior. Habiendo cumplido su función, los liberales fueron descartados mientras oficiales e islamistas se disputaban el botín.
Lo que nos conduce a la actualidad: El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas sigue dirigiendo el país, y la Hermandad Musulmana quiere desbancarlo. ¿Cuál de estas fuerzas autocráticas e indignas ganará? El Consejo tiene, en mi opinión, un 80 por ciento de posibilidades de conservar el poder, lo que se traduce en que los islamistas sólo ganan si manifiestan tener el suficiente talento. El Consejo marginó de forma inteligente al más carismático y capaz de los líderes de la Hermandad Musulmana, Jairat al-Shater, apoyándose en tecnicismos de dudosa validez (su encarcelamiento por parte del régimen Mubarak). Eso deja al mucho menos competente Mohamed Morsi como heraldo de la Hermandad y nuevo presidente del país. Sus primeras semanas le sitúan como un torpe de categoría sin ninguna aptitud para emprender batallas políticas ni siquiera contra los incompetentes que presiden el Consejo.
Mientras los egipcios soportan el 60 aniversario de la incautación de funciones públicas por parte del ejército, tienen poco positivo en lo que fijarse. Si bien les aguardan probablemente más 23 de julio de celebración, por lo menos no sufren el primer aniversario del gobierno islamista. Mejor ser dominados por soldados avarientos que por ideólogos islamistas.
Pero los egipcios y sus partidarios en el extranjero pueden aspirar a algo mejor. Los liberales que coparon la Plaza de Tahrir siguen siendo la única esperanza del país y los únicos aliados de Occidente; merecen apoyo. Por ajenos que puedan ser a las cámaras del poder, su aparición ofrece de forma extraordinaria un antídoto a 60 años de tiranía y decadencia.

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