ESTADOS UNIDOS
Por Manuel Pastor
Sin ánimo de entregarme al autobombo, debo decir que muy tempranamente planteé la hipótesis-prognosis de que Obama podría ser un OTP, One Term President. Mis alumnos de la Universidad Complutense son testigos de ello, así como de este vaticinio que se acabó cumpliendo: las elecciones intermedias de 2010 iban a ser un desastre para el partido demócrata. |
Entre los OTP ha habido de todo. Algunos muy ilustres, como John Adams y su hijo John Quincy Adams –por cierto, los primeros en visitar España, en fecha tan temprana como 1779–: aunque políticamente no muy efectivos, fueron sin embargo grandes intelectos que aportaron lo suyo a la fundación de la Nación y a la formulación de su política exterior. Otros se quedaron en un solo mandato porque los asesinaron: Lincoln, McKinley, Garfield y Kennedy; así que no podemos saber si, de haber seguido con vida, hubieran sido rechazados o bendecidos por el electorado. Desde la Segunda Guerra Mundial ha habido cuatro OTP, dos demócratas y dos republicanos: Johnson (récord histórico de voto popular en 1964), Ford (único presidente no elegido por voto popular), Carter y Bush senior. Podríamos añadir el caso de Nixon, que, tras hacerse con un segundo mandato –con un altísimo porcentaje de voto popular–, hubo de dimitir como consecuencia del Watergate y ante la perspectiva de ser sometido a impeachment (otro hito histórico). El caso de Jimmy Carter es probablemente el más patético, por su probada incompetencia. Obama, a la incompetencia le ha sumado arrogancia y radicalismo.
Como he escrito y publicado una docena de artículos sobre Obama, no voy a repetir aquí mis argumentos, que están, por lo demás, a la vista de quien quiera consultarlos. Ya lo catalogué como OTP en textos como "¿La audacia de la esperanza?" (noviembre de 2009), "Obama el populista" (febrero de 2010) o "Sarah Palin" (marzo de 2010). En los medios internacionales, hasta donde he podido averiguar, el primero en endilgarle la expresión fue el británico Alex Singleton, en enero de 2010 ("Barack Obama will be a One-Term President if he does’nt ditch his statism"), seguido sólo cuatro días después por la norteamericana Diana Sawyer ("Obama would rather be really good One-Term President"). Entre los políticos, los primeros que lo hicieron fueron Newt Gingrich, en el programa On the Record de Greta Van Susteren (Fox News, 26-I-2010), y Dick Cheney, en un discurso ante la CPAC (18-II-2010). Como es sabido, la expresión se ha generalizado en el último año, y en el caso de la candidata favorita del Tea Party, Michele Bachmann, se ha convertido en una especie de mantra de campaña.
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Escribo esto días después del gran debate republicano de Orlando (Florida), promovido por Fox News-Google. Junto a la mencionada Michele Bachmann –la única mujer–, participaron otros ocho aspirantes a hacerse con la candidatura del GOP: Rick Perry, Mitt Romney, Ron Paul, Newt Gingrich, Herman Cain, Rick Santorum, Gary Johnson y Jon Huntsman. Cuatro de ellos tienen experiencia ejecutiva, como gobernadores (Perry, Romney, Johnson y Huntsman); otros cuatro, experiencia legislativa, como miembros del Congreso (Gingrich, Bachmann, Paul y Santorum), y solo uno –el único afroamericano– procede de la empresa privada (Cain).
Aunque todas las encuestas coinciden en destacar a Perry y a Romney (o a Romney y a Perry, después del debate de marras) sobre el resto, conviene recordar que, a estas alturas de la partida, hace cuatro años los destacados eran Rudolph Giuliani y Fred Thompson, pero quien terminó por llevarse el gato al agua fue John McCain. Por tanto, es todavía muy pronto para hacer pronósticos (no olviden que aún no sabemos si Sarah Palin dará finalmente el paso), pero lo cierto es que todos los participantes en el debate de Orlando se mostraron convencidos de que Obama es un OTP, y de que cualquiera de ellos podría ser mejor presidente que él.
Comparto sin reservas esa opinión. También considero que todos ellos serían excelentes candidatos a la vicepresidencia. No oculto al lector mis opiniones: Gingrich es con diferencia el mejor preparado en ideas y experiencia política; Bachmann tiene el mejor perfil liberal-conservador, especialmente en el ámbito de los valores familiares; Romney y Perry, hoy por hoy, son los más elegibles...
En estos momentos estamos presenciando lo que llamaré "primeras primarias", pues las oficiales no empiezan sino en febrero, con los caucus de Iowa y las primarias de New Hampshire. En el pasado, algún politólogo llamaba "primeras primarias" al proceso, más silencioso o discreto, de recaudar fondos (en este aspecto, Obama y Romney sacan ventaja al resto, especialmente el primero, con sus amigos supermillonarios: Soros, Buffett, Gates, los magnates de Hollywood, etc.). Pero yo aludiré a la sucesión de debates (ya van seis) que tienen por protagonistas a los aspirantes republicanos a disputar la presidencia a Obama, pues, salvo sorpresa monumental, éste será el candidato demócrata. La amenaza del pesado Ralph Nader –con el asesoramiento del plúmbeo Cornell West–, de competir con Obama desde la izquierda, no parece seria, aunque sería una bendición para los republicanos.
Como observador de este singular y excepcional proceso político democrático (no existe nada parecido en Europa, pese al uso y abuso del término primarias para hacer referencia a elecciones o selecciones intrapartidarias), debo subrayar su ejemplaridad en términos de legitimidad democrática. Se trata de un proceso competitivo en el que los candidatos, individualmente y al margen de las grandes maquinarias electorales, se presentan ante la opinión pública, no solamente a los miembros o votantes de sus respectivas formaciones. Este sistema es realmente una vacuna contra la corrupción intrapartidista y la partitocracia que padecemos en Europa.
En un sentido más profundo, no solo es un ejemplo de salud y calidad democrática, sino que anticipa algo sobre lo que los politólogos deberíamos comenzar a reflexionar seriamente: la posibilidad de una democracia más espontánea y depurada, más representativa y deliberativa, más allá de los partidos políticos convencionales, en una época de corrupción generalizada de la clase política. En definitiva, una democracia más auténtica y legítima.
Los invernaderos de El Ejido
INNOVACIÓN
Por Fernando Herrera
Hayek explica claramente cómo los resultados del proceso histórico son impredecibles para los individuos, y que, en consecuencia, es imposible atribuir los resultados observables a la razón. Se han de explicar, por el contrario, mediante procesos espontáneos en que confluyen las voluntades de muchos individuos. Lo contrario, tratar de explicar un resultado histórico sólo desde la razón, es lo que él llama "la fatal arrogancia", que da título al tratado en que estos puntos se explican. |
Cuando uno se asoma a las planicies de El Ejido, Almería, lo que ve es el plástico blanco de sus invernaderos. Sus productos tienen fama mundial, y su vía al desarrollo es también paradigmática. Viendo estos invernaderos, uno puede caer en la fatal arrogancia de Hayek y asumir que era lógico y previsible lo que ha sucedido, habida cuenta de las condiciones climatológicas del área.
Pero abandonemos las reflexiones individuales y asomémonos a la historia que nos contó Lola Gómez, de Clisol, en una de las visitas guiadas a los invernaderos que esta empresa organiza, y que aprovecho para recomendar a todo el que visite el área, esté o no interesado en la agricultura.
La historia comienza con el viento y las viñas; el viento de El Ejido que malograba muchas veces el trabajo de los agricultores de la zona y los viñedos, cuyo producto dejó de ser demandado en el momento en que empieza la historia y que se cultivaban mediante una estructura elevada de postes.
A algún emprendedor de la zona se le ocurrió utilizar esos postes, ya abandonados, para instalar unos plásticos que protegieran su nuevo cultivo del viento. Su sorpresa debió de ser mayúscula cuando pudo comprobar que, gracias al calor acumulado por su precaria edificación, el ciclo de crecimiento de las hortalizas se aceleraba, dando lugar a un mayor número de cosechas al año.
Como se observa, el uso de invernaderos en El Ejido no obedeció originalmente a su función actual, sino a algo tan simple como la disposición de activos sin uso y al viento.
Los beneficios, casuales, obtenidos por el emprendedor inicial llamaron la atención de sus vecinos, y poco a poco todas las tierras de El Ejido se fueron cubriendo de plásticos, lo que nos lleva al paisaje actual.
En este ámbito tan competitivo, es lógico que se siga generando mucho conocimiento empresarial. Los vecinos y competidores luchan constantemente por perfeccionar sus técnicas y mejorar sus productos, y pueden proclamar con orgullo (¿o envidia?) que no reciben ningún tipo de ayuda pública.
El Ejido es pionero en muchas de las técnicas agrícolas innovadoras, según parece al menos a un completo desconocedor del tema como un servidor. Así, para combatir las plagas no utilizan pesticidas, sino métodos biológicos; esto es, usan bichos que se comen los bichos malos.
Pero lo más curioso es que están dejando de usar la tierra. Sí, parece que el agricultor moderno ya no planta en los tradicionales surcos. Ahora lo hace en pequeños cubos de material neutro ("lana de roca", le llaman), cuando no directamente en agua. Y son complejos ordenadores los que dan a las plantas los adecuados nutrientes en los momentos oportunos. En todo momento se busca sacar el mayor rendimiento a la superficie disponible.
El lector atento se preguntará por qué sigue siendo escasa la superficie, si ya no plantan en tierra. De hecho, el visitante del área podrá ver invernaderos en los sitios más insospechados, con pendientes de imposible explotación. La cuestión es: ¿por qué no hay emprendedores que implanten estas técnicas en otras áreas más extensas, por ejemplo en las Castillas?
No puede ser por la tierra, en El Ejido no se usa. ¿Será por el calor? Aunque no lo parezca, El Ejido no es especialmente cálido, si se lo compara con otras zonas de España. ¿Tal vez por la abundancia de agua? Bueno, Almería es reconocida como una de las áreas más secas de España, y de hecho los emprendedores agrícolas dedican grandes esfuerzos a ahorrar en el líquido elemento, esfuerzos que arrojan resultados espectaculares.
Desvelemos la razón: el viento. Efectivamente, el benéfico viento de El Ejido permite compensar de forma natural el gran calor acumulado en los invernaderos, que podría llevar a la muerte a las plantas. De hecho, una parte importante de la labor del agricultor consiste en el juego de apertura y cierre de las ventanas de los invernaderos, en respuesta a las condiciones atmosféricas. Una vez más, se va sustituyendo el esfuerzo manual por el control computerizado.
El viento que impedía el cultivo hace unos años es el factor diferencial que permite a El Ejido mantener su ventaja competitiva. El viento, que hizo necesaria la protección de la que surgieron los invernaderos, es el que hace viable la gran producción de la localidad almeriense. Esta deliciosa paradoja, impredecible para la razón, hubiera deleitado a Hayek casi tanto como los pepinos con miel que nos ofrecieron al final de la visita.
Rastani, el monigote soñado por la izquierda
ECONOMÍA
Por Juan Ramón Rallo
Alessio Rastani se ha convertido en el sueño húmedo de todo progresista liberticida que se precie, un Emmanuel Goldstein adaptado a los tiempos modernos. No porque diga la verdad, pues solo la cuenta a medias, sino porque su deslenguada arrogancia juvenil encaja como un guante en la descripción que a la izquierda le encanta hacer de esas altas esferas que, a modo de plutocracia comunista, se imagina dirigen el capitalismo. |
Han llegado a decir que es la personificación de "los mercados", esa etérea fuerza interesada en perpetuar la crisis en contra de los ímprobos esfuerzos de los Gobiernos por solventarla; justo el típico maniqueísmo de buenos contra malos, de fuertes contra débiles, de opulentos contra menesterosos que algunos necesitaban para jugar la carta populista.
Aunque lo cierto es que Rastani se lo ha ganado a pulso. "A mí no me preocupa la crisis; si veo una oportunidad de hacer dinero, voy a por ella"; "La crisis es un sueño hecho realidad para aquellos que quieren hacer dinero"; "Yo me voy a la cama cada noche soñando con otra recesión, con otro momento como éste"; "Los líderes políticos no gobiernan el mundo: Goldman Sachs gobierna el mundo". Mas no nos quedemos con la primera impresión, diseccionemos un poco sus palabras para detectar las vanidosas mentiras, las crudas verdades y los incómodos paralelismos.
Vanidosas mentiras
La imagen del ejecutivo agresivo o del especulador comeniños –en definitiva, la renovada estampa del explotador capitalista dickensiano con sombrero de copa y puro habano– sirve perfectamente a los propósitos de la izquierda: es la personificación del mal y, para más inri, del mal improductivo. Como es evidente que esos tiburones no pueden generar riqueza alguna –¿cómo podrían, esos desalmados?–, su patrimonio personal ha de proceder necesariamente de la explotación y el engaño; por eso el Estado está del todo legitimado para arrebatárselo vía impuestos y para regular con severidad sus actividades.
Pero la riqueza no sea crea expoliando a los demás, sino ahorrando e invirtiendo con visión largoplacista. Nuestra renta puede proceder de las más diversas ocupaciones, pero para que la podamos convertir en un patrimonio duradero necesitamos ser frugales y mirar a largo plazo: uno se enriquece en la medida en que sea capaz de crear o financiar planes de negocio que generen un elevado valor para los consumidores.
En una gran encuesta realizada hace una década a millonarios estadounidenses (con un patrimonio neto superior al millón de dólares), Thomas Stanley descubrió que el 32% eran propietarios de empresas; el 16%, directivos; el 10%, abogados; el 9%, médicos; el restante 33% eran contables, ingenieros, arquitectos, maestros, profesores universitarios... Sólo el 8% recibieron como herencia más del 50% de su patrimonio, prácticamente ninguno se había comprado un coche de más de 41.000 dólares ni un anillo de compromiso de más de 1.500, y las cualidades que, a su juicio, más contribuyeron a su éxito fueron (por este orden) la honestidad, la disciplina, el buen trato a los demás, tener una pareja comprensiva, trabajar más duro que el resto y amar su puesto de trabajo. Una imagen sin duda muy distinta a la de nuevo rico malcriado que ofrece Rastani y a la que tanto le encanta recurrir a la izquierda.
Todo lo cual no significa que un tipo (aparentemente) sin escrúpulos como Rastani no pueda enriquecerse en un mercado libre; ni siquiera que no pueda enriquecerse mientras los ahorros del resto de la sociedad se están evaporando. Rastani es un trader independiente, y su cometido es asignar precios a los distintos activos coherentes con la realidad económica subyacente; una actividad esencial dentro de nuestras economías, pues sirve para indicar qué negocios deben expandirse y cuáles contraerse. En una crisis, el pánico de la inmensa mayoría de ahorradores genera una distorsión masiva en los precios de los activos; corresponde a los traders más habilidosos reconstruir todo ese desaguisado comprando lo que está relativamente barato y vendiendo lo relativamente caro. Pero lo anterior no significa que a todos o a la inmensa mayoría de los capitalistas –de los ahorradores– les vengan bien las crisis para enriquecerse a costa del resto de la población: que algunos prosperen en medio de la debacle no quita para que la mayor parte de ellos se empobrezca significativamente. Fíjese tan sólo en el hundimiento bursátil o en las quiebras de empresas desde 2007 y descubrirá por qué al capitalismo lo que le viene bien es la prosperidad y el enriquecimiento de la mayor cantidad de personas posible.
Por fortuna, la riqueza que obtenga Rastani de sus operaciones no dependerá de su maldad, sino de su habilidad y pericia a la hora de ejecutar su labor: ajustar los precios. Fíjese que no habla de que él y sus compinches estén provocando una crisis, sino que espera (sueña) que ésta llegue. Una de las grandezas del capitalismo es que las buenas o malas intenciones del resto de personas resultan irrelevantes, pues éstas no pueden usar la fuerza contra nosotros: lo único que cuenta es la habilidad de cada uno a la hora de canalizar o invertir capital de manera acertada. Puede que muchos se nieguen a admitir que un tipo con la planta de Rastani pueda hacer algo bueno por los demás, sobre todo cuando él mismo admite que su única obsesión es ganar dinero y no solventar la crisis. Pero sí, puede hacerlo, sean cuales sean sus intenciones (¿cuál sería, si no, la alternativa? ¿Mandarlo a un campo de trabajos forzosos? ¿Reeducarlo bajo el dogma de la buena ciudadanía?), al igual que también puede fracasar y arruinarse. Ni mucho menos sería el primer inversor que se pone el mundo por montera y termina perdiendo hasta la camisa. Sin ir más lejos, Rastani confía en la deuda pública y rechaza de plano las acciones; puede acertar o puede fracasar, pero desde luego su estrategia financiera no es ganadora en cualquier contexto: las subidas de tipos, la inflación, los impagos o las devaluaciones bien podrían erosionar gran parte de su capital.
La arrogancia es una característica común a muchos traders, sobre todo entre quienes especulan a más corto plazo: tras conseguir una serie de operaciones exitosas, confían en que el mercado siempre se moverá en la dirección que anticipan. Pero el mercado no lo manejan ellos... ni nadie: ni los traders como Rastani, ni Goldman Sachs ni, tampoco, los Gobiernos. Porque el mercado no es nadie en concreto, sino miles de millones de personas y empresas que toman decisiones diariamente. Rastani (o Goldman) ganará si es capaz de anticipar las decisiones de esos miles de millones de personas y empresas, pero no podrá determinarlas.
Unos pocos datos bastarán para aclararlo. A finales de 2007 el volumen de activos que manejaba Lehman Brothers era de 700.000 millones de dólares, mientras que el de Godman Sachs, esa entidad que presuntamente dirige el mundo, según Rastani, era de 1,1 billones; un año después, el primero quebró y el segundo tuvo que recibir asistencia del Gobierno para sostenerse. Hoy, en 2011, Goldman Sachs es tan poderoso que su peso se ha reducido y maneja un volumen de activos inferior al billón de dólares; mientras, la Reserva Federal, ese monopolio estatal sobre la creación de dólares, controla 3 billones de activos. Y ello por no hablar del Gobierno estadounidense, que cada año gasta 3,5 billones de dólares (Goldman apenas gasta anualmente 35.000 millones, 100 veces menos) y tiene la capacidad de regular y usar la fuerza contra tipos como Rastani o contra empresas como Goldman Sachs. ¿Quién cree que posee más peso específico en nuestras economías? ¿Goldman Sachs o un Gobierno que gasta 100 veces más, que posee el poder de regularlo o incluso de nacionalizarlo y que cuenta con un banco monopolístico (la Reserva Federal) que puede imprimirle tanto dinero como desee?
Que Rastani se crea sus historietas sobre cómo funciona el capitalismo no significa que tenga razón. La arrogancia es un rasgo presente en muchos seres humanos, traders y no traders. También estamos habituados a escuchar a deportistas, políticos, periodistas, intelectuales o artistas fanfarrones que se creen el centro del universo, y no por ello les concedemos el placer de creernos sus cuentos a pies juntillas.
Crudas verdades
Pero no todo en el discurso de Rastani merece una descalificación de plano. Sus palabras serán impopulares y despiadadas, pero contienen ciertas advertencias que conviene tener muy en cuenta: los Gobiernos, pese a todo su poder, no han conseguido sacarnos de la crisis; es del todo posible que se repita un crash como el de 2008; si la gente se duerme en los laureles y hace caso a sus políticos, puede perder gran parte de sus ahorros; en algunas economías los ciudadanos deberían volverse más prudentes y buscar valores-refugio para sus patrimonios; las crisis son, pese a todo, una oportunidad para quien consiga invertir su dinero de manera correcta; los traders ni operan, ni pueden operar ni deben operar tratando de solventar toda la crisis mundial: su objetivo es mucho más concreto y humilde, a saber, corregir los desajustes de precios que se encuentren delante de sus narices.
Lo que Rastani está transmitiendo a la gente es que debe ser un poco más escéptica a la hora de valorar las palabras de sus mandatarios y de los grandes gestores de fondos, pues podría ser que en unos años vieran enormemente mermados sus ahorros como consecuencia del empobrecimiento derivado de una crisis que todavía no se ha resuelto. Sin duda, la arrogancia de Rastani es muy molesta, pero también lo es su sinceridad en torno a la coyuntura económica: no se crean a nadie que les venda humo, tampoco a sus gobernantes.
Recuerden, si no, las palabras del jefe del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker: "Cuando las cosas se ponen feas, tienes que mentir". Cada vez que nuestros políticos les animan a comprar pisos sabiendo que van a seguir cayendo, cada vez que les estimulan a adquirir deuda pública sabiendo que van a terminar impagándola, cada vez que les animan a mantener sus ahorros dentro del país y del sistema bancario nacional sabiendo que pueden volatilizarse, se están comportando infinitamente peor que Rastani.
Incómodos paralelismos
Al cabo, Rastani podrá ser un tipo detestable; tan detestable que la izquierda lo ha puesto como un ejemplo de sinceridad sobre el funcionamiento de los mercados. Pero sólo es un operador más, con una influencia marginal, dentro de todos esos mercados (de hecho, a buen seguro, su mayor influencia en nuestras vidas la haya tenido a cuenta de su breve entrevista en la BBC). Los Gobiernos, en cambio, son unos agentes infinitamente más poderosos a los que, sin embargo, la izquierda no suele criticar salvo por su vinculación con los grandes conglomerados financieros y empresariales. No le molesta el exceso o los abusos de poder, sino que ese exceso o abuso de poder beneficie en parte a las grandes empresas.
No voy a negar ahora una infame interrelación entre Gobierno y banca que vengo denunciando desde hace años: el sistema financiero actual tiene muy poco que ver con un mercado verdaderamente libre. Pero sí hay una diferencia crucial entre Rastani y los Gobiernos: el primero invierte su propio dinero y el de la gente que confía en él; los segundos se apropian y gastan nuestro dinero sin contar con nuestro beneplácito. ¿Acaso es más censurable un señor sin escrúpulos que no puede ejercer la violencia sobre los demás que otro tipo de señor sin escrúpulos (el político) que sí puede hacerlo? ¿O es que la izquierda es tan ingenua como para pensar que nuestros mandatarios son ángeles hechos hombres que, a diferencia de Rastani, no se mueven ni por el dinero, ni por el poder ni por las ansias de control? O, todavía peor, ¿será que nuestra izquierda prefiere las mentiras de nuestros insinceros políticos a las de un trader irrelevante?
Pues, insisto, quienes han colocado nuestras economías contra las cuerdas han sido nuestros políticos: primero por montar un sistema financiero dirigido a generar burbujas y a expandir el crédito muy por encima de las disponibilidades reales de ahorro, y segundo por gastar y endeudarse de manera descontrolada, colocando las finanzas públicas al borde del abismo.
Las palabras de Rastani pueden revolver a muchos el estómago, y en parte es comprensible que así lo hagan. Lo que no es comprensible es la relativa indiferencia con la que se recibieron, por ejemplo, las palabras de Juncker u otras declaraciones infinitamente más crueles y desvergonzadas, como éstas de Zapatero: "El mejor destino es el de un supervisor de nubes acostado en una hamaca". Que esto lo pueda decir sin demasiada contestación ni escándalo social un señor que acaba de arruinar no a unos pocos clientes ingenuos que le confiaran voluntariamente su dinero, sino a todo un país de más de 45 millones de personas, demuestra a las claras la enorme hipocresía de una parte de nuestra izquierda. Lo único que les interesa es el aprovechamiento ideológico y partidista de las declaraciones de un absoluto desconocido; la auténtica pauperización a gran escala provocada por un tipo como Zapatero –y por sus pares en el resto del mundo–, con tan pocos escrúpulos como Rastani pero con mejor sonrisa y bastante menos honestidad, les importa poco o nada. Al contrario, incluso la siguen reivindicando en sus peores rasgos como un modelo.
Fijémonos menos en el deslenguado Rastani y más en ese meteorito depresivo en que se han convertido nuestros Estados, que amenaza con impactarnos en la cabeza. Nos irá mucho mejor.
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