Por Andrés Simón Moreno Arreche
La pretendida lucha de clases que el
Teniente coronel Chávez se empecina en insertar artificiosamente en
Venezuela es su mayor despropósito sociopolítico desde que se quitó la
careta demócrata en el año 2002 y nos mostró las purulencias de su
castro-comunismo. Es una llaga social convenientemente maquillada con el
falsario y rocambolesco ‘Socialismo del Siglo XXI’, una
¿interpretación? personalísima y libre -como las tareas de los párvulos
en el kindergarten- del materialismo histórico acuñado por Marx y
explicitado por él (por Marx, se entiende) en su Prólogo a la
Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859.
Se trata de la mayor insensatez social
acometida por él durante estos terribles 13 años de destrucción
implacable de la institucionalidad política y social, en el país que
alguna vez fuera conocido como República de Venezuela, hoy nación
forajida que brinda su territorio como zona de aliviadero a Timochenko,
el narco guerrillero de las FARC; que facilita el tráfico de drogas y
que se alía con la escoria política y social del planeta.
Esa lucha de clases que el Teniente
coronel se ha empeñado en reproducir artificiosamente en el ambiente
social y en el sentimiento de los venezolanos del tercer milenio, es un
inexistente conflicto de estamentos, irreal y vano, en una sociedad como
la venezolana que ha sido de las más inclusivas en el continente
Americano, y que durante los 40 años de democracia que antecedieron a
su desgobierno (1958-1998) acogió en su seno a cientos de miles de
inmigrantes provenientes de otras culturas, civilizaciones y religiones,
y les recibió con los brazos y el corazón de par en par, facilitándoles
su inclusión desde el primer día como si fueran connacionales que
regresan de un largo periplo inimaginado, con alegría y curiosidad por
conocer todo lo bueno y novedoso que traían en sus almas y en sus
maletas, y con el orgullo de mostrarles este vasto territorio, amplio y
virgen, variado y sorprendente, para que de una buena vez echaran
raíces, como lo hicieron, y se mimetizaran entre nosotros,
enriqueciéndonos con sus culturas, sus genes y sus conocimientos.
Pero el Teniente coronel que ‘por hora’
ordena y manda, vía Twitter, desde su lecho de enfermo en La Habana,
además de violentar la Constitución Venezolana al negarse a designar su
reemplazo mientras dura su delicada recuperación física allá en Cuba (no
explica el por qué no puede tratarse médicamente en su país y con los
mismos ‘médicos comunitarios’ que tanto alaba), a pesar de todo ello
persiste en reinterpretar torpemente la realidad venezolana para
adecuarla a su mitomanía compulsiva y a los intereses crematísticos de
sus obsecuentes seguidores. También a los intereses de otras naciones,
como la Cuba de los hermanos Castro Ruz, ávida de los petrodólares (y
también del oro) de este ex-país.
Ignora, o pretende ignorar el Teniente
coronel Chávez que la lucha de clases fue una teoría, que si bien
explicó en su momento la existencia de los conflictos entre segmentos
poblacionales antagónicos e irreconciliables por la vía del diálogo y la
coparticipación, es una concepción social no representativa de la
Venezuela del presente, sino de otros países y de otras sociedades en
otros tiempos, una tesis alejada del actual imaginario venezolano porque
es fundacional del socialismo utópico y del materialismo histórico,
concebido por Karl Marx e interpretado por Friedrich Engels a través de
la historia política, social y económica, esencialmente de Gran Bretaña y
Alemania del Siglo XIX.
En esos estudios, Marx y Engels
reflejaron las profundas tensiones sociales que en aquellos momentos y
en aquellas locaciones europeas fueron causadas por las diferencias
abismales entre pobres y ricos, hombres libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores feudales y siervos, maestros y oficiantes, capital y
proletariado. Es decir, por la inexistencia de libertad para la
migración social, la carencia de una vigorosa clase media de empresarios
y de pequeños propietarios, y por la existencia de una sólida e
impermeable jerarquía de clases, que ni durante la época de la Colonia
existió en Venezuela, aun cuando hubieran en aquellos tiempos clases
sociales diferenciadas entre los venezolanos, desigualdades
esencialmente sociales y jurídicas entre blancos peninsulares y blancos
criollos; entre éstos y la mayoría de pardos, y entre los pardos y los
esclavos y los indígenas, unas diferencias que en la práctica
desaparecieron, como lo ratifica la historia de dos famosos
medio-hermanos patriotas, uno legítimo: Simón Bolívar y otro bastardo:
Manuel Piar, ambos hijos de don Juan Vicente Bolívar y Ponte en madres y
circunstancias muy diferentes. Uno con madre de abolengo, doña María de
la Concepción Palacios y Blanco, que pertenecía a la aristocracia
caraqueña- y el otro de madre parda, una curazoleña de nombre Maria
Isabel Gomez Quemp que don Juan Vicente cortejó a escondidas en la casa
de la familia caraqueña Jerez de Aristiguieta. Pero a contrapelo de la
historia y a pesar de la realidad actual, el Teniente coronel pretende
desarrollar artificiosamente la estratagema de la lucha de clases para
azuzar a los desinformados y mostrar con ella un presunto enfrenamiento
de clases entre ‘patriotas’ y ‘escuálidos’, entre ‘pitiyanquis’ y
‘revolucionarios', con el único afán de crear y profundizar un
postmoderno apartheid político y social en Venezuela.
Lo que sí hemos aprendido los
venezolanos, cruelmente, a sangre y fuego y con ‘gas-del-bueno’, (así le
llama Chávez a las bombas de gas pimienta que adquirió recientemente
para sofocar las manifestaciones de quienes nos le oponemos) son las
traicioneras clases de lucha que gusta practicar el Teniente coronel
Chávez para satisfacer su narcisismo patológico y protagónico a través
del poder, un sucedáneo vil de las normales relaciones heterosexuales
que todo Presidente, por su condición de hombre debería sostener, con la
frecuencia que le indiquen su edad y su vigor, con una compañera
amorosa, fiel y estable, pero que él sustituye por la autocomplacencia
viciosa del mando autocrático, cuya consecuencia, la sumisión de la
voluntad del otro, revestida con el halago y la mirada al piso, es lo
único que le satisface plenamente. Son tres las ‘clases-de-lucha’ que ha
ejecutado Chávez contra los ciudadanos de Venezuela desde 1998.
De cada una de ellas los demócratas hemos aprendido lecciones importantes:
La primera lección de lucha chavista fue la del jiu-jitsu con el pasado. Esta fue una lucha de reposicionamiento político, con técnicas de proyección, técnicas de inmovilización y golpes a las partes vitales de la sociedad.
La primera lección de lucha chavista fue la del jiu-jitsu con el pasado. Esta fue una lucha de reposicionamiento político, con técnicas de proyección, técnicas de inmovilización y golpes a las partes vitales de la sociedad.
Entre diciembre de 1988 y mismo mes de
1999, la lucha de Chávez fue una técnica de proyección por el
posicionamiento diferenciador y para eso convocó a una Asamblea
Constituyente, en la que utilizó técnicas de inmovilización
ciudadanapara preñar a la Asamblea originaria con los constituyentistas
rojos que bajaron de su ‘portaviones político’, una mayoría necesaria
para hacerse de una Constitución Prét-a-porter, y mientras se abocaba a
eso dejó olvidados a los miles y miles de muertos por el deslave en el
Estado Vargas en diciembre del 99, el mayor corrimiento de tierra y lodo
del continente americano que modificó dramáticamente el perfil
geográfico del litoral central venezolano, y en el que perecieron o
desaparecieron cientos de miles de venezolanos, una cantidad que nunca
se sabrá por la ineptitud y la arrogancia de Chávez, empeñado como
estaba en ‘celebrar’ la aprobación de la nueva constitución, ‘su bicha’
como le llamó semanas después. Vanidoso, prepotente y orgulloso al
extremo, rechazó las ayudas y los auxilios internacionales aconsejado
por Fidel Castro, con particular urticaria las ayudas de todo tipo que
le ofreció el Gobierno de los Estados Unidos.
Con infortunio y tristeza los
venezolanos aprendimos que para Chávez sus proyectos son más importantes
que la seguridad y la vida de los ciudadanos, y ese fue su golpe a una
de las partes vitales de la sociedad: la confianza en la pericia del
líder.
La segunda lección de pelea callejera
nos la dio entre el 2002 y el 2003. Creíamos ingenuamente que estábamos
contendiendo con un demócrata y en tal convicción organizamos
multitudinarias manifestaciones de rechazo a sus pretensiones
totalitarias.
La sociedad civil, amparada por la
Constitución del 99 (su ‘bicha’) convocó a un paro cívico nacional, al
que se sumaron voluntariamente miles de trabajadores de las tres nóminas
de PDVSA (paro constitucional que poco tiempo después la propaganda de
la sala situacional del G2 cubano en Miraflores transmutaría en paro
golpista petrolero) y cuando la marcha indetenible de más de un millón
de caraqueños se le aproximó hasta el Palacio de Misia Jacinta (así se
llamaba originariamente el Palacio de Miraflores) abandonó el poder
intimado por los mismos militares que le apoyaban, se escondió detrás de
un falso llanto y del crucifijo de un sacerdote, y se dejó llevar hasta
la Isla de La Orchila, para desde allí -en conchupancia con su
compadre, el General Isaías Baduel, (para aquellos tiempos Comandante de
la 3ª División de Infantería, la más numerosa y mejor armada del país)
nos asestó la segunda lección de lucha sucia: El Catch-as-catch-can
político, una pelea tipowrestling de estilo libre con la que ejecutó una
maniobra política sorprendente: Transformar un vacío de poder en un
golpe de Estado.
La tercera y más reciente lección de
pelea es elPancracio chavista, una combinación de golpes bajos y lucha
traicionera en la que vale todo, que consiste en el aplastamiento, por
la vía de numerosos Decretos-Leyes, de la voluntad popular del pueblo
venezolano que le rechazó mayoritariamente su solicitud a modificar, de
fondo y forma, la novísima y presuntamente perfecta Constitución de
1999, y como un moderno Sóstratos de Sición (el más grande pancrasista
griego de la antigüedad) el muchachote de Sabaneta atrapa primero los
dedos de la oposición para rompérselos, y continúa con la fractura hasta
que los demócratas abandonen la lucha.
Para lograr tal sumisión primero asume
el rol de víctima; para esto echó mano de numerosísimos magnicidios que
nunca ocurrieron porque nadie los ejecutó; también le cantó canciones a
las viejecitas y le envió besos a los niños desde su maratónico programa
‘Aló Presidente’ y de nuevo desempolvó viejos crucifijos para jurarnos
‘por este puñao de cruces’ que se comportaría, ahora sí, como demócrata
cabal.
Pero tal conducta demócrata le es ajena y
desconocida, pues luego de extender su mano a la oposición en saludo
aparentemente institucional (lo hizo con la vergonzosa y celestina
presencia del Centro Carter) finalmente aprisiona los dedos hasta
fracturarlos con cualquiera de los instrumentos que tiene en su caja de
herramientas institucionales, como el alicate CNE, el yugo TSJ, la pinza
AN, la tenaza Fiscalía o la ganzúa deshabilitadora de la Contraloría y
con esta lección de pelea artera, los venezolanos hemos aprendido a no
creer en las ofertas de paz de Chávez, tampoco en sus llantos ni en sus
arrepentimientos y hemos extremado el cuidado cuando se enferma, o se
hace el enfermito, porque está más que comprobado que elPancracio
chavista es el tipo de reyerta que más gusta y que más conviene al
narcisismo protagónico el Teniente coronel.
Ahora, sintiéndose fatalmente enfermo,
con la derrota política y La Parca, tomadas de la mano y viéndole desde
la puerta de su cómodo cuarto en La Habana, Chávez ordena a sus esbirros
la ejecución de la más reciente clase de lucha, lasquadristi della
camicie rosse, su versión postmoderna de la Milicia Voluntaria para la
Seguridad Nacional, el cuerpo paramilitar de la Italia fascista de
Benito Mussolini, unfascivenezolani di combattimento del que daremos más
detalles en una próxima entrega.
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