miércoles, 12 de septiembre de 2012

Del miedo y los guaruras de la élite mexicana

Del miedo y los guaruras de la élite mexicana

Alejandro Martí o Isabel Miranda de Wallace han pasado por la tragedia más dura que un progenitor puede vivir: el asesinato de uno de sus hijos.

Leo Zuckermann
Llegué puntual a la cita de la comida de los 300 líderes mexicanos que organizan los hermanos Ferráez cada año. Empresarios, políticos, artistas, comunicadores, deportistas, escritores, científicos, en fin, una nutrida cantidad de personalidades que conforman lo que podríamos denominar como la élite nacional. Todos los países la tienen. La diferencia es el miedo con el que viven estas personas en México. Miedo que se refleja en el número desproporcionado de camionetas blindadas y escoltas que los acompañan a todos lados: un verdadero ejército de guardias privados.

No es gratuito. Muchas de las personas ahí presentes han sido asaltadas o secuestradas. Otros, como Alejandro Martí o Isabel Miranda de Wallace, ahí presentes, han pasado por la tragedia más dura que un progenitor puede vivir: el asesinato de uno de sus hijos. En fin, que al margen del buen evento que siempre organizan los hermanos Ferráez, donde se discuten sin tapujos los problemas del país, el hecho es que la sola reunión de los líderes en sus respectivos sectores profesionales denota un aspecto miserable de nuestra vida pública: el miedo con el que viven las personas exitosas.
Hace poco entrevisté a Ruchir Sharma, autor del libro Breakout Nations: In Pursuit for the Next Economic Miracles, un best-seller que trata de explicar por qué ciertos países emergentes tienen más probabilidad de crecer económicamente. Son muchos factores pero, hablando del caso específico de México, Sharma nos mencionó el tema de la inseguridad. Él dirige el equipo de mercados emergentes de Morgan Stanley y, como tal, se reúne con los principales empresarios del mundo para evaluar oportunidades de inversión. Me contó cómo, a diferencia de lo que le ocurre en nuestro país, en otras naciones puede pasearse con hombres de negocios que tienen fortunas de más de mil millones de dólares sin que los acompañe ni un solo guarura. En la India, país más pobre que México medido en Producto Interno Bruto per cápita (allá es de mil dólares al año por habitante frente a nueve mil dólares acá), uno de los empresarios más ricos del orbe lo llevó a comer a un changarrito en las afueras de la ciudad, en un barrio muy pobre, manejando su propio coche de lujo sin ninguna escolta. No les pasó nada. No sentían que los pudieran robar, mucho menos secuestrar o asesinar.
Impensable esta situación en México. Ruchir nos decía, y con razón, que algo está mal en este país cuando la gente con dinero tiene que salir con ejércitos privados a todas partes. Pero no son sólo las personas adineradas. El lunes, en la comida de los 300 líderes en el Museo de Antropología, el miedo era más extenso. También los políticos, artistas, deportistas, comunicadores, en fin, que son muchísimos los que tienen por lo menos una camioneta blindada que maneja un chofer con pistola, si no es que van escoltados por otros vehículos con guaruras de muy mala pinta que, por cierto, suelen ser muy prepotentes.
Y no es problema de la grosera pobreza que existe en México. En India hay más pobres que en nuestro país. Allá, sin embargo, como comentaba Sharma, la élite no tiene la misma parafernalia de seguridad privada que existe aquí. ¿Por qué?
No lo sé. Supongo que hay muchas respuestas. Lo primero, creo, es reconocer el problema, sobre todo por parte de la élite mexicana que se congregó el lunes en el Museo de Antropología. Vivir así está mal. Ciertamente es posible hacerlo, pero no es saludable acostumbrarse al miedo; a tener que andar con gente armada todo el tiempo.
La élite nacional tiene que aceptar que algo ha hecho mal para tener que vivir así: rodeados de ejércitos de seguridad privada. Hay que admitir el problema y tener la voluntad de cambiar lo que se tenga que cambiar para que un día, no muy lejos en el futuro, todos, incluida la gente exitosa, pueda ir tranquilamente a comer a un sabroso changarrito de un barrio pobre sin miedo a que los puedan robar, secuestrar o matar. Si en India es posible, también en México. ¿Acaso ellos son mejores que nosotros? Desde luego que no.

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