por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).
Cada vez que la revista Forbes publica su lista de los
hombres más ricos del mundo, son muchos quienes se llevan las manos a
la cabeza por las mil millonarias fortunas que acumulan unos pocos
hombres. ¿Cómo es posible que el dinero esté tan mal distribuido en el
mundo? ¿Cómo es posible que unas pocas manos acumulen los recursos que
podrían alimentar durante mucho tiempo a tanta gente?
Por ejemplo, si un señor tiene una fortuna de 40.000 millones de euros,
es fácil echar cuentas y concluir que 40 millones de personas podrían
recibir una asignación de 1.000 euros (o un millón de personas, las más
desfavorecidas de un país, una compensación de 40.000 euros). ¡Y estamos
hablando de redistribuir la riqueza de una sola
persona! ¿Qué sucedería si tomáramos la riqueza de 100 ó 1.000 de estos
superricos? Es normal que algunos incluso elucubren con la posibilidad
de que, atacando solo algunos de estos patrimonios, pueda ponerse fin a
la pobreza en el mundo.
El asunto, por supuesto, dista de ser tan simple. Estamos habituados a
imaginarnos a los multimillonarios como personas con una inmensa
cantidad de dinero en efectivo: algo así como un Tío Gilito al que le
gusta zambullirse entre sus monedas de oro y billetes de banco. Sin
embargo, el dinero en efectivo es sólo uno de los muy diversos activos
que componen el patrimonio de un multimillonario; y en ocasiones, uno de
los activos con una presencia más reducida.
El rico, salvo marginales excepciones, no es la persona que tiene mucho
dinero, sino la persona que tiene muchos activos muy valiosos:
acciones, bonos, inmuebles, locales comerciales, suelo, empresas no
cotizadas, etc. Cuando se dice que un multimillonario posee una riqueza
de 40.000 millones de euros, lo que en realidad se está afirmando es que
el valor de mercado estimado de todos los activos que comprenden su patrimonio asciende a 40.000 millones de euros.
Pero, y esto es lo fundamental, el valor de mercado de un activo no
subsume el valor de todos los bienes presentes que ya ha contribuido a
producir, sino el de todos los bienes futuros que se espera que
produzca. O dicho de otra manera, quien posee 40.000 millones de euros
en activos no dispone de 40.000 millones de euros en bienes de consumo
inmediatamente disponibles, sino la más o menos razonable expectativa de
que sus propiedades generarán (o contribuirán a generar) en los
próximos lustros unos bienes de consumo valorados hoy en 40.000 millones
de euros. Verbigracia, si una tierra de labrar se vende por 100.000
euros no es porque vaya acompañada de un almacén adosado que contenga
abundantes toneladas de trigo valoradas en 100.000 euros, sino porque se
espera que esa tierra sirva a cultivar a lo largo de las próximas
décadas una cierta cantidad de trigo cuyo valor presente es 100.000
euros.
Por consiguiente, si un archirrico quiere disponer de parte de su
riqueza tendrá dos opciones. La primera y más razonable, si es que el
tiempo no le apremia, es la de gastar año a año los rendimientos que
percibe por esos activos (los beneficios distribuidos de sus compañías,
los dividendos, los intereses, los alquileres, etc.). Conforme el tiempo
pasa, los activos van fabricando una pequeña porción de aquellos bienes
de consumo futuros que les daban valor en el pasado: y son justamente
esos bienes de consumo los que sí pueden disfrutarse sin demasiadas
complicaciones (aunque con ciertas limitaciones, pues parte de la renta
periódica que proporcione un activo deberá destinarse a reponer,
mantener y amortizar ese activo).
La segunda y más radical opción, si es que el tiempo le apremia, pasa
por liquidar todo su patrimonio, pero aquí ya comienzan los problemas:
el importe que previsiblemente obtendrá de una venta apresurada de una
enorme cantidad de activos no será ni mucho menos tan alto que si sólo
tuviera que vender una pequeña porción. Al cabo, para colocar a buen
precio todos sus activos, será necesario encontrar a suficientes
ahorradores que, primero, dispongan de cuantiosos ahorros en efectivo
que, segundo, deseen utilizar en la adquisición de esos activos.
¿Sencillo? Ni mucho menos. Para empezar, el canje de efectivo por
activos no constituye ni mucho menos una decisión automática: quien
tiene efectivo no se encuentra sometido a ningún riesgo y puede gastarlo
en cualquier momento ya sea en consumir o en invertir; quien posee un
activo, en cambio, tendrá que soportar los riesgos inherentes a la
inversión, esperar a que le vaya proporcionando una renta con el paso
del tiempo y verse en el brete de tener que liquidarlo si es que
necesita hacer frente a un imprevisto.
Pero además, el volumen de ahorros en forma de bienes de consumo
intercambiables no es tan abundante como para absorber cualquier oferta
de activos. Por ejemplo, el valor de mercado de todas las bolsas en
2011 alcanzó los 45 billones de dólares, mientras que el PIB mundial –el
valor de todos los bienes y servicios producidos– se situó en 65
billones. Teniendo en cuenta que alrededor del 70% del PIB consistirán
en bienes de consumo (45 billones), el máximo importe que podrían
aspirar a consumir los accionistas de empresas cotizadas equivaldría a
45 billones de dólares, y ello bajo el muy restrictivo supuesto que toda
la población mundial decidiese no consumir nada durante ese ejercicio y
que los propietarios de otros activos (inmuebles, empresas no
cotizadas, bonos, etc.) no decidieran liquidarlos al mismo tiempo para
adquirir bienes de consumo.
Y precisamente aquí se encuentra la razón de por qué la redistribución de la riqueza
de los archimillonarios no serviría en absoluto para erradicar la
pobreza en el mundo. Por un lado, porque si lo que queremos es elevar la
calidad de vida actual de los más desfavorecidos (esto es, elevar su
consumo), ya sabemos que los valiosos activos de los ricos no se pueden
comer ni trocar por grandes cantidades en bienes de consumo en el
presente. Si, por otro, nuestro objetivo es convertir a los más
desfavorecidos en rentistas (propietarios de activos que proporcionen
una renta periódica), lo que debemos tener presente es que esos activos
monitorizan y son parte integral de todos los procesos productivos de
una economía.
Sería una completa ficción el pensar que la productividad
de una economía puede mantenerse con independencia de quien controle (y
tenga una capacidad de decisión última) las empresas, los inmuebles o
las materias primas de esa economía. Alterar políticamente la estructura
patrimonial de una sociedad va aparejado a mutar las estructuras financieras
y productivas de prácticamente todas las compañías, lo que repercutirá
en su capacidad para producir bienes y servicios valiosos.
Por ejemplo, si les arrebatamos el control de Google a
Sergei Brin y Larry Page para entregárselo a millones de personas
repartidas por todo el mundo, es bastante probable que alguno de los
siguientes escenarios (o todos ellos) se materializaran: Google perdería
la visión estratégica de sus fundadores que es la que lo ha hecho
grande; los accionistas minoritarios se unirían para reclamar una mayor
remuneración en perjuicio no ya de la capacidad de la empresa para
crecer y seguir generando riqueza, sino incluso de la capacidad de la
empresa para reponer su equipo de capital actual; la dirección de Google
lo tendría más fácil para no ser fiscalizada por millones de dispersos
accionistas y podría asignarse sueldos mucho mayores; y la visión
desorientada de la compañía la llevaría a perder cuota de mercado y a
sucumbir ante sus mejor gestionados competidores.
Imaginen este devastador proceso pero a escala generalizada. No: ni
podemos comernos los activos en el presente ni tampoco redistribuirlos
de manera arbitraria sin afectar a la comida disponible en el futuro.
Sí: hay algunos individuos que son tremendamente ricos, pero si no han
recibido ningún favor gubernamental, lo son en la medida en que han
generado muchísimo valor para millones de consumidores. Si lo que
queremos es que haya más ricos en una comunidad, lo que necesitamos no
es perseguir la acumulación de capital, sino facilitarla tanto como sea
posible (reducir impuestos y regulaciones). Recuerde: el que haya muchos
ricos no le dificulta a usted la labor de hacerse rico; al contrario,
se la facilita enormemente.
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