Con
el mercado casi cerrado a la gente joven (por la recesión, la
regulación, las leyes de trabajo “infantil” y las horribles leyes del
salario mínimo) me gustaría proponer lo inimaginable: la gente joven
debería trabajar gratis donde pueda y siempre que pueda. El objetivo es
obtener una buena reputación y obtener una buena recomendación. Una
persona que te dé unas buenas referencias vale su peso en oro y sin duda
mucho más del dinero que puedas obtener de otra forma.
Muchos de los ensayos de mi libro Bourbon for Breakfast
resultaron haber previsto el actual problema y esta solución. Pero
déjenme primero contar una historia de dos casos, siendo el rimero un
ejemplo del peor tipo posible de trabajador y el segundo un ejemplo de
previsión brillante.
El primer caso proviene de un trabajo que tuve cuando era
adolescente. Estaba con otros empleados en una tienda de ropa. Entró el
jefe y le dijo a un compañero: “Por favor, disponga esas corbatas en
esta mesa”. Mi compañero esperó hasta que se fue el jefe y luego dijo
para sí: “No voy a hacer eso por un salario mínimo”.
El comentario me impactó y estuve pensando sobre ello mucho tiempo.
El trabajador estaba en la práctica pidiendo que se le entregara el
dinero antes de trabajar, aunque había sido contratado para hacer cosas
como disponer corbatas. Esa era incluso peor que la insubordinación.
Tenía esa idea de que el valor que aportaba a la empresa nunca debería
exceder al valor del dinero que estaba ganando. Si eso fuera cierto, me
pregunto por qué le iba a contratar nadie.
El objetivo de todo empresario es obtener más valor de sus
trabajadores del que la empresa les paga en salarios: de otra manera no
hay crecimiento, no hay avance, no hay ventaja para el empresario. Por
el contrario, el objetivo de cada empleado debería ser contribuir más a
la empresa de lo que recibe en salario y así ofrecer una buena razón
para recibir aumentos y ascensos en la empresa.
No hace falta decir que el protestante no duró mucho en ese empleo.
Al contrario, aquí va una historia de la semana pasada. Sonó mi
teléfono. Era la división de empleo de una universidad importante. El
hombre al teléfono preguntaba acerca del rendimiento de una persona que
realizó cierto trabajo el año pasado en Mises.org.
Pude hablarle de un notable joven que se puso en acción durante una
crisis y cómo trabajó 19 horas diarias tres días seguidos, cómo aprendió
el nuevo software con diligencia, cómo mantuvo la frialdad, cómo siguió
su rumbo con elegancia y conocimiento entre unos 80 plug-ins y bases de
datos distintos de terceros, cómo supo orientarse en torno a los
inevitables problemas, cómo asumió su responsabilidad por los resultados
y mucho más.
Lo que no dije al entrevistador fue que esta persona hizo todo esto
sin pedir que se le pagara nada. ¿Influyó ese factor en mi informe sobre
su rendimiento? No estoy seguro del todo, pero el entrevistador
probablemente sintió en mi voz mi sensación de admiración hacia lo que
esa persona hizo por el Instituto Mises. El entrevistador me dijo que
había escrito 15 preguntas para hacerme pero que ya las había contestado
durante mi monólogo y que estaba encantado de oír todos esos hechos.
Se le ofreció el trabajo a esa persona. Había hecho algo muy inteligente: se había ganado un devoto para toda la vida.
Cuanto más duros son los momentos económicos, más necesitan los
empresarios saber qué obtienen cuando contratan a alguien. Las demandas
de empleo aparecen a paladas, todas llenas de títulos y hechas para
resultar lo más impresionantes posible. Sólo es papel. Lo que hoy
importa es qué puede hacer una persona por una empresa. El currículum
se convierte en algo pro forma pero no decisivo en estas circunstancias.
¿Pero que un antiguo jefe o director te ponga por las nubes ante un
posible contrato? Eso vale todo.
Tristemente, muchos jóvenes que no pueden conseguir empleos no tienen
ninguna experiencia laboral para mostrar. Se les ha hablado
erróneamente toda la vida acerca de las grandes glorias que esperan a
quien “siga estudiando” y consiga licenciarse. Hay innumerables
ingenieros aeroespaciales, matemáticos e incluso abogados que están en
esta situación, y no digamos sociólogos, historiadores y gente con
títulos en comunicación y marketing.
Añadido al problema actual, están las cargas de los préstamos de
estudio. Los chicos se gradúan hoy con deudas de seis dígitos de forma
que se ven forzados de inmediato a pagar si aceptan un empleo. Pero sin
otra perspectiva aparte de Wal-Mart o Starbucks, prefieren quedarse
estudiando y obtener otra titulación, esperando que entretanto el
mercado laboral cambie. Es una trampa terrible.
Han estructurado sus vidas alrededor de la especulación de que un
trabajo bien pagado les espera después de la graduación. Pero no hay
nada de eso. Un trabajo mal pagado no es ni siquiera capaz de pagar un
alquiler y atender la deuda.
Fue una especulación muy mala. Sus sueños están muriendo por un
mercado laboral desesperadamente rígido para quienes no tengan
experiencia o algún tipo de referencia. Bajo estas condiciones, la
solución es conseguir lo que tiene mayor valor. Eso significa actuar
como voluntario. El estado no va a venir a empezar a pagar la deuda del
préstamo de estudio y hay que ganarse a la gente que luego será tu
benefactora.
¿Dónde actuar como voluntario? Un lugar sin ánimo de lucro como una
iglesia o grupo educativo estaría bien. Pero también estaría bien un
vivero, un servicio de cortacésped, correo o impresión o incluso un
bufete legal. Puedes hacer una solicitud informal y dejar claro que no
quieres cobrar. Si hay asuntos legales, trata de evitarlos. Si te
aceptan (no estés seguro), fíjate las horas y respétalas, Hazte
superútil, supernecesario. Conoce tanta gente como puedas. Explica que
estás trabajando sólo por la experiencia, que tú valoras. Haz esto
durante entre seis meses y un año. Luego tendrás algo interesante y
maravilloso que contar a tus futuros contratantes.
Llegará un momento en que una de las personas que llegaste a conocer
recibirá una llamada telefónica. Se le pedirá su opinión sobre ti y tu
trabajo. Es entones cuando toda tu vida cambiará para mejor. ¿Merecen en
ese momento entre seis meses y un año de trabajo voluntario? Lo merecen
totalmente.
Por otro lado, puedes gastar el resto de tu vida rechazando disponer
corbatas porque no se te paga lo suficiente como para hacerlo. A esa
persona nunca se le pagará por no hacer nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario