REFLEXIONES LIBERTARIAS
DESDE IBERA PARA PEÑA NIETO
Ricardo Valenzuela
Durante los últimos veinte años he producido decenas de
artículos explorando las raíces de la patética diferencia entre nuestro
desarrollo y el de nuestro vecino del norte; los EUA. Sin embargo, siempre al
final arriendo mi caballo al primero de los barrancos, algo que Octavio Paz
afirmaba al referirse al perfil de dos
muy diferente Américas: “Una de habla inglesa, es hija de la tradición que
fundó el mundo moderno: la Reforma y sus consecuencias políticas—sociales,
democracia y capitalismo. La otra de habla española y portuguesa, es hija de la
monarquía universal católica y la contra Reforma.”
Ya Simón Bolívar me daba una pista en uno de sus escritos del
siglo XIX: “En tanto nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes
que distinguen a nuestros hermanos del norte, los sistemas populares, lejos de
favorecernos, temo vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente esas cualidades
parecer estar muy distantes de nosotros, y, por el contrario, estamos dominados
por los vicios que se contraen bajo la
dirección de una nación como la española,
que solo ha sobresalido por su fiereza, ambición, venganza y codicia.”
Los EU nacían como la primera democracia moderna y la
poderosa frase de Jefferson en su declaración de independencia, dictaba su
futuro; “Dios creó a todos los hombres igual”—pero igual ante la ley, concepto
que no entendieron los revolucionarios franceses, mucho menos los mexicanos.
Emergían también como la primera economía de mercado de la era moderna sin
ligas al feudalismo, y ambos conceptos le daban vida al capitalismo democrático
para crear el milagro del siglo XIX.
México, en contraste, al lograr su independencia se deshacía
del yugo de España, pero mantendría el mismo esquema económico—político de la
era colonial cuajado de autocracia y mercantilismo. La concepción del Estado
benefactor, tutelar, paternal que conciliaba al interior o, si no era posible,
suprimía todas las disidencias, es obra de los neo tomistas españoles del siglo
XVI. Es el diseño que echó raíces en la colonia, fue luego adoptado por
Porfirio Díaz con ropaje liberal, y finalmente fue consagrado en la
Constitución de 1917.
Durante décadas los orígenes culturales de ambos países han
sido la explicación más popular de este desconcertante fenómeno, y en actitudes
de algunos de nuestros líderes encontrábamos algo semejante a la condena de un
destino predeterminado y, al igual que nuestro valle de lagrimas, dócilmente
deberíamos de aceptar algo totalmente fuera de nuestro control: “Somos latinos
y ellos son anglosajones.” Nuestro modelo fue España, y lo debería seguir
siendo per secula seculorum. Sus modelos en nuestro país son inoperantes.
Pero nuestros sesudos analistas congelaron la historia de
España y se han dedicado a ignorar su transformación de los últimos 40 años
para mantenernos en ese limbo. Han ignorado cómo el Rey Juan Carlos, quien
fuera preparado por el mismo Franco para continuar su dictadura, primero
coqueteara con el liberalismo y luego le
daba al pueblo español la ansiada libertad negada por el dictador. Han ignorado
cómo Adolfo Suárez emergiera como el cirujano político de España, logrando los
acuerdos para cimentar la democracia liberal y pluralidad.
Ignoran la transformación de Felipe González de ser un
carismático líder socialista, a un estadista abrazando los mercados libres al
estilo de los liberales más puros, luego de entender que la derecha y el
conservadurismo moralista de Franco, no era el credo liberal. Pero lo que más
han decidido ignorar, es el papel del ex Presidente José María Aznar quien,
habiéndolo identificado—en su limitado mundo—como un hombre de “derecha,” se
resisten tozudamente a reconocer su aportación de los años en los cuales España
se consolidó como un ejemplo admirable y un país de primer mundo.
Aznar había convertido a España no sólo en un gran aliado de
los EU—dejando en el pasado el complejo de ultraje tan popular en México—la había
convertido en un dinamo económico y algo más; dejaba el poder en sus propios
términos, sin buscar otra reelección que fácilmente ganaría. Este hombre de
corta estatura y gran determinación, había transformado la política española.
Habiendo heredado los remanentes del conservadurismo de Franco—activista,
aislado y místicamente español en su catolicismo—los transformó en una estructura
liberal clásica y moderna, que operaba en piloto automático.
Con orgullo afirma ser esta la primera vez en su muy larga
historia que en España se habían aplicado políticas liberales en toda su
pureza. Ello había producido prosperidad para todos los españoles, una economía
envidiable y de las pocas que crecían en la Europa unificada. Sus asertivas
políticas desde mercados libres hasta el Supply—Side, tan impopulares en el
resto de los países de la Unión largamente controlados por el socialismo cristiano,
produjeron una rugiente ola de bienestar no conocida en Iberia. Cuando en un
país de 40 millones de habitantes se crean 4 millones de empleos, ello es una
verdadera revolución social.
Al cuestionarlo de su retiro en la cúspide de su carrera y a
tan temprana edad; con sabiduría responde: “Porque es lo que prometí al pueblo
de España y debo respetar mi promesa. Porque no quiero que la serie de cambios
y políticas implementadas, se confundan como logros personales, debemos
institucionalizar nuestro proceder en la política. Esos logros no se deben de
observar como de Aznar, sino como los de una gran generación de españoles.”
“Hasta ahora” continua, “me he dedicado a actuar y poco a persuadir. Es ya la
hora de dedicar todo mi tiempo a la persuasión en el universo de las ideas.”
Pero Aznar no contaba que con el miedo los españoles entregaran
el poder a un Peje churumbel, luego de los ataques terroristas a los trenes de
Madrid. Zapatero dedicó dos periodos de gobierno para destruir la obra de Aznar
y, a España, de ser el gran ejemplo a seguir, la convirtió en otro paria de la
Unión Europea que tal vez, como Grecia, deba ser rescatada de la Euroeclerosis aguda
en su segunda avenida. Entonces ¿fue cuerda la retirada de Aznar?
José María Aznar se ha convertido en la cabeza de una
Fundación de liberalismo clásico: Fundación para Estudios Sociales y Análisis.
Pero todos se preguntan si eso es suficiente para este dinamo que había logrado
cambiar la sociedad más conservadora del mundo civilizado. España es uno de los
países europeos que cuenta con más centros de ideas liberales, mientras que
nosotros todavía navegamos en el subdesarrollo, retraso mental y nostalgia, a
través de las venas abiertas de Galeano.
Hace unos días al escuchar un mensaje del Presidente electo,
Enrique Peña Nieto, no pude evitar hacer la comparación con Aznar. No sólo
porque sean dos hombres de corta estatura, inteligencia y, me parecen ambos, de
valor indomable. Sus mensajes liberales suenan muy claros, similares,
coordinados y provenientes del mismo canal. Sigue esa vereda Presidente Peña, metiéndole
el machete a los chirahuales y rastreando los chóllales.
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